
A los noventa y seis años ha muerto en Madrid, donde residía desde hace medio siglo con su familia, esposa y dos hijos, el actor argentino, nacionalizado español, Héctor Alterio. Su biografía artística registra más de cien películas, incontables representaciones teatrales y apariciones en series de televisión menos frecuentes. Salvó su vida cuando encontrándose él en el Festival de San Sebastián, su mujer recibió en Buenos Aires amenazas de muerte dirigidas a él. Incluso ya instalado en Madrid, en los primeros meses también fue avisado de que controlaban sus pasos. Tuvo que pasar un tiempo hasta que Héctor pudo desarrollar su profesión en nuestro país y demostrar su maestría, reconocida con un Goya de Honor y otros galardones. Su vocación era tal que ha permanecido representando, a su longeva edad, la obra teatral Una pequeña historia, trasunto de su propia existencia, hasta hace muy pocas semanas. El final de su intensa vida le ha llegado cuando se negaba a jubilarse.
Recuerdo perfectamente cuando en septiembre de 1974, encontrándome en San Sebastián para asistir al certamen cinematográfico, un actor argentino absolutamente desconocido en España, presentó la película La tregua, de la que era protagonista, dirigida por Sergio Renán, de argumento basado en una novela de Mario Benedetti: la vida anodina de Martín Santomé, un empleado, viudo, padre de tres hijos, quien repentinamente se enamora de una joven. Un melodrama con final muy triste. Salimos de la proyección enternecidos. Y quien acaparó en el Festival la atención de la prensa fue quien había representado convincentemente ese papel: Héctor Alterio.
Feliz estaba el actor por el recibimiento de la crítica. Tenía previsto quedarse unos días más en Madrid, aunque sin rebasar la semana pactada en Buenos Aires, para continuar allí las representaciones teatrales de Sabor a miel. Una inesperada llamada telefónica de su mujer, Tita, desde la capital argentina lo puso sobreaviso: "Quédate donde estás. Acabo de recibir una carta en la que la Triple A te amenaza de muerte en cuanto regreses a casa. Te leo lo que dice: ‘Si en 48 horas no abandona Buenos Aires, será ejecutado en el lugar donde se encuentre’". Se deduce que la organización desconocía que Alterio estaba en España.
Penurias por la Triple A
La Triple A era una organización paramilitar ultraderechista que amedrentaba a ciudadanos argentinos que, según su criterio, no comulgaban con las doctrinas del gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón. Los actores estaban en la diana, aunque no pertenecieran a partido político alguno, que era el caso de Héctor Alterio. Entonces, la pregunta obligada era por qué lo amenazaron con quitarle la vida. La conclusión a la que pudo llegarse es que la trama argumental de La tregua iba en contra de la ideología peronista. ¿Qué culpa tenía su protagonista que sólo se limitaba a representar su papel?

Aquella semana de Héctor Alterio en España transcurrió tras un par de jornadas en San Sebastián, –ya presentada la mencionada película– en Madrid, donde se hospedó junto a la delegación de su país, representando a la cinematografía argentina, en el hotel Wellington. Allí, uno de esos días que tenía reservados en dicho establecimiento, el conserje de turno se dirigió al actor: "Escuche, señor: un argentino vino a preguntar por usted y me hizo saber que estábamos albergando a un anarquista o comunista… Y que si no dejaba este hotel corrían un grave riesgo setecientos pasajeros". Lo último de la amenaza no lo entendió bien Alterio. ¿Quiénes eran esos setecientos pasajeros y qué tenía él que ver? Mas así fue, textualmente, lo que dicho empleado hotelero le transmitió al actor, quien inmediatamente buscó otro lugar donde proseguir su estancia en Madrid.
Varios compañeros de profesión que había conocido en San Sebastián procuraron ayudarlo, entre ellos Miguel Gila, Nuria Espert, el productor Elías Querejeta… Algunos le ofrecieron su casa. Héctor acabó durmiendo en una pensión. Había noches que no conseguía conciliar el sueño y prefería descansar sobre el suelo.
Reencuentro familiar
Aquellos días, semanas, transcurrieron en aquel otoño de 1974 para Héctor Alterio con la mente turbada por cuanto de pronto le ocurría: la amenaza de muerte, no siendo un agitador político ni nada parecido; encontrarse fuera de su país sin medios económicos para siquiera alimentarse y hacer frente a los gastos más perentorios; y en soledad, a once mil kilómetros de su familia. Querejeta acudió presto a proporcionarle un papel en la película de Carlos Saura, "Cría cuervos". "Tuve que hacer de muerto – contaba – y en las primeras tomas mis párpados temblaban, hasta que el segundo día Saura me dijo que ya lo había hecho bien". No sería la única de las producciones siguientes de Elías. Y por fin pudo reunirse con su esposa, Ángela Bacaicoa, con la que llevaba casado desde 1969, y los dos hijos del matrimonio, Ernesto, que tenía dos años y medio y Malena, de seis meses, ambos futuros actores también, de acreditada profesionalidad y talento. No tenían propiedades en Buenos Aires. Héctor confesó muchos años más tarde que lo único que pudieron vender era un modesto automóvil "Fiat 600". Echaría de menos desde entonces a muchos amigos, a los paseos diarios por su barrio bonaerense, Chacarita.
Poco a poco la vida de Héctor Alterio se fue borrando de su memoria, hasta que pudo regresar a la Argentina en varias ocasiones contratado para el cine, pero decidido a seguir viviendo en Madrid.
Un largo y prolífico historial
Daría para muchas páginas la vida y obra de Héctor Alterio, que hemos de condensar al máximo. Nacido en Buenos Aires en 1929, hijo de un modesto sastre que falleció cuando Héctor sólo contaba doce años. Ya entonces quería ser artista, convencido de que en el colegio se divertía haciendo imitaciones o cantando en fiestas familiares a cambio de unas monedas. A los diecinueve años, para pagarse sus estudios de Arte Dramático, hubo de trabajar en muy diferentes ocupaciones: mancebo de botica, pintor de brocha gorda, vendedor de puertas, visitador médico… Su debut teatral sucedería en 1948 con la obra de un dramaturgo español exiliado, Alejandro Casona, "Prohibido suicidarse en primavera". Creó el Nuevo Teatro, comprometido con autores de trascendencia cultural, de igual manera que en el cine formó parte de una generación de importantes realizadores, que alumbraron la filmografía hasta entonces inédita en Argentina. Y así es cómo Héctor Alterio, consagrado en su país, pudo a partir de su etapa española ir poco a poco dándose a conocer, hasta que público y crítica coincidieron en reconocer su grandeza como actor.

De sus primeras apariciones escénicas en España, a resaltar la de "Yo, Claudio", en el Teatro Romano de Mérida. El cine le sería más grato para lograr más popularidad: "El nido", "A un dios desconocido", "La historia oficial"… Títulos muy importantes, hasta superar la centena. Puede que en la memoria de los espectadores quede su extraordinaria interpretación en "El padre de la novia", junto a las también fascinantes de Norma Aleandro y Ricardo Marín. Su última película, italiana, fue en 2015. Y ya desde entonces su carrera fue más espaciada y con más presencia en el teatro.
Sus últimos años
Héctor Alterio era una persona afable, de grata conversación culta y amena. Pude disfrutarla durante un almuerzo en el que me situé a su derecha. De lo que más estaba orgulloso es de la trayectoria artística de sus dos hijos, los muy apreciados actores, como ya señalamos, Ernesto y Malena Alterio, que están muy integrados en el cine español, donde han intervenido ya en más de medio centenar de películas. Ambos, orgullosos de su padre como no podía ser de otro modo, vivieron una de las más grandes emociones de su vida cuando le entregaron el Goya de Honor en 2004.
Almacena Héctor un sinfín de anécdotas, comenzando por explicar qué significaba su apellido, de raíces italianas, pues sus padres, nacidos cerca de Nápoles, fueron emigrantes a la Argentina. "Al terio significa el otro yo". Consideraba que le cuadraba por su condición de actor.
De los muchos papeles que le tocó interpretar los hubo de toda clase de géneros. Uno de ellos se lo brindó José Luis Garci en "Asignatura pendiente": el del líder sindical Marcelino Camacho. Lo bordó. Pero en Argentina las secuencias donde aparecía como tal fueron mutiladas. Tuvo que transcurrir un tiempo hasta que la censura del país, conforme desaparecían los milicos del poder, autorizara verlas.
Daba siempre al verlo una sensación de ser hombre tranquilo, habituado ya a su edad a tantos vaivenes de la vida. Confesaba: "Todo pasa muy rápido en nuestra existencia. Prefiero no pensar demasiado ni en el pasado ni en el futuro. Así es que vivo día a día muy tranquilo".
Su familia, aunque no ha comunicado de qué ha fallecido (es fácil colegir que por su avanzada edad) sí que recalca que se ha ido sin dolor, de manera pacífica.
El último viaje, la postrera representación en silencio, con un mutis, de quien ha aportado mucho a la cultura de su país y el nuestro, pues también poseía, orgulloso, la nacionalidad española.


