
Bob Esponja es un cartoon orgulloso de serlo en tiempos de fotorrealismo e Inteligencia artificial desaforada. Creado para la televisión a finales del siglo pasado, la demente e ingenua criatura submarina del fallecido Stephen Hillenburg se ha convertido en un fenómeno transversal no solo en plataformas (videojuegos, televisión, cine, libros) sino capaz también de trascender generaciones. De sus surreales y extrañas expresiones se desprende, de alguna manera, cierta modernidad, o al menos, cierto sentido de la realidad.
Parte de eso se pierde, más o menos lo mismo que se gana en espectáculo, en esta Una aventura pirata tridimensional, film familiar y de franquicia con esa capacidad -al igual que La Legopelícula- de hablar de manera oblicua. La ansiedad de Bob es grande, y su búsqueda de libertad también vale para los adultos en un film que no solo apela a los juegos de palabras con las criaturas marinas.
Con un CGI capaz de imitar del "stop-motion" y de alguna manera apelar a la estética retro de un cartoon televisivo (y Jason y los argonautas), Bob Esponja. Una aventura pirata sigue apelando a la estulticia del protagonista como motor del relato, y si bien no hay nada en ella que amenace con descontrolarse en tiempos de moral descontrolada, posee el encanto de un producto veterano pero no agotado (gracias, en parte, a un buen espaciamiento entre secuelas).
Ignífugo al tránsito de generaciones, Bob es un sujeto misteriosamente aterrorizado, capaz de crear su propia fantasía para huir de la realidad y, en suma, entregarse a los sueños más peligrosos. Que un film de animación demasiado dirigido se deje llevar por esta clase de fantasmas en tiempos de autoayuda es un mérito que ya sitúa Una aventura pirata por encima de otros experimentos de Hollywood en el cine familiar.
Licenciado en Historia del Arte y Comunicación Audiovisual en la UCM de Madrid. Colaborador en esRadio. Crítico de cine y series en Libertad Digital. Una de las voces del podcast Par-Impar.

