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Pedro Fernández Barbadillo

Villalar, la fiesta de los derrotados

El 23 de abril se reunirán los políticos y los gritones en torno a un timo, que no mito, que solo importa a los que viven de subvenciones públicas.

El 23 de abril se reunirán los políticos y los gritones en torno a un timo, que no mito, que solo importa a los que viven de subvenciones públicas.
Óleo de Manuel Picolo López que muestra la rendición de los líderes comuneros (1887) | Palacio del Marqués de Salamanca

La formación de la comunidad de Castilla y León mostró la artificiosidad de las autonomías, que, como ha reconocido en sus memorias (Lo que yo viví) quien fuera ministro de UCD José Manuel Otero Novas, era casi inexistente salvo en las regiones con agitación nacionalista.

Cierto es que en la transición había algunas pretensiones de independencia, especialmente en el País Vasco; pero se reducían a un 3% de los españoles según el CIS. Incluso las apetencias de autonomías eran poco claras en el sentir popular.

En un proceso negociado por las cúpulas de los partidos se decidió la unión de las nueves provincias de la Meseta del Duero en un solo ente, a pesar de las resistencias de León y Segovia; también se amputó a Castilla la Vieja las provincias de Santander y Logroño, a las que encima se cambió el nombre como se borra el apellido quien quiere romper con su familia.

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Ejecución de los comuneros de Castilla, de Antonio Gisbert

Como parte de la invención acelerada de tradiciones artificiales en una tierra que rebosa de historia en cada pueblo, se propuso una fiesta autonómica. Los socialistas aprobaron en 1986 elevar a esa categoría la derrota de los comuneros en la batalla de Villalar, librada el 23 de abril de 1521. La derecha de AP, futuro PP, se opuso, pero, confirmando que es la izquierda de pasados unos años, la mantuvo legalmente y desde 2002 se incorporó a sus celebraciones.

Los comuneros, ¿socialistas?

La conmemoración de Villalar nunca ha tenido arraigo popular y cada vez más queda limitada a la casta política y a los agitadores de izquierdas, que la consideran un símbolo republicano y hasta socialista, como afirman los ridículos versos de Luis López Álvarez:

Común es el sol y el viento
común ha de ser la tierra
que vuelva común al pueblo
lo que del pueblo saliera.

Entre los grupos que confluyeron en la rebelión comunera el más poderoso era la burguesía mercantil de varias ciudades del centro del reino (Segovia, Toledo, Valladolid, Zamora…), que desde luego no estaba dispuesta a nacionalizar ninguna dehesa ni ningún pasto.

Vista la conducta reactiva de la izquierda, si, por el motivo que fuera, el franquismo hubiera celebrado a los comuneros como a Pelayo y al Cid y la batalla de Villalar como las de Covadonga y las Navas de Tolosa, hoy Bravo, Padilla y Maldonado serían tan execrados en Twitter como lo son Hernán Cortés, el cardenal Cisneros y el duque de Alba.

Muchos de quienes invocan el movimiento comunero lo desconocen hasta el punto de que si un partido plantease un programa parecido exigirían su prohibición por xenófobo y anti-europeísta, esos pecados imperdonables de la política del siglo XXI. Los comuneros querían excluir a los extranjeros de los empleos públicos en Castilla, se oponían a la salida de moneda a Europa y pretendían pagar pocos impuestos. Pregúntese el lector qué partidos en Europa tienen propuestas parecidas y qué opinan sobre ellos los izquierdistas que festejan Villalar. Por si fuera poco, quienes encendieron la rebelión en los pueblos y las clases bajas contra el rey extranjero y sus flamencos fueron frailes exaltados. ¡Curas en política aprovechándose de la incultura de la gente!

Como los separatistas catalanes

Otro argumento en contra de esta fiesta es que cae en el mismo victimismo de los separatistas vascos y catalanes, que celebran derrotas, como la toma de Barcelona en 1714 por Felipe V (donde el rey estuvo en 1701 para recibir el juramento de las Cortes catalanas), las batallas de Velate y Noáin, en que castellanos y aragoneses conquistaron Navarra y la defendieron frente a los franceses y la abolición de los fueros vascos. La clase dirigente y parte de la intelectual de Castilla y León participan en el mismo proceso de búsqueda de cabezas de turco para disimular la incompetencia propia que el partido del 3%.

A medida que la comunidad autónoma se ha asentado y ha creado un pulpo burocrático, las culpas por el atraso de la región ya no pueden cargarse a Carlos V, ni a los Borbones, ni a los curas ni a Franco. Desde hace treinta y cinco años existe la Junta, cuyos presupuestos (prorrogados para 2019) superan los 10.000 millones de euros y cuyos funcionarios rondan los 85.000, para menos de 2,5 millones de ciudadanos. ¿Qué ha hecho en este tiempo este descomunal aparato político? Los pueblos han seguido vaciándose; la industria prefiere Madrid; y las cajas de ahorros (pésimamente gestionadas por los políticos que se las repartieron) han desaparecido. Si tenemos más árboles es gracias a la despoblación y al abandono de cultivos. El mayor fracaso del ensalzado autogobierno es la decadencia demográfica, común a toda España: en 1983, vivían en Castilla y León 2.590.341 personas; a comienzos de 2019, bajaron a 2.410.819.

Pero juguemos a la historia contrafactual. ¿Qué habría sido de Castilla de haber vencido los comuneros y haberse impuesto a Carlos I? ¿Se habría convertido el país en la Suiza de las postales? Veamos el precedente. El predominio del Parlamento en Inglaterra se consiguió a costa de guerras y matanzas y ahorcamientos. Ese Parlamento en el siglo XVI obedeció mansamente a los reyes Tudor, aunque mandasen cosas opuestas. En el siglo XVII, ya controlado por oligarquías de comerciantes y latifundistas, no por el común, aprobó la persecución de los católicos y el sometimiento de los irlandeses, que se mantuvieron hasta entrado el siglo XIX, y también declaró varias guerras a España. En 1600, la vida de un campesino castellano era más digna que la de un campesino inglés.

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Miniatura medieval de Alfonso IX y Berenguela

El 23 de abril, en Villalar se reunirán los políticos y los gritones en torno a un timo, que no mito, que solo les importa a los que viven de sueldos y subvenciones públicas. Si yo tuviera que escoger una fiesta autonómica para Castilla y León en espera de la disolución de la comunidad, escogería el 11 de diciembre, en homenaje a la Concordia de Benavente, en que las reinas Teresa y Berenguela acordaron en 1230 la unión de los reinos de León y de Castilla en la persona de Fernando III. Un acto que, como el Compromiso de Caspe (1412), evitó una guerra civil, acabó con rivalidades centenarias, abrió el camino para la reconquista de Córdoba, Jaén y Sevilla y estableció la armada que llevaría las armas del nuevo reino de Flandes a América.

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