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Pedro Fernández Barbadillo

La conversión de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús

Después de viajes, audiencias, órdenes y disgustos, Ignacio de Loyola fundó en 1534 la prestigiosa y poderosa Compañía de Jesús. Ahora agoniza desde el Concilio Vaticano II y cuando el primer papa jesuita gobierna la Iglesia.

San Ignacio de Loyola, fundador de la compañia de Jesus, con el Papa Pablo III | Cordon Press

Pablo de Tarso se convirtió cuando, en el camino de Damasco, el poder de Dios le tiró al suelo. No se sabe si viajaba en camello, en caballo, en litera o a pie. Pero éste es el hecho que se narra en el Nuevo Testamento. A Ignacio López de Loyola (1491-1556) Dios lo atrajo a sí mediante algo más brusco: un cañonazo.

Los primeros años del siglo XVI en España fueron convulsos. Las Cortes de Castilla pidieron varias veces a la reina Isabel que pusiera en orden la sucesión a la Corona después de las muertes de sus hijos (Juan en 1497 e Isabel en 1498) y su nieto Miguel (1500), y la enfermedad de Juana, residente en Flandes, princesa de Asturias desde 1502.

A la muerte de Isabel la Católica en 1504, los nobles se aliaron con Felipe el Hermoso para expulsar de Castilla al rey Fernando y repartirse el reino con los flamencos. Se temió que volviesen los oscuros años de Enrique IV. El regreso de Fernando después de la muerte del duque de Borgoña, trajo la paz interior a España, y hasta la conquista de Orán (1509); sin embargo, en las Indias, la colonización avanzaba muy despacio.

La conquista de Navarra

Además, se reanudaron las guerras en Italia movidas por la envidia de los Valois y su miedo a quedar cercados por la alianza de los Trastámara, Habsburgo y Tudor: Fernando en España e Italia; Enrique VIII en Inglaterra, casado con Catalina de Aragón, hija del aragonés; y Maximiliano I de Habsburgo, emperador y duque de Borgoña.

En 1508 se reanudó la guerra en Italia (Liga de Cambrai) debido a las agresiones de Venecia a los estados del papa. Las grandes potencias participaron en ella y cambiaron de alianzas varias veces. Pero se mantuvieron constantes los recelos entre Fernando II de Aragón y Luis XII de Francia. En medio de ellos se encontraba el pequeño (en territorio y población) y dividido (entre agramonteses y beamonteses) reino de Navarra, que oscilaba entre sus vecinos.

En 1512, Fernando ordenó la invasión de Navarra, que realizó el segundo duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo, cuyo nieto, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, le sucedería en el título y sería el mejor general de Carlos V y Felipe II. Entre las tropas conquistadoras hubo muchos vascos. En 1513, las Cortes navarras aceptaron la anexión y el virrey concedió un perdón en nombre de Fernando, pero varios nobles y rebeldes se refugiaron en la Navarra de Ultrapuertos, al otro lado de los Pirineos. En 1515, el rey de Aragón y gobernador de Castilla integró Navarra en la Corona de Castilla.

En 1519, murió Maximiliano I y a la elección imperial se presentaron su nieto Carlos de Habsburgo, rey de España desde 1516, y Francisco I, rey de Francia desde 1515. La victoria de Carlos, gracias a las riquezas de Indias, enfadó tanto a Francisco que éste rumió su venganza. Carlos se hallaba ausente de España, cuando en 1520, en el corazón de su imperio, la Castilla fuente de soldados, de generales, de lana y de oro, surgió la rebelión de los comuneros.

El cerco de Pamplona

Francisco formó una alianza con Venecia para enfrentarse al nuevo emperador, al papa León X y a Enrique VIII. El conflicto concluyó cuando el francés fue derrotado y capturado en Pavía en 1525, pero antes llevó la guerra al interior de España. Un ejército de navarros y franceses atravesó los Pirineos en la primavera de 1521. El primer error consistió en comenzar esa expedición semanas después de la victoria carolina en Villalar (23 de abril).

Ignacio López de Loyola (1491-1556)

El virrey, el duque de Nájera, huyó y un puñado de soldados castellanos se encerró en la fortaleza de Pamplona. Entre ellos se encontraba un capitán vasco de familia de jauntxos (señores), Íñigo López de Loyola. Su hermano Martín también había escapado, pero él había preferido quedarse.

El domingo de Pentecostés, 19 de mayo, las tropas franco-navarras ocuparon la ciudad. Ignacio convenció a sus compañeros de no capitular. El lunes 20 comenzó el combate. Una bala de cañón le rompió la pierna derecha y le malhirió la izquierda. Era tal la autoridad de Ignacio que el alcaide decidió rendirse.

Para el guipuzcano parecía que la vida de soldado había concluido a los treinta años de edad. Fue transportado a la casa de sus mayores, en Loyola, donde se sometió a varias operaciones para recomponerle la pierna. Su salud empeoró tanto que recibió los últimos sacramentos. La víspera de la fiesta de San Pedro, el 29 de junio, comenzó su mejoría. La tibia soldó mal y acortó la extremidad, lo que le dejó una cojera permanente.

La cueva de Manresa

Durante su larga convalecencia, pidió para entretenerse libros de caballería, a la manera de don Alonso Quijano. Sin embargo, le entregaron libros piadosos: la Vita Christi del Cartujano y la Leyenda dorada, del dominico Jacobo de Varazze. Ahí, mientras Hernán Cortés conquistaba Tenochtitlán, Ignacio tomó la decisión de servir a Dios y comenzar su nueva milicia con una peregrinación a Jerusalén, donde planeaba dedicarse a la oración y la penitencia.

En febrero de 1522, se marchó de Loyola con la excusa de presentarse al duque de Nájera, aunque con la intención de embarcar en Barcelona con destino a Roma. En el santuario de Aránzazu hizo voto de castidad y llegó a Montserrat en marzo. Allí conoció a dom Chanon, que se convertiría en su confesor y le iniciaría en la "oración metódica" según el Exercitatorio del abad García de Cisneros.

Para profundizar en este nuevo método de ascesis, aplazó la peregrinación. Se preparó por un tiempo a una confesión general, que duró tres días, y veló armas ante la imagen de La Moreneta la noche del 24 al 25 de marzo. Se despojó de sus vestidos y de su espada y se vistió de mendigo. Luego se trasladó a una cueva en Manresa, en la que vivió casi un año, como ermitaño en preparación anticipo para su deseo en Jerusalén. De esa cueva salió con el libro de los Ejercicios Espirituales y un nuevo plan: trabajar por la salvación de las almas y la difusión de la Palabra de Dios.

Después de viajes, audiencias, órdenes y disgustos, Ignacio de Loyola fundó en 1534 la Compañía de Jesús, que en 1540 recibió la aprobación pontificia de Pablo III. La nueva orden ha sido una de las más misioneras de la Iglesia y la más dedicada a la ciencia y cultura. Junto a sus cientos de colegios y sus universidades, los jesuitas montaron observatorios astronómicos, laboratorios de química y hasta aparatos sismógrafos. 35 de ellos nombran otros tantos cráteres de la Luna. Los revolucionarios y los déspotas la han perseguido con saña, a la vez que la han admirado, desde Napoleón a Antonio Gramsci. El general Franco ofreció a los jesuitas educar a Juan Carlos de Borbón y Borbón, lo que la orden rechazó.

Sin embargo, por esos designios inescrutables de Dios, la antes prestigiosa y poderosa Compañía de Jesús agoniza desde el Concilio Vaticano II y cuando el primer papa jesuita gobierna la Iglesia. ¿Ha llegado su final?

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