
El 24 de julio de 1936 se cumplió una semana desde el golpe militar preparado por el general Emilio Mola, que había comenzado en Melilla el 17 por la tarde de manera anticipada. El resultado era malo para los sublevados.
En varias capitales, como Madrid, Barcelona, San Sebastián, Málaga y Alicante, sus compañeros habían sido derrotados. Su jefe, el general José Sanjurjo, se había matado en un accidente de aviación en Portugal. Y enfrente se había encaramado al poder un sector del Frente Popular que no deseaba ningún pacto, sino su derrota completa y su aniquilación.
Se mantenía el Gobierno de los republicanos burgueses, de chaleco y leontina. Tan aterrorizados estaban éstos que se limitaban a dar legalidad con sus firmas a las exigencias del PSOE y del PCE. El mismo día de su nombramiento por Manuel Azaña como presidente del Gobierno, el 19 de julio, José Giral aprobó dos de las medidas que más sangre causaron en la guerra: dar armas a las milicias de las izquierdas y disolver las unidades militares. También solicitó armamento al Gobierno francés, constituido por otro Frente Popular, pero de ninguna manera revolucionario. Los verdaderos líderes de las masas proletarias a los que invocaba Azaña no eran él y sus camaradas, sino Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Jesús Díaz, Dolores Ibárruri…
A las once de la noche del 24, desde la sede del Ministerio de Gobernación, el socialista Prieto pronunció por radio un discurso retransmitido a toda España. El principal objetivo de la arenga no era desanimar a los enemigos, que, a pesar de sus fracasos seguían avanzando, sino enfervorizar a los amigos.
Quien fuera ministro en el Gobierno Provisional, y volvería a serlo el 4 de septiembre bajo la dirección de su camarada (y furibundo adversario) Largo Caballero, repasó los fracasos de los militares rebeldes en varios puntos de España, desde Asturias al Levante y pronunció su sentencia:
"A mi entender, el movimiento subversivo está perdido desde el instante mismo en que le falló una de sus piezas más fundamentales. Esa pieza fundamental a que aludo fue la Escuadra, la Armada española".
Al faltarle los barcos de la escuadra, el Ejército de África, encabezado por el general Franco, no podía pasar a la Península.
A lo largo de ese verano, la propaganda gubernamental repetiría constantemente que los alzados estaban condenados a la derrota, pues Madrid mantenía bajo su control la industria, las principales ciudades, la mayor parte de la escuadra y de la escasa aviación, la mitad del Ejército y la Guardia Civil y casi todo el Cuerpo de Carabineros, las reservas de oro del Banco de España y el reconocimiento internacional. Lo haría el propio Prieto en otro discurso radiado el 8 de agosto, poco después de que el 5 cruzara el estrecho, entre Ceuta y Algeciras, el Convoy de la Victoria, que transportaba unos 1.600 militares (legionarios y regulares, sobre todo) y dos millones de cartuchos.
Se abandonaría ese discurso triunfalista a medida que las tropas establecidas en el norte de Marruecos cruzaran el estrecho, conquistaran territorios y se acercaran a la capital
Prieto elogió a las "milicias populares de Madrid, bisoñas, mal encuadradas", las mismas que asesinaban a civiles por delitos como llevar corbata o no tener un carné de uno de los partidos o sindicatos del Frente Popular. Y pidió a los sublevados que se rindiesen:
"¿A qué teñir más de sangre las calles de las viejas ciudades de España y los campos de nuestra vieja nación?".
Pero a los sublevados y a quienes se les fueron uniendo en los días siguientes, el Frente Popular no les había dejado más opción que tomar las armas o morir, como había demostrado en los meses anteriores, con el proceso revolucionario que comenzó y, sobre todo, con el asesinato del diputado Calvo Sotelo.
Durante su largo discurso, Prieto, que quedó exhausto, trató de inculcar en su audiencia la creencia de que los rebeldes ya habían perdido con frases como éstas:
"estamos ante la subversión de mayor magnitud que ha podido registrar hasta ahora la historia de España, y que esa subversión está en franco declive"
"el pueblo español no está con ellos, el pueblo está con la República, el pueblo está con el Gobierno"
"Y al enemigo le digo: estás ya de hecho vencido. Mide tu responsabilidad, mide tus equivocaciones. Mírate por dentro, contémplate, y a ver si encuentras en tu panorama interior paisaje alguno que te invite a la continuación de esta lucha, porque rendición, no la esperes."
Sin embargo, concluyó su arenga con un colofón desafortunado dirigido "al enemigo": "Encontrarás cadáveres; pero no hallarás prisioneros". Si la subversión estaba vencida y en retirada, ¿por qué entre los leales no habría sino muertos?
En comparación con esos pronósticos grandilocuentes y oratoria recargada, desde el mismo 17 de julio Francisco Franco dio a sus oficiales una consigna: "Fe ciega en el triunfo". Y la moral de victoria es un elemento imprescindible en toda guerra.
A finales de 1938, Prieto huyó de España por cuarta vez en veinte años. Ya lo había hecho en 1917, después de una huelga general revolucionaria; en 1930, después del golpe de Jaca; y en 1934, después de la Revolución de Octubre. En la última, salió con los bolsillos llenos de oro y billetes robados. De Chile marchó a México, donde arrebató a su correligionario Juan Negrín el expolio guardado en las bodegas del yate Vita, gracias al cual vivió cómodamente en el país americano.
Quienes creyeron en sus palabras escuchadas la víspera del día de Santiago de 1936 se quedaron con un chasco de narices en abril de 1939.
