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80 años de Auschwitz y no hemos aprendido (casi) nada

Parecía imposible, pero el antisemitismo ha vuelto, probablemente nunca se fue del todo, y se presenta con un descaro carente de complejos.

Parecía imposible, pero el antisemitismo ha vuelto, probablemente nunca se fue del todo, y se presenta con un descaro carente de complejos.
Una manifestación propalestina en la Puerta del Sol. | Europa Press

Cuando hace ya una década estuve en Auschwitz por la celebración de los 70 años de la liberación del campo, la experiencia me resultó al mismo tiempo enriquecedora y abrumadora: aprendí mucho en ese viaje y tuve el privilegio inmenso de estar en el campo con algunos supervivientes que me contaron su historia allí, entre aquellas vallas de alambre de espino. Pero al mismo tiempo la carga de maldad, el horror que todo transmite en ese lugar, se me hizo difícil de soportar y, desde luego, resulta imposible de olvidar.

Un pensamiento me ayudó entonces a sobreponerme al significado de lo que veía, a superar el golpe moral que es conocer de primera mano ese sitio en el que la humanidad había alcanzado uno de sus puntos más bajos: tener la seguridad de que el Holocausto era irrepetible, de que el mundo había aprendido la lección, de que, aunque hubiese sido a un coste terrible, al menos estábamos vacunados.

Diez años después, creo que me equivocaba.

Y aquí tenemos dos problemas diferentes: el primero que realmente la gente sigue sabiendo muy poco del Holocausto, no mucho más allá de las cifras monstruosas que se repiten y que por su propia enormidad igual generan incredulidad, pero casi nada de cómo ocurrió todo, de lo que fueron los guetos, de las matanzas de los Einsatzgruppen, del funcionamiento real de unos campos a los que la mayoría sigue llamando "de concentración" y no "de exterminio", que es lo que eran.

La mayor parte de la gente –y no hablo sólo los jóvenes– no sabe cómo funcionaba la inmensa maquinaria de la muerte nazi, cómo familias enteras viajaban durante muchos días en condiciones que hoy no admitimos ni para el ganado y, sobre todo, cómo al final de ese viaje esas familias, esos ancianos, hombres, mujeres y niños, eran cenizas en unas pocas horas.

Muy pocos saben que la selección se hacía en unos minutos, que a ella sólo sobrevivía una minoría, que en unos meses los que seguían vivos eran ya no un porcentaje reducido, sino una rarísima excepción. En fin, muy poca gente es consciente de lo horrible que fue y de por qué es un crimen único en la historia de la humanidad.

Sin embargo, si el desconocimiento es grave el segundo problema es peor: el antisemitismo ha vuelto –probablemente nunca se había ido– y se presenta con un descaro carente por completo de complejos. Cientos de miles se han manifestado en algunas ciudades de Europa en apoyo de los asesinos psicópatas de Hamás; figuras políticas presuntamente respetables piden limpiar de judíos "desde el río hasta el mar"; gobiernos como el español trabajan a favor de los intereses de los terroristas; y hasta personas muy bien intencionadas hacen sesudos análisis sobre las razones por las que Israel no tiene derecho a defenderse de verdad, ni siquiera después de una agresión tan brutal como el 7-O.

Y no, el problema no es Trump, ni los partidos de extrema derecha en Europa –nos gusten más o menos, que esa es otra cuestión– ni por supuesto el presunto saludo nazi de Musk: el asunto está ahí a la vista de todo el que lo quiera ver y es la alianza entre el islamismo y una izquierda completamente desnortada, que presume de defender a todas las minorías, pero que odia a la que siempre ha sido la más perseguida.

Quiero pensar, no obstante, que estamos en un mundo más civilizado y, sobre todo, que la mera existencia de Israel es un antídoto para que Auschwitz se repita, pero no olvidemos que aquello empezó por un odio similar al que vemos ahora y que todos los pogromos de la historia tenían lugar porque se creía que no pasaba nada si unos cuantos judíos morían. Exactamente lo que muchos parecen pensar ahora… y algunos hasta se atreven a decirlo.

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