La Vendée es el símbolo y la realidad más emocionante, desesperada y trascendente lucha contra el afán de exterminio del totalitarismo que llega al siglo XX.
Los vendeanos se paraban a rezar donde encontraban una cruz de camino a la batalla | Cordon Press
Nunca se ve tan clara la ruina de la civilización católica como en Navidad. Y los que nacimos en esa civilización, a la que debemos la idea del bien y del mal, de lo presente y lo trascendente, de la familia y la tradición, de la nación y del sentido de la existencia, contemplamos su decadencia dulzona, cómoda, pero tras la que se percibe una decidida voluntad de aniquilarla. ¿Qué voluntad es esa? ¿Cuándo empezó a manifestarse? ¿Qué hay detrás de ese empeño en borrar las bases mismas de la civilización occidental?
Hace dos siglos largos, en 1793, se manifestó por primera vez ese empeño destructor, ese afán en borrar lo que a lo largo de los siglos ha constituido el nervio de las grandes naciones europeas, entre ellas, claro está, España. Y sucedió en otro gran país católico, Francia, durante una Revolución que nos presentan como el origen de unos derechos y libertades, que nunca pasaron de pomposas declaraciones, siempre desmentidas por los hechos.
El héroe vendeano Henri de La Rochejaquelein
El lugar del crimen, del primer crimen de leso cristianismo y lesa libertad, es la Vendée. En aquella provincia recién creada, al sur del Loira, tuvo lugar el primer genocidio católico de la Historia, no el último, porque tras él llegaron, aparte de la guerra española contra la Convención y Napoleón, el ruso de 1917, el mejicano de 1926 y el español de 1936. Pero la Vendée es el símbolo y la realidad más emocionante, desesperada y trascendente lucha contra el afán de exterminio del totalitarismo que llega al siglo XX.
Tanto el genocidio decretado legalmente por la Convención, como la resistencia de los vendeanos a someterse al poder del Terror revolucionario han sido cuidadosamente ocultados por los historiadores franceses que han querido lavar la horrenda mancha de sangre que, más allá del Terror, prueba el sentido totalitario de un proyecto que pretenden liberador cuando, desde sus orígenes fue decididamente tiránico y genocida. Hay otro elemento que explica por qué la Vendée ha sido ocultada durante casi dos siglos, y es que representa algo hoy inimaginable: un pueblo católicamente devoto y unos líderes que se tomaron muy en serio, al precio de su vida, el valor de su fe.
La popularidad internacional de la Vendée
La guerra o guerras de la Vendée fueron en su tiempo popularísimas en toda Europa, singularmente en España y Rusia, países que padecieron la invasión de Napoleón, el auténtico heredero de la Revolución Francesa, y cuya resistencia heroica se declaró muchas veces inspirada por los grandes generales vendeanos: Cathelineau, el héroe popular, D'Elbée, Bonchamps, Lescure, Henri de la Rochejaquelein, Fleuriot y el más novelesco: Charette. Todos ellos fueron elogiados por los generales rusos, por los españoles, que pronto emularon su heroísmo en la Guerra de la Independencia, y por el propio Napoleón que llamó a las masacres "combate de gigantes", en su astuta y exitosa política de neutralización del levantamiento vendeano.
Antes aún, el mismo año de las grandes masacres, 1794, Graccus Babeuf, considerado un comunista primitivo, había escrito y publicado una denuncia del comportamiento criminal de las tropas de la Convención, El sistema de despoblación, traducido al español con un excelente prólogo de María Teresa González Cortés y con el adecuado subtítulo Genocidio y revolución francesa (Ed. De la Torre.2008). Pero si Babeuf rechazaba el "populicidio" (él inventó el término), no creía en absoluto, como explico en Memoria del Comunismo, que los católicos vendeanos tuvieran derecho a pensar y vivir al margen de los principios de la Revolución. Sostenía que, en vez de verdugos, París debería haber enviado oradores que convencieran a los vendeanos de las nuevas ideas y la felicidad que les iban a procurar.
Charette
Pero los católicos vendeanos ya tenían a sus propios predicadores, los montfortianos "buenos curas", a los que fueron fieles hasta entregar su vida. Los "Derechos del hombre y del ciudadano" eran para Babeuf y los demás revolucionarios, mera palabrería que nunca pensaron respetar en los enemigos de la revolución. El Evangelio, para los vendeanos, era sagrado.
La engañosa paz civil y religiosa de Napoleón, que recibió la región mártir como un don del cielo, acabó desengañándolos, según la ambición de Bonaparte fue tomando los Estados Pontificios, encarcelando al Papa y obligándole a firmar un Concordato al modo anglicano, apenas disimulado. Las paces y amnistías a los soldados vendeanos se convertían en degollinas como las de 1894 apenas se torcían los planes de París. Nunca hubo real intención de paz duradera en la Vendée. La iglesia siempre fue obligada por el secuestro de sus fieles a aceptar concesiones, que nunca eran suficientes.
Caído Napoleón, con Luis XVIII y Carlos X, se consolidó la derrota, más o menos honorable, de la rebelión mística y política de 1793. Los dos monarcas alternaban los honores a las familias de los héroes con el rechazo a sus ideas y peticiones de fondo. Para "reinar sobre todos los franceses", se preocuparon, sobre todo, de no molestar a los genocidas republicanos. Los reyes franceses, como el español Fernando VII o el alemán, utilizaron el idealismo religioso de los partidarios de la Alianza del Altar y del Trono para consolidar el Trono a costa del Altar. Napoleón simplemente exhibió, al coronarse ante el Papa, lo que las testas coronadas deseaban en silencio.
Así, poco a poco, muertos todos los caudillos vendeanos, apagado el fervor de sus élites, sofocadas las voces de los "buenos curas", apartados de las escuelas y nunca seguros de sus privilegios, los católicos franceses se fueron rindiendo y la Vendée pasando al olvido. El alzamiento de la mayor parte de los franceses contra la Revolución se convirtió en una pintoresca rebeldía regional, con unos aristócratas bobos y unos campesinos poseídos por el fanatismo, valerosos pero salvajes. Incluso en las tierras devastadas al sur del Loira, sus descendientes estudiaron la historia de los brigands.
Un libro y la ruptura del pacto de silencio académico
La historiografía de raíz marxista y viejo sesgo masónico se adueñó de la enseñanza de la Revolución Francesa, y, como vulgata comunista, no cabía oponer nada serio a un proceso que seguía "el sentido de la Historia". La Vendée desapareció del horizonte abigarrado, pero finalmente luminoso, de la Republique, un régimen que devoró a la nación tras asaltar el Estado.
Ahogamientos masivos de civiles en el Loira
Sin embargo, de vez en cuando, una voz, un libro, una persona, altera el sueño y despierta al sesteante estamento intelectual y académico. En su soberbio libro El conocimiento inútil, Jean François Revel se refiere a esa polémica, surgida en el aniversario de los dos siglos de la Revolución, que el falsario Mitterrand quiso elevar a símbolo de la propia nación francesa. Y de pronto, se publicó en 1986 el libro de Reynald Sécher, La Vendée-Vengé. Le genocide franco-français (PUF. 1986. Perrin, 2006), resumen de su tesis doctoral. El trabajo de campo anterior es La Chapelle-Basse-Mer, village Vendeén. Révolution et contre-rçevolution (Ed. Perrin. 1986) y un breve y valioso testimonio de su calvario académico es La désinformation autour des guerres de Vendée et du génocide vendéen (Ed. Fol'fer. 2009).
Contra La Vendée-Vengé y su autor se activó la misma máquina de terror que, con la Convención, se desató contra los católicos de la Vendée. Como le auguró Pierre Chaunu, padrino de ese trabajo, si se empeñaba en publicarlo, el precio sería el veto a todos los títulos y cargos universitarios. El joven Sécher no lo creyó, pero sucedió exactamente como dijo Chaunu. Lo que le reprocharon es que llamara "genocidio" al modo del Holocausto a lo que sin duda lo era, a la luz de los documentos que aportaba. Dio igual, los desmintieron, manipularon el libro y sobre todo contaron con la torva complicidad de los periodistas político-culturales, que son capaces de todo.
Afortunadamente, un grupo de estudiosos, sobre todo vendeanos, como el propio Sécher, empezaron a reivindicar lo que era un viejo relato familiar: la lucha de sus antepasados, en su propia tierra, contra el ejército de la revolución, cuya expresión máxima fueron las Columnas Infernales de Turreau, general genocida y memorialista de sus propias atrocidades, nunca condenado por los Borbones, y que, por su actuación en las guerras napoleónicas, conserva un puesto de honor en el Arco de Triunfo de París.
Algunas referencias bibliográficas recientes
El más notable de los propulsores de la recuperación de la Vendée es Phillippe Villiers, cuyas dos últimas obras Populicide y Memoricide (Ed. Fayard 2025) han vendido cientos de miles de copias y que, para rescatar a los héroes de sus antepasados de la Vendée, creó el Puy du Fou, una idea que nació en las ruinas de un castillo vendeano y que hoy es un proyecto internacional de recuperación de la memoria de las naciones, que, en España, tiene su sede en su primera capital católica, que es la de Toledo.
El Sagrado Corazón de Jesús, insignia de los vendeanos
Jacques Villemain, diplomático, tras su Vendée 1793-1794 (2017. Ed. Cerf) ha documentado ese genocidio de los católicos por la que hoy se denomina Assemblée Nationale, que se niega a pedir perdón por esa orden, y que la policía política universitaria quiso negar a Sécher. Sus dos últimos libros recopilan los testimonios de la Guerra a la Vendée, como debería denominarse, y retratan la idiocia de los que se agrupan como Estudiosos de Robespierre, historiadores profesionales, guillotinadores vocacionales. Se trata de los voluminosos Histoire politique des colonnes infernales. Avant et aprés Termidor y Papiers et rapports (ambos en CERF, 2023).
En español, junto al libro X de la monumental Historia de la Iglesia, La Revolución Francesa, Cuarta parte. La epopeya de la Vendée, del jesuita argentino Alfredo Sáenz (2009. Ed. Gladius) hay dos recientes libros de divulgación muy notables: La guerra de la Vendée, Una cruzada en la revolución, de Alberto Bárcena (San Román, 2020) y Pasión y gloria de la Vendée (Parresía Ed. 2022) de Marie de la Sagesse Siqueiros, SJM, una monja argentina hoy en Francia y dentro de la orden que en el XVIII fundó el santo predicador Padre Monfort, padre o abuelo espiritual de la Vendée. El primero, explica y precisa algunas de las tesis —no todas— de Secher. La segunda ofrece un libro de viaje y peregrinación por la Vendée, hoy, con un gran acopio de datos y apartados muy interesantes, que deberían ser objeto de estudio aparte, como el de las mujeres memorialistas de la Vendée.
Las claves del genocidio vendeano
La Declaración de derechos del hombre y del ciudadano que pasa aún hoy por fundamento de la Revolución Francesa, dice en su artículo 35:
"Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y cada parte del pueblo el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes".
Eso, en teoría, la práctica era otra cosa.
El 1 de agosto de 1793 la Convención ordena la aniquilación de la Vendée Militaire. El proceso fue tortuoso: el 1 de octubre de 1893, Turreau, general en jefe del Ejército del Oeste envió a la Convención su plan para exterminar a "todos los habitantes" y quemar "todas las casas". Pero quiso cubrir su responsabilidad ante el Comité de Salud Pública y pidió que se le confirmaran las órdenes. Al no llegar, volvió a escribir el 29 de enero, y le llegó la confirmación de Lázaro Carnot, en nombre del Comité, animándole a ser implacable. Ante la dificultad de separar las familias, el Comité vota otra ley el 1 de octubre de 1793 para exterminar a todos los brigands, sin restricción, incluidas mujeres y niños. Son los documentos del genocidio.
Y nada los ilustra mejor que las manifestaciones al ejecutarlos de Westermann y Turreau, los carniceros de la Vendée.
Westermann se dirige así a la Convención:
Westermann, "el carnicero de la Vendée"
"La Vendée ya no existe. Ha muerto bajo nuestro sable libre, con sus mujeres y sus niños. Vengo de enterrarla en los pantanos y los bosques de Savenay. Siguiendo las órdenes que me habéis dado, aplasté a los niños bajo los pies de los caballos y masacré a las mujeres, que, al menos, no parirán más bandidos. No tengo un prisionero que reprocharme. Lo he exterminado todo. Mis húsares tienen en la cola de sus caballos trozos de los estandartes de los bandidos. Los caminos están sembrados de cadáveres. Hay tantos que, en muchos lugares hay montículos de ellos. Se fusila sin cesar en Savenay, ya que a cada instante llegan bandidos que pretenden rendirse como prisioneros. (…) Nosotros no tomamos prisioneros: habría que darles el pan de la libertad; y la piedad no es revolucionaria."
Rendidos, exhaustos, arruinados, vencidos, los vendeanos deberían haber podido firmar un tratado de paz. Robespierre se negó, porque eran "irrecuperables y peligrosos para el futuro de la nación. Y gritó: "¡No hay salvación para los enemigos de la libertad!". No la hubo, pero no acabaron con la Vendée. Mataron a los presos por cientos, ahogándoles en el Loira, y las llamaron las "deportaciones verticales" o "los baños de república". A las mujeres las asaban en los hornos para aprovechar la grasa. Y acabaron por matar a los vendeanos favorables a la República porque no los distinguían de los rebeldes, y era mejor matar inocentes que perdonar a un bandido. El genocidio acabó, por sadismo y diversión, por regocijo revolucionario al estilo de Lenin, Stalin y Mao, cumpliéndose a la perfección.
La dificultad de pensar la Vendée
Pero la admiración por el heroísmo vendeano y la repugnancia de los carniceros de la Revolución no pueden evitar una dificultad intelectual. ¿Somos capaces, incluso en Navidad, de pensar la Vendée, de entender a ese mundo de ayer, que era capaz, por su fe, de ir cantando al cadalso? ¿Hasta qué punto somos capaces de entender la religión, tal y como la entendían aquellos católicos admirables? ¿Somos, realmente, capaces de pensar la religión en una Europa laica, incluso apreciando sus valores? Al cumplirse los 25 años de nuestro grupo, dije que nuestra prioridad era volver a los principios. Y este diciembre de 2025 queremos hacerlo dando a conocer y a estudiar una de las grandes hazañas de la libertad: la Vendée.