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La monstruosa broma de Qiu Xiaolong

Qiu Xiaolong, hoy profesor en EEUU, es uno de los grandes narradores negros de la literatura china.

Qiu Xiaolong, hoy profesor en EEUU, es uno de los grandes narradores negros de la literatura china.

"He matado a los monstruos. Eso es lo que hacen los padres", decía el padre de Fiona Wallace en The Painting. Y generalmente es así. El niño se duerme por fin, confiado, convencido de que tras la puerta del armario no habita nada amenazador. Pero a veces, el orden se invierte y no es el adulto quien acaba con las pesadillas infantiles, sino los monstruos quienes matan al padre, dejando al hijo ese poso de terror indeleble en el hombre que será. Como en el caso de Qiu Xiaolong.

En el Shangai de la década de los sesenta los monstruos no esperaban la noche agazapados tras los estantes, ni bajo su cama. Irrumpían en cualquier momento por la puerta principal, para interrogar y torturar a sus padres, y a él. Los monstruos de Qiu eran corpóreos y violentos, integrantes de la Guardia Roja de Mao Zedong cumpliendo con su misión de aplastar a esas "familias negras", enemigas de clase. Cada incursión era diferente, pero siempre brutal. Si había suerte, Qiu solo presenciaba cómo los guardias dejaban a su padre desangrándose en el suelo de salón. Era peor cuando tras la perceptiva golpiza, lo arrastraban por la empinada escalera de madera rumbo a la cárcel, o al campo de reeducación. Porque entonces sabía que no sería la última vez que vería a los monstruos rojos, pero quizá sí a su padre. La vez que no regresó, Qiu ya había tenido tiempo de comprender que el delito de su familia consistía en haber poseído una pequeña tienda, lo que en la dialéctica de la China de la Revolución Cultural significaba ser un "negro" capitalista. Un contrarrevolucionario.

El negro fue -y aún es- el color que acompaña a Qiu Xiaolong. Fue un "perro negro" durante toda su época escolar, en la que consiguió librarse del campo de reeducación por una bronquitis, pero no del aislamiento. Como su familia, él era un enemigo de Estado y a pesar de las brillantes calificaciones, no pudo ir a la Universidad ni encontrar un trabajo. Así que, cuando no estaba cuidando a su madre, que desarrolló una grave afección por las continuas incursiones de la Guardia Roja, practicaba tai chi en un parque de Shangai. Pero no era muy bueno. Quizá por eso, al cruzarse con otros jóvenes "negros" que estudiaban inglés por su cuenta, se unió a ellos. Y leyó, leyó todo lo que el régimen no quería que leyera. Joyce, Eliot, Faulkner. Literatura inglesa, y sobre todo, poesía. Un salvoconducto que, cuando en 1976 murió Mao Zedong y se reabrieron las universidades, le permitió acceder a la Academia China de Ciencias Sociales.

La carta de confesión

La represión del régimen y el miedo también fueron los responsables de que Qiu se pusiera frente a la página en blanco. No como vía de escape o método de denuncia, sino como única herramienta para salvar a su padre de la muerte. El primer escrito del joven Xiaolong lleva la negrísima impronta del terror: la carta de confesión de su padre. Él estaba en el hospital con los ojos vendados, y era el hijo quien tenía que ahuyentar a los monstruos. Así que fue sus ojos y sus manos, y escribió. Confesó en su nombre que antes de 1949 poseyó una tienda, y que eso, aunque "accidental" le convertía en merecedor de todo castigo posible. En la habitación del hospital, encadenó las palabras adecuadas que aireaban su culpabilidad, y acabaron librándole del tiro de gracia. Y mientras su padre era humillado, en Qiu brotó algo parecido al orgullo.

Estuvo durante horas de pie en el escenario, sosteniendo por los hombros a su padre ante a los monstruos. Frente a ellos, el Tribunal de la Guardia Roja que decidiría si sus palabras eran suficiente para perdonarle la vida. De fondo, las rojas canciones del régimen. Sobre sus cabezas, un inmenso retrato de Mao. Y sus palabras funcionaron. "Mi escritura no puede ser tan mala", pensó. Y siguió escribiendo.

Al principio, solo poesía, su pasaporte para el escape. En 1988 recibió una beca para investigar la obra de T.S Eliot en EEUU, y huyó justo a tiempo. Desde St.Louis presenció la masacre de Tiananmen, y pensó que nunca regresaría. Algunas crónicas de La Voz de América mencionan al naciente poeta chino Qiu Xiaolong, friendo rollitos en la puerta de entrada de la Universidad, tratando de recaudar fondos para los estudiantes que estaban siendo masacrados en la plaza de Pekín.

Aún tardaría años en reunir el arrojo para volver a la prosa de esa carta de confesión. Mientras tanto, tradujo a T.S Eliot, a Yeats, a Conrad, y se convirtió en profesor universitario. Pero también volvió a Shangai, empapándose de la China actual. Del crecimiento vertiginoso y desenfrenado, del oropel de los rascacielos, de la corrupción y los excesos facilitados por el fulgurante despegue económico. De los cambios, fundamentalmente. La colisión entre la nostalgia maoísta de un karaoke donde aún suenan las canciones que proclaman el To sing the red, to crush the black y un país convulsionado por el escándalo de Bo Xilai, quien fue su compañero en la Academia de Ciencias Sociales y nunca le devolvió una raqueta de ping-pong.

Así que, escribió de ese país de fachada roja y corazón negro. De las certezas pasadas de lo que había vivido, y de las incógnitas presentes. Por eso su primera novela fue negra, como perro negro que fue. En Muerte de una heroína roja utilizó el misterio como marco y como excusa para moldear al inspector Chen Cao, que puede no solo averiguar el crimen, sino hacer preguntas prohibidas sobre las circunstancias culturales y sociales que lo circundan.

Los poemas, el padre asesinado, el negro: todo Qiu Xiaolong está en el sagaz inspector que escribe versos en la nocturnidad de Shangai. Y toda la China del siglo XXI está en su obra. La pasada y la presente, que a veces es la misma. Como los monstruos de los que su padre no consiguió librarle y que hoy siguen donde estaban. "Me pregunto con frecuencia qué pensaría mi padre de estar vivo", dice Qiu. "Todo lo que sufrí no sirvió para nada"; o tal vez: "La Historia es solo una broma, ¿no?". Monstruosa.

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