La Numancia, El cerco de Numancia o La destrucción de Numancia es la tragedia española. La tragedia maestra de una cultura que siempre se encuentra más a gusto mirando con humor la vida. ¿Frivolidad o existencialismo, esa broma pesada que es el final de nuestros días?
Cervantes escribió en 1585 esta obra. Hasta el siglo XVIII no se recuperaron dos manuscritos que seguramente habían usado como libreto compañías de teatro. Uno está en la Biblioteca Nacional y otro en el Hispanic Society of America, que fue transcrito por Antonio Sancha en 1784 y es la versión más conocida.
La obra es la fatalidad de un pueblo, el numantino, que en vano resiste el asedio y sitio de los romanos. Cervantes se basó en el relato popular de este capítulo de las Guerras Celtíberas en el siglo II a. C.
Diez y seis años son, y más, pasados
que mantienen la guerra y la ganancia
de haber vencido con feroces manos
millares de millares de romanos.
La historia arranca con olor a putrefacción. Son muchos años de guerra, de bajas, de miseria, que han mermado a los numantinos, que resisten "cual bien fundada roca" y también a los soldados romanos, entregados a las meretrices:
Avergonzaos, varones esforzados,
porque, a nuestro pesar, con arrogancia,
tan pocos españoles, y encerrados,
defiendan este nido de Numancia.
Vosotros os vencéis, que estáis vencidos
del bajo antojo, y fementil, liviano,
con Venus y con Baco entretenidos,
sin que a las armas extendáis la mano.
El "ardid nunca visto" de Escipión, el general romano que acaba de llegar para sajar el callo hispano del pie romano, es conseguir la rendición por hambre. Una victoria en diferido, de soberanía cobarde. La batalla es cosa de hombres pero los romanos eligen tratar como animales a sus enemigos.
Pienso de un hondo foso rodeallos
y por hambre insufrible he de acaballos.
Ejercítense agora vuestras manos
en romper y a cavar la dura tierra,
y cubrirse de polvo los amigos
que no lo están de sangre de enemigos.
Ante tal tortura innegociable los cercados rompen la baraja y saltan al vacío. Se dicen todos perderemos; nosotros la vida y vosotros la batalla. Y todos ganaremos: nosotros la fama de la libertad y la dignidad y vosotros la humillación por soberbia. El suicidio es un acto de libre albedrío impropio de un simple animal. Dice la doncella Lira:
Decidles que os engendraron
libres, y libres nacistes,
y que vuestras madres tristes
también libres os criaron.
Decidles que, pues la suerte
nuestra va tan decaída,
que, como os dieron la vida
ansimismo os den la muerte.
¡Oh muros de esta ciudad!
Si podéis hablar, decid
y mil veces repetid,
"¡Numantinos, libertad!"
Se pasan a cuchillo los tres mil numantinos: el pater familia acuchilla a su mujer, porque lo prefiere antes que ser violada por los romanos tras la segura derrota; y degüella a toda su estirpe. Se ayudan a morir unos a otros. Se lanzan a una hoguera central que arde en medio del pueblo con todas sus posesiones.
En Numancia está la cultura española. Los comportamientos y tics que hemos ido repitiendo durante generaciones. Está parida trescientos años antes que el cuadro de Saturno devorando a un hijo de Francisco de Goya pero el drama es el mismo. Cervantes inventa dos personajes: España y el río Duero, un oráculo. Dice "la sola y desdichada España":
A mil tiranos, mil riquezas diste;
a fenicios y griegos entregados
mis reinos fueron, porque tú has querido,
o porque mi maldad lo ha merecido.
¿Será posible que continuo sea
esclava de naciones extranjeras,
y que un pequeño tiempo yo no vea
de libertad tendidas mis banderas?
Con justísimo título se emplea
en mí el rigor de tantas penas fieras,
pues mis famosos hijos y valientes
andan entre sí mismos diferentes.
Jamás entre su pecho concertaron
los divididos ánimos furiosos;
antes entonces más los apartaron
cuando se vieron más menesterosos;
y ansí con sus discordias convidaron
los bárbaros de pechos codiciosos
a venir a entregarse en mis riquezas,
usando en mí en el ellos mil cruezas.
Después entra en escena el río Duero para consolar a los numantinos con la promesa de un futuro victorioso para España:
Un rey será de cuyo intento sano
grandes cosas me muestra el pensamiento;
será llamado, siendo suyo el mundo,
el segundo Felipe sin segundo.
Debajo de este imperio tan dichoso,
serán a una corona reducidos,
por bien universal y a tu reposo,
tus reinos, hasta entonces divididos.
(...)
¡Qué envidia, qué temor, España amada,
te tendrán mil naciones extranjeras,
en quien tú reñirás tu aguda espada
y tenderás triunfando tus banderas!
Sírvate esto de alivio en la pesada
ocasión, por quien lloras tan de veras,
pues no puede faltar lo que ordenado
ya tiene de Numancia el duro hado.
Bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente acaba de estrenarse la última versión de Numancia, a cargo del Premio Nacional de Poesía Luis Alberto de Cuenca y la filóloga Alicia Mariño. Nueva versificación y nuevas escenas. Un producción a lo grande, excesiva e intensa. En este nuevo texto se ha actualizado el mensaje del oráculo "historiador" de una "la rota y desdichada España":
Y tiempo en que mis hijos se devoren
unos a otros en civil contienda,
y en que miles de tumbas conmemoren
del estrago fatal la saña horrenda;
tiempo en que madres y mujeres lloren
la pérdida de vidas y de hacienda,
y combatan hermanos contra hermanos
en conflictos crueles e inhumanos.
Y acabará la guerra, y vendrán años
plomizos, de precarias libertades,
en los que abundarán los desengaños
y las crudas y amargas realidades.
Mas nacerán remedios de esos daños
y darán paso al pueblo y sus verdades,
y de la estela gris de la autocracia
surgirá la flamante democracia.
Hay un momento en Numancia que ni Shakespeare ha igualado. Cervantes, un tipo que iba por libre, que se reía de su propia sombra y de la Inquisición, que fue capaz de dar la autoría del Quijote a un judío manchego, une tradición cristiana con nigromancia. En uno de los pasajes más emocionantes y duros de la tragedia pone a la doncella Lira a comer el último trozo de pan robado a los romanos. El pan viene empapado en sangre, la de Leonelo, su amado, que muere en seguida en sus brazos. Lira comulga con la sangre del que decidió sacrificarse. Es una Magdalena cervantina.
España, herida de muerte. Puede ser. Hablando de comer, los numantinos no se comen los unos a los otros. Estos españoles se comen a sus enemigos. La última cena que se dan antes de emprender el via crucis a espada es de carne romana.