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En recuerdo a Pepe Hierro, a pocos días de su centenario

Andrés Amorós recuerda al poeta madrileño y recomienda sus antologías de poemas en Es la mañana de Federico.

Los Libros: Centenario del nacimiento del poeta José Hierro

El audio empezará a sonar cuando acabe el anuncio

Andrés Amorós recuerda al poeta madrileño y recomienda sus antologías de poemas en Es la mañana de Federico.
Foto De Camilo José Cela Y José Hierro De Juantxu Rodríguez | EUROPA PRESS/UIMP

A pocos días de que se cumplan cien años del nacimiento de José Hierro, su amigo Andrés Amorós ha querido recordarlo en Es la mañana de Federico. Ha dejado sonar, para empezar su particular homenaje, el precioso poema Vida, "soneto barroco, digno de Quevedo", recitado por el propio Hierro. Dice así:

Después de todo, todo ha sido nada,

a pesar de que un día lo fue todo.

Después de nada, o después de todo

supe que todo no era más que nada.

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».

Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».

Ahora sé que la nada lo era todo,

y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.

(Era ilusión lo que creía todo

y que, en definitiva, era la nada).

Qué más da que la nada fuera nada

si más nada será, después de todo,

después de tanto todo para nada.

Después le ha recordado como siempre fue: "Un hombre sencillo". "Pepe era así. Se resistía a entrar a la Academia, por ejemplo, porque decía que él, que no sabía nada, no pintaba nada rodeado de tanto sabio". También que vivió su vida sin rencor. "No era franquista, evidentemente, pero hizo su vida, desempeñó varios trabajos en Radio Nacional y nunca tuvo resquemor de nada". Lo que más le gustaba, cuenta su amigo, "era cultivar el campo". "Su orgullo era cultivar un poco de vino, que hacía con sus manos. Él decía que esa vida era lo que le daba salud". Y su poesía, por tanto, también era sencilla. "Siempre huyó de la retórica". Para ilustrarlo, lee un poema: Réquiem, y recomienda cualquier antología suya, como la de la colección Austral. El poema dice así:

Manuel del Río, natural

de España, ha fallecido el sábado

11 de mayo, a consecuencia

de un accidente. Su cadáver

está tendido en D’Agostino

Funeral Home. Haskell. New Jersey.

Se dirá una misa cantada

a las 9.30 en St. Francis.

Es una historia que comienza

con sol y piedra, y que termina

sobre una mesa, en D’Agostino,

con flores y cirios eléctricos.

Es una historia que comienza

en una orilla del Atlántico.

Continúa en un camarote

de tercera, sobre las olas

—sobre las nubes— de las tierras

sumergidas ante Platón.

Halla en América su término

con una grúa y una clínica,

con una esquela y una misa

cantada, en la iglesia St. Francis.

(...).

Tus abuelos

fecundaron la tierra toda,

la empapaban de la aventura.

Cuando caía un español

se mutilaba el universo.

Los velaban no en D’Agostino

Funeral Home, sino entre hogueras,

entre caballos y armas. Héroes

para siempre. Estatuas de rostro

borrado. Vestidos aún

sus colores de papagayo,

de poder y de fantasía.

Él no ha caído así. No ha muerto

por ninguna locura hermosa.

(Hace mucho que el español

muere de anónimo y cordura,

o en locuras desgarradoras

entre hermanos: cuando acuchilla

pellejos de vino derrama

sangre fraterna). Vino un día

porque su tierra es pobre. El mundo

Libérame Dómine es patria.

Y ha muerto. No fundó ciudades.

No dio su nombre a un mar. No hizo

más que morir por diecisiete

dólares (él los pensaría

en pesetas) Réquiem aetérnam.

Y en D’Agostino lo visitan

los polacos, los irlandeses,

los españoles, los que mueren

en el week-end.

(...).

Definitivamente todo

ha terminado. Su cadáver

está tendido en D’Agostino

Funeral Home. Haskell. New Jersey.

Se dirá una misa cantada

por su alma.

Me he limitado

a reflejar aquí una esquela

de un periódico de New York.

Objetivamente. Sin vuelo

en el verso. Objetivamente.

Un español como millones

de españoles. No he dicho a nadie

que estuve a punto de llorar.

En Cultura

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