
El río de las preguntas recorre una ciudad hecha de aguijones. Una orilla baña la ansiedad y la otra el miedo. Nadie puede distraerse un instante ni bajar la guardia. No hay respuestas ni sosiegos. Es el otro lado de la realidad. El mal está a la vista y a su vera el porqué. En ese río se han ahogado filósofos, teólogos, novelistas y cineastas. Fueron incapaces de explicar el mal en el mundo. Sus respuestas no sirvieron a los moradores de la ciudad de los engaños y las trampas. No consiguieron hacer aceptable la presencia de lo trágico en nuestras vidas. Éste es el hilo directriz del libro de cuentos de Luisa Grajalva: El otro lado de la realidad (Serie Gong/Atlantis Ediciones). Es el pilar sobre el que se construye la última película del mismo nombre de Gonzalo García Pelayo. Se estrenará en septiembre en la Cineteca de Madrid. Otro día escribiré de la película. Ahora me interesan los relatos de Grajalva. Aunque pensados y escritos por y para el cine, van más allá del lenguaje analógico de las artes visuales. Todos los cuentos reflejan un rico y complejo sistema de representación simbólico. Las metáforas compiten en riqueza con la descripción precisa de lo inmediato. Son cuentos de cine con autonomía propia. Son más que guiones. Son materiales literarios preciosos para hacer buenas películas. Es una obra necesaria para entender las terribles contingencias de una España moral y políticamente desnortada. Traen una bocanada de aire fresco para limpiar el ambiente "literario" de las miasmas idealistas de lo "políticamente correcto". La frivolidad, la trivialidad y la veleidad de una mala literatura son combatidas con arte y elegancia en estas narraciones tan vitales como agridulces. O sea cuentos.
El otro lado de la realidad mira de frente las tragedias existenciales de nuestro tiempo. No son relatos de evasión sino guías morales para afrontar las perversidades de un mundo sin ninguna "idea de mundo". Son piezas imprescindibles para hacernos cargo del mal aquí y ahora. La autora construye con paciencia y humildad un mapa preciso de las maldades de nuestro tiempo. Casi todo son cuentos de finales tristes. ¡Qué gran cuento no lo es! Pero también los hay maravillosos, con final feliz. La cuestión en todos ellos sigue siendo el mal y su porqué, especialmente, porqué continúan luchando ferozmente entre sí los habitantes del río de las preguntas, porqué no se comprenden a sí mismos sino es combatiéndose de todas las maneras posibles para conseguir derrotarse recíprocamente. Narra Grajalva las miserias de la existencia sin complacerse jamás en ellas. O sea, más que moderna, es una autora clásica. Cualquiera de sus cuentos, breves, sintéticos, en fin, certeros parecen antes el resultado de la lectura y relectura de los clásicos que fruto de la intuición.
Y, sin embargo, Grajalva va directamente a la realidad del mal. Y la muestra sin afeites sensibleros. La escritora ha aprendido en el cine humildad y paciencia para escribir y, sobre todo, a distinguir lo esencial de lo accesorio para dar ritmo y sentido a la narración. Es una observación limpia, sin intermediarios y sin ideologías. Escrita, o mejor, reescrita cinematográficamente, es todo un vademécum para diagnosticar los problemas sociales e íntimos de nuestra época. Son, sí, diagnósticos necesarios que, antes o después, deberá abordar cualquier proyecto ciudadano, o sea político, que trate de conciliar la racionalidad de lo público con la dignidad de la vida privada.
Corra, querido lector, a la librería y adquiera este libro para enterarse bien, o sea de nuevo, de la miserias que nos trae la vida… Y, de paso, de la esperanza que podemos extraer del pozo de las desesperanzas… Un breve cuento, titulado Aún no, grabado en formato de audiolibro por la actriz Charo López nos da una idea de la grandeza que encierra este libro. Ahí va:
Tomó la última medicina de la noche y, con la luz apagada, caminó trabajosamente hasta la ventana. La abrió para mirar sin ver. Solo pensaba en su cansancio, en el dolor físico que cada día costaba más mitigar, en la parálisis progresiva de su cuerpo, en su vejez sin recursos, en que si se inclinase un poco más hacia el vacío, tan solo un poco más…
En ese instante, el perfume de los naranjos de la calle inundó el aire. Lo aspiró profundamente. ¡Cuánto le había gustado siempre el aroma del azahar!
Mientras cerraba la ventana, pensando en el esfuerzo que seguiría costándole vivir, se sorprendió diciendo en voz muy baja: No, todavía no, en esta primavera tan hermosa no.
