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Albert Boadella: "Las mejores cosas que tenemos a nuestro alrededor han sido hechas con un espíritu conservador"

En Joven, no me cabree, Albert Boadella completa el retrato de un tiempo alocado y de una generación extraviada.

Joven, no me cabree (Ediciones B), en realidad, es una obra pensada para ser representada. En ella, Albert Boadella trata de adiestrar al lector a base de adiestrar, en la ficción, a un joven woke lo suficientemente prepotente como para creerse en disposición de darle lecciones a su mentor. Entre la ironía y la enjundia de sus diálogos se van deslizando ideas profundas y pinceladas certeras, para completar el retrato que el "mejor de los maestros", en palabras de Cayetana Álvarez de Toledo, hace de este tiempo alocado nuestro. Hablamos con él:

Pregunta: Señor Boadella, ¿qué es ser joven hoy en día?

Respuesta: Un chollo. Si lo comparo con mi época, sin duda alguna. El mundo actual ofrece enormes posibilidades. Más de las que había en mi juventud. Otra cosa son los problemas a los que debe hacer frente la juventud actual. Pienso en lo que ha sido su formación. En la escuela, en la infancia, en los institutos, en las universidades. Ahora existe una sobreprotección que se ha ejercido de manera excesiva sobre los niños, y que se sigue ejerciendo sobre los jóvenes. De ahí viene el retrato que se puede hacer de las dos últimas generaciones.

P: Su libro dibuja una juventud soberbia. ¿Alguna vez en la historia la juventud ha sido humilde?

R: Seguramente no. Pero antes era forzosamente arrastrada a la humildad. Había una doma. El niño, cuando nacía, y sobre todo durante sus primeros años, era domado. La educación, propiamente dicha, no empezaba hasta que aparecía el uso de razón. Antes, sus impulsos debían ser domados. Es algo que ha desaparecido. Ahora la gente piensa que se ha de educar desde el comienzo, pero la cosa no funciona exactamente así. Por otro lado, había otra cuestión fundamental, que era el respeto a la autoridad. La gente que poseía un determinado saber, era respetada. Y esto también se ha perdido.

P: ¿Hasta qué punto eso es responsabilidad de los adultos, que se han arrodillado ante unos jóvenes soberbios e inexpertos; y no tanto de esos jóvenes, que no son más que lo que siempre han sido?

R: Sin duda alguna. Mi generación, la generación que vivió Mayo del 68, tiene una enorme responsabilidad en esta cuestión. No sólo rompimos ampliamente con lo que significó la dictadura, aquí en España, y con todos esos conceptos un tanto cerrados que podían tener nuestros padres y nuestras familias. Esto era lo lógico. Era lo que teníamos que hacer. El problema es que fuimos más lejos. Llegamos a un punto excesivo, y rompimos cosas que en realidad son esenciales. Rompimos el respeto hacia los padres, empezando por aquí. Rompimos el respeto a los maestros. Y rompimos el respeto hacia el prójimo, en fin. Nosotros, llevados por este deseo de igualitarismo, lo que hicimos fue igualar muchas cosas. Algunas de ellas muy bien igualadas, como la igualdad en relación con la mujer. Pero otras no tanto. Muchas de las veces, lo que promovió este igualitarismo nuestro fue la mediocridad. Que nadie estuviera por encima del otro, todos somos lo mismo y así. Rompimos con cosas que son esenciales desde un punto de vista natural, casi te diría que zoológico. Y eso trajo unas consecuencias. La generación de mis hijos, y la siguiente todavía más, han sido víctimas de esto.

P: En el libro explica que ya no hay jerarquías. Que hemos olvidado que no somos iguales, en realidad. Que existen estatus que deben ganarse.

R: Exactamente. Esto hay que entenderlo mirando el actual complejo que siente el propio maestro. Ahora el maestro de cualquier oficio y saber siente un complejo a la hora de imponerse. En mi libro yo introduzco esta idea desde el inicio, cuando le digo al aprendiz que no me tutee, que me llame de usted. La primera imposición. Puro protocolo. ¿Por qué? Porque los maestros están acomplejados y no quieren imponer una jerarquía que ayudará, a la larga, al aprendizaje y al desarrollo del alumno. El discípulo, lógicamente, quiere liquidarlo todo cuanto antes. Si puede ser en tres meses en vez de en seis, mejor que mejor. Y la juventud actual está muy informada. A través de sus propios canales, hay que decir. Pero, en cualquier caso, tiene más acceso a la información que mi generación. Lo que no tiene es la estructura de aprendizaje. No ha pasado por la dureza, e incluso por el dolor, y también por la ilusión del aprendizaje. Se han subvertido totalmente unos principios naturales. Porque lo que nos enseña la naturaleza es esto. No hay otra forma conocida que pueda dar mejor resultado.

P: ¿Nos hemos creído que el éxito tiene que estar garantizado siempre? ¿Nos frustra empezar a esforzarnos y darnos cuenta de que no lo está, realmente?

R: Eso es. El problema de haber estado sometidos a este tipo de nueva educación, de la que hablamos, es que el entrenamiento para aceptar los encontronazos con la vida es muy nimio. Al primer bandazo, los jóvenes se desmontan. Lo curioso es que es muy lógico, en realidad, el hecho de que el esfuerzo no dé siempre los resultados deseados. El deporte lo demuestra. Y en ese sentido es una buena formación. Pero sin embargo los jóvenes de ahora no pueden soportar la frustración, y acaban recurriendo a las primeras de cambio a la ayuda de psicólogos, cuando no van directamente a las ayudas químicas. Es lamentable. Aquí está el problema. Aquí y en esa especie de rechazo a todo lo que es el pasado. Vivimos en un rechazo compulsivo a todo lo pasado. Para el joven sólo existe la inmediatez. Y no sólo hablo de un pasado de hace 2.000 años. Hablo del de hace tres meses. Lo de hace tres meses, ya es viejo. Hay una necesidad insaciable de lo más rabiosamente moderno, como dicen ellos. Y eso destruye cualquier posibilidad de aprendizaje, de entrenamiento, de mirada amplia sobre lo que sucede alrededor. Porque todo está en el pasado. En el presente realmente hay pocas cosas y, seguramente, sus ejemplos tampoco son los mejores. En el futuro no hay nada. Todo lo valioso está en el pasado.

P: ¿Qué es el progreso?

R: En los términos en los que habla la gente que se autodefine como progresista, es una redundancia absurda. Lógicamente, la naturaleza tiende al progreso. Lo que pasa es que desde el momento en que el hombre empezó a tener una serie de características que lo diferencian del animal, la vida no ha sido siempre ascendente. Es ondulante, más bien. Hay momentos en que las cosas no están tan bien como estaban antes. Y para eso nos sirve el pasado. El pasado tiene momentos extraordinarios. En realidad, es imposible progresar sin asentarse en un pasado estable. En el libro yo incito al discípulo a ser un renacentista. Le explico lo que fue el Renacimiento, que fue una vuelta atrás de 1.200 años, un retorno a la Roma clásica. La historia funciona así. Y por lo tanto es importante que la gente joven tenga herramientas que permitan rescatar de ella la fórmula para construir el presente. No se puede construir nada desde cero. Yo le elimino la palabra creación a mi aprendiz. El único que ha creado, si admitimos la convención, ha sido Dios. El resto ha sido parido, y eso ya implica una historia anterior.

P: ¿Por qué la palabra conservadurismo tiene tan mala fama?

R: Se trata de una confusión política. Conservadores se les ha llamado siempre a los de derechas, así que el fanatismo de los bandos enfrentados juega en su contra. Pero en realidad son cosas muy distintas. Se pueden tener tendencias de izquierda y ser también conservador, en el sentido de querer conservar aquellas cosas buenas que nos resultan necesarias.

P: ¿Y la cuestión religiosa? ¿Estamos confundidos en el plano ético después de haber enterrado el catolicismo?

R: La cuestión religiosa es fundamental. Les guste a unos o no les guste a algunos, somos hijos legítimos de la cultura cristiana. Y por muy ateo que se sea, se sigue estando bajo sus formas. Otra cosa es que se practique o no. Lo que pasa es que es un tema tabú. Hoy en día, para muchos, la Iglesia es dominio exclusivo de los "fachas", de la "derecha reaccionaria", etcétera, etcétera. Es una cuestión difícil de desentrañar. Pero la realidad es la que es. Y la realidad es que las mejores cosas que tenemos a nuestro alrededor han sido hechas con un espíritu conservador. Alguno me responderá que las revoluciones también han promovido grandes cosas. Y tendrá cierto grado de razón. Sin embargo, yo nunca he pensado que las revoluciones hayan hecho más bien que mal. Si lo colocas todo en la balanza, en general, han hecho más mal que bien. Otra cosa es que hayan instigado cosas que se han hecho después. Pero siempre es mejor el sistema de reformar que el de romper. Si lo rompes todo, luego, lo esencial lo tendrás que reconstruir.

P: Hablando de tabús, ¿por qué tenemos esa tendencia a generarlos?

R: Hoy en día los que más los generan son las personas de izquierdas. Ahí está esa tendencia woke por dictar de lo que se puede y no se puede hablar. Y eso viene porque una vez la derecha asumió todos los grandes avances sociales a los que sí contribuyó la izquierda, la izquierda se quedó sin nada más que hacer. Desde entonces se ha dedicado a inventarse tendencias, casi te diría que con más intención de cabrear a la derecha que de buscar un verdadero avance hacia una sociedad más justa y libre. De ahí viene todo. Así que al final estamos sometidos a las ideas cada vez más originales y extravagantes que una izquierda va inventándose, con la única intención de diferenciarse de sus rivales políticos.

P: ¿Y por qué tenemos también ese deseo de romper los tabús, sobre todo si son los del de los demás?

R: De ahí viene otro gran problema, en realidad. Y es una cosa que también ha manejado de una forma mucho más mayoritaria la izquierda. Ellos se consideran en posesión de la verdad. Ellos son la razón. Y por lo tanto, no hay mucho más que discutir. Llegan a legislar sobre ello, imponiendo sus certezas combativas. Es una cosa que, en mi opinión, ha llegado demasiado lejos. La gente joven se ha apuntado a eso. Se ha creído que la destrucción era lo más in, lo más cool. Y así nos encontramos con cosas tremendas. Tenemos un jaleo impresionante en el mundo de los sexos, por ejemplo. Yo, personalmente, ya no sé ni cómo se llaman. Ahora se permite que un joven diga que se siente jirafa, o sirena, o superman, o lo que sea. (Risas). Y los jueces deben aceptar el juego, porque ya está introducido en la ley. (Pausa). A mi entender, estamos inmersos en un proceso de decadencia llamativo. Y puede acabar muy mal. Es necesario que el sentido común se imponga. Que acabemos de una vez con estas ocurrencias. Que discutamos de las cosas realmente serias. Las que hayan pasado el filtro del pasado. Es muy importante que las cosas hayan pasado un filtro. Como la Iglesia católica antes de canonizar a nadie, que escucha siempre a un abogado del diablo para dirimir correctamente qué es lo que hizo y no hizo esa persona. Pues eso tenemos que hacer nosotros con todo. No digamos ya en el mundo del arte, que está sometido a las peores ocurrencias. Todo se ha convertido en una mera cuestión financiera. El arte ya no importa. Importan otras cosas. Se ensalzan obras que no han pasado ningún filtro. Y nos encontramos con lo que nos encontramos, en esta situación absurda.

P: ¿Cuál es la responsabilidad del arte con respecto a la verdad? ¿La verdad debe imponerse, o sugerirse?

R: El arte, en sí, gira en torno a la belleza. Y la construcción de la belleza es una verdad indiscutible. Promueve los mejores sentimientos. Induce a las personas a lo mejor de sí mismas. Verdad y arte van unidas, sí, pero siempre por intermediación de la belleza. Si no, la comunicación puede ser completamente maligna. En la historia han existido muchos artistas que eran casi delincuentes. Pienso en Rivera, o en Caravaggio… Pero ambos pintaban extraordinariamente bien, con una belleza extraordinaria. Benvenuto Cellini, el gran escultor, era otro criminal. Pero en el momento de construir, utilizaba la belleza. Su comunicación maligna no aparecía. Estaba sujeto a la belleza, y de esa forma plasmaba lo mejor de sí mismo. Belleza y verdad van unidas. Por lo tanto, verdad y arte son exactamente lo mismo.

P: ¿Tiene sentido el arte comprometido políticamente?

R: Sí que lo tiene. El artista no es un ser aséptico. Está sometido a muchísimas pasiones. Y está bien que sea pasional. Uno puede tener, incluso, pasiones políticas. Lo que sucede es que el público que hay delante es muy heterogéneo. Así que el artista debe vigilarse, para no acabar siendo preso del fanatismo. Si el artista es preso del fanatismo, posiblemente, no conseguirá una comunicación suficientemente bella. La belleza está en la comprensión máxima de los sentimientos, de las emociones del ser humano. Con una gran amplitud. Y el fanatismo no ayuda demasiado a la consecución de ese grado de belleza. Pero el artista puede tener sus inclinaciones políticas, por supuesto. Y puede intentar comunicarlas. Aunque siempre con la idea de mejorar lo que sucede a su alrededor. De comprenderlo. Es algo que se ha hecho y que se seguirá haciendo, sin duda.

P: ¿Cómo ve la situación en Cataluña?

R: Pues esta última Diada la he vivido riéndome abiertamente, no le voy a engañar. Quizá es mi lado sádico, pero me lo he pasado bomba con tanta pelea. ¿Por qué? Pues porque han llevado a Cataluña a la máxima degradación. Al final, lo único que uno desea es que los dirigentes de Cataluña se vayan, o los pongan en la cárcel, o dejen simplemente de torturarnos con tantas estupideces. Las Diadas, cuanto peor resulten, mejor. Porque será más exitosa la oposición a lo que representan.

P: ¿Cómo es posible que en España los nacionalismos gocen de las simpatías de los autoproclamados "antifascistas"?

R: Lo que yo creo es que esta izquierda no es izquierda. Es decir, si nos tomamos en serio lo que se supone que es la izquierda internacionalista, solidaria y antirracista, la conclusión a la que debemos llegar es que esta izquierda no es izquierda. Son una pandilla de aprovechados que tratan de mantenerse en el poder como sea. Son gente amoral, que no tiene casi ideología. Porque la ideología que dicen tener jamás en la vida apoyaría movimientos de este tipo. Lo hemos visto en el desarrollo del PSOE en los últimos años. Antes no favorecía a la ruptura de España, ni tampoco a la gente que pretendía acabar abiertamente con la nación española. ¡Si incluso fueron víctimas del nacionalismo! El PSOE tuvo víctimas mortales en el País Vasco. Lo de ahora es una traición absoluta. Y, en el fondo, es también la demostración de lo que es una generación concreta, a la que yo señalo en el libro. Los políticos de hoy pertenecen por edad a ese grupo. Les da lo mismo blanco que negro. Ahora digo sí, en diez minutos digo no, y aquí no pasa nada. Son una gente sin ningún convencimiento sólido, que vive en un estado perpetuo de amoralidad. Y de morro, también. Que hay que decirlo todo.

P: ¿Sabemos los jóvenes lo que es el fascismo? ¿O el nacionalismo? ¿O el patriotismo? ¿Entendemos estas palabras que tanto usamos?

R: Lo que se percibe, más bien, es el más absoluto desconocimiento de la historia. El nacionalismo, por definición, siempre es xenofóbico. Se afirma negando al otro. Por eso siempre está en contra de algo: de otro alguien, de otra sociedad, de otro país. Al vecino se lo considera más inculto, más tonto, más sinvergüenza. Es una forma de xenofobia. El patriotismo, sin embargo, no es contra nadie. Es una forma de estar a favor de hacer lo posible por el prójimo. Podemos entender que exista un patriotismo español, o europeo. O del mundo, en general. (Risas). El patriotismo sigue esta línea. Es sacrificarse por los demás. El nacionalismo no es exactamente lo mismo. El nacionalismo es intentar vender esta idea pero siempre contra unos vecinos que son peores, más malos y más canallas que nosotros.

P: ¿Cómo se combate al nacionalismo en una sociedad que ha sido tomada institucionalmente por él?

R: Pues a fuerza de razón. A fuerza de demostrar, en la medida que uno pueda, que el nacionalismo está en contra de la igualdad. En contra de la solidaridad. Y en contra de la unidad de la gente distinta. Es una pedagogía que hay que hacer. No veo otra. Hay que ilusionar de nuevo a la gente, sobre todo a la gente joven, para que reaccione contra ello. Y hay que darles esas premisas por delante. Casi diría el lema de Francia: "Libertad, igualdad, fraternidad". Es lo único que existe.

P: ¿Cómo va ese esfuerzo en Cataluña?

R: El problema es que si el nacionalismo se encuentra con el apoyo del Gobierno central, Cataluña está perdida. Si el Estado favorece a quienes promulgan estas ideas nacionalistas, pues no hay nada que hacer. Estamos rodeados. La única posibilidad es que el Estado se comporte como tal. Que actúe contra quienes quieren romperlo, rompiendo, más concretamente, las reglas del juego. Es decir, la Constitución. Los nacionalistas quieren romper la libertad de los españoles. Por tanto, parece claro qué es lo que hay que hacer. Ahora, si el Estado mantiene esta posición que tiene ahora, vamos todos a la destrucción. No sólo de Cataluña, sino del resto de España también.

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