
Cuentan que, en una de las últimas cartas que escribió en su vida, allá por el año 1913, Ambrose Bierce definió la eutanasia como la posible consecuencia de ser viejo y gringo y viajar voluntariamente a México. Pocos meses después, en un pueblo todavía sin identificar de ese país exótico y violento, él mismo sería colocado contra un muro de piedra y tiroteado hasta quedar reducido a un mísero montón de harapos. O al menos eso es lo que se cree, porque lo último que se supo de él fue que se había unido como observador al ejército de Pancho Villa y que, tal vez, había sido fusilado en algún lugar cerca de Chihuahua.
De sus poderes adivinatorios no había dado muestras hasta aquellos últimos momentos, pero de su talento irónico para darle la vuelta a las palabras sí, si tenemos en cuenta que en su Diccionario del diablo había redefinido cerca de un millar. Su técnica era clara y aparentemente sencilla, lo que da una muestra de su dificultad, y consistía en llevarle la contraria a la lógica a través del humor, para extraer del lenguaje sus acepciones ocultas, que suelen ser más verdaderas que las que estipula la Academia.
Mucho tiempo después, en la España de antes de ayer, Rodrigo Cortés se encontró dando una vuelta por la casa que había sido de Mingote, y se topó sin previo aviso con una edición de aquel diccionario fascinante, descatalogado desde hace eones y casi imposible de encontrar a día de hoy. Isabel Vigiola, viuda del dibujante y admiradora del director de cine, no pudo más que exigirle a este último que se llevase el ejemplar. Así comenzó un juego extraño por el que Cortés comenzó imitando a Bierce y terminó extraviado en su propio universo musical, tratando todos los días de hacerle cosquillas al castellano.

Todo lo cuenta en el prólogo de su última obra, Verbolario (Random House), aunque añade algunos datos más. Cualquiera que conozca al personaje y haya seguido su actividad en los periódicos, conocerá su sección en ABC. Y el que no la conozca, no importa, porque ahora la tiene reunida en esta edición de papel. Verbolario, así, como suena, no tiene una definición escrita en piedra. Por no tener, no tiene ni su propia entrada dentro de sí mismo, lo que ya de por sí constituye toda una revelación. Es una palabra inventada, y para reconocerla es necesario abrir el libro que lleva su nombre y buscar la definición alternativa con la que pretende dibujar a su contrario. Véase: "Diccionario: Catálogo de palabras con su definición supuesta que este Verbolario enmienda para beneficio del pueblo".
"Si no hay reglas no hay diversión", explica a este diario Rodrigo Cortés. "Y el juego de Verbolario parte de que el lector conoce el verdadero significado de cada palabra". Es un diálogo con el diccionario, en definitiva. Una enmienda a la totalidad que parte de la rigidez semántica y la depura, obligando al lector a mirar a la realidad con unos ojos más indulgentes o, por lo menos, mucho menos cargados de rotundidad.
"El humor es la clave de todo", comenta. Pero para reírse "de todo" es necesario tomarse el humor como una broma. "Yo me impuse desde el principio no hacer humor de actualidad y no hacer humor ideológico", añade después. "No es que actualidad y humor sean antitéticos, pero no son buenos amigos. Se puede hacer humor ideológico, pero si lo haces, probablemente, sólo arrancarás carcajadas desesperadas de aquellos a los que has dado la razón. También se puede hacer humor de actualidad, hay grandes viñetistas que lo hacen a diario en los periódicos, pero es difícil que eso mantenga vigencia. Mi meta es el humor en sí mismo, porque el humor en sí mismo encierra su propio mensaje particular".
Para entender Verbolario hay que entender que su intención es contraria a la de los diccionarios convencionales. Es una extraña parodia que extrae verdades contradictorias y poco definidas, en una plasmación heterogénea de la forma como la gente utiliza el lenguaje en realidad. "La labor de Verbolario no es tanto definir las palabras como desnudarlas o arrancarles una confesión. Extraer de ellas su significado oculto, que por otro lado casi siempre es el opuesto. El lenguaje sirve tanto para desvelar cosas como para ocultarlas. La definición de ironía sería precisamente esa. Tratar de definir algo a través de su exacto opuesto". Por eso, su lógica interna termina donde aparece la lógica universal. "Muchas de las definiciones que ofrezco son contradictorias entre sí. Algunas serían incluso excluyentes. Pero si alguna arranca una carcajada, ya está. No hay que hacer nada más. El poder destructivo y desnudador de la risa nos dice algo de por sí".
Veamos algunos ejemplos: "Humor: Franqueza envuelta en papel brillante". "Yo no aporto definiciones ortodoxas", dice Cortés. "De algún modo, quitándole toda la gravedad al asunto, trato de decir qué significan las palabras de verdad". Para muestra, un botón: "Diez: Seis o siete". "Crispar: Competir electoralmente". "Autodidacta: Pobre con iniciativa". "Salir: Entrar en otra parte". "Tenis: Boxeo sin contacto". "Verdad: Droga que genera curiosidad, pero raramente dependencia". "Miedoso: Con más información de la cuenta". "Indecisión: Firmeza en la demora". "Verdad: Mentira aprobada a mano alzada". "Yogur: Leche caducada a punto de caducar". "Verdad: Aquello que sigue siendo exacto cuando no conviene". "Mentira: Verdad a medias". "Verdad: Propiedad mutable del conocimiento". "Diferencia: Igual, pero de otra manera". Y así podríamos seguir eternamente, que su lectura engancha.

Rodrigo Cortés sabe que es un esfuerzo baldío, el de pedirle al lector que se adentre en su diccionario y lo lea como se leen los libros. Es decir, de izquierda a derecha y de la primera página a la última. "Yo sé que pretender que la gente cruce Verbolario de la A a la Z es una recomendación absolutamente resignada. Al final, la mayoría hará lo que haría yo mismo, que es picotear. Pero el caso es que este libro es fruto de un trabajo posterior, no es la mera recopilación de cada una de las palabras que he publicado en ABC. Cuando las organizas todas, de hecho no lo haces tú, lo hace el alfabeto. Y el alfabeto provoca que sucedan cosas inesperadas. A veces puede haber recurrencias indeseables. O dos estructuras similares juntas, o sonidos, o palabras demasiado colindantes. Así que tienes que trabajar esa posible lectura, ocuparte de deshacer esos posibles nudos. Y decirle a la gente que existe la posibilidad de leer el libro de punta a punta, porque está pensado para ello".
Él comenzó en ABC hará cerca de siete años, después de que el "exitoso escritor de éxito" Juan Gómez Jurado le enseñase al por entonces director del periódico, Bieito Rubido, los juegos de palabras de su amigo, y le insinuase que igual allí tenía una sección diaria. Desde entonces han sido "dos mil quinientos partos". Dos mil quinientas definiciones con las que arrancarle una sonrisa al lector, o una reflexión, o un mero guiño cómplice. Recuperando la estela ramoniana de su admirado Gómez de la Serna, Rodrigo Cortés perfeccionó sus particulares greguerías, "antiaforismos o bombas de mano". Y nos recordó a quienes lo habíamos olvidado que el lenguaje existe para jugar. Porque es quizá en el juego donde se esconde la mayor verdad, sea eso lo que quiera significar.

