
La txalaparta, vocablo euskera que no recoge el DRAE, es un instrumento de percusión que se compone de una serie de tablas y que, para que suene, es golpeado con cuatro palos –en el caso de que haya dos intérpretes–. "Txalaparta", reza la web Walk on the Basque Side, "es diálogo e improvisación". Oh, yeah. Parece que su origen se remonta al Paleolítico y a la elaboración de la sidra vasca. Según una sidrería vasca, ojo.
Y Txalaparta (Pepitas de Calabaza, 2023) se titula la última novela del director adjunto de ABC, Agustín Pery (Cádiz, 1971). A su protagonista, Iñaki Altolaguirre, se le conoce así por las hostias que calza a etarras, gudaris y demás marcas blancas de la banda asesina. Por, como celebra uno de sus compañeros, "cómo les crujes la espalda a los hijos de puta". Txalaparta, o Alto, es un policía nacional euskaldún que desarrolla o, más bien, ejecuta su actividad en la Navarra de los noventa, un escenario que poco tenía que ver con Disneylandia. Al tipo no le motiva la búsqueda de la heroicidad ni el servicio a España, sino "la sensación de poder, real, mensurable, en las caras de aquellos barbudos de espaldas anchas, con la mirada desafiante y agreste que ante su careto se volvían tan poca cosa". Su hijo tiene ínfulas de Txapote y su esposa, Edurne, la espina dorsal de la historia, se abrasa a dos bandas en este incesante infierno.
No hallará el lector de Txalaparta atisbos de piedad, grietas por las que entra la luz ni concesiones rosas. En la novela, con un índice mayor o menor de fatalidad, todos los personajes pierden. Insiste Pery en que la historia no va sobre ETA, "es en ETA", y este almíbar pestilente, corrosivo y omnipresente sólo ofrece dos salidas de emergencia: partir extramuros o tirarse al río. El ecosistema es un paraíso para los hijos de puta en el que la pesadumbre se manifiesta implacable y la violencia es el idioma común. Como dijo en su presentación Ángel Antonio Herrera, "uno sale de este libro como con jet lag de orfandad".
Pery cocinó Txalaparta a lo largo de un porrón de mañanas de domingo al ritmo de AC/DC. Cabe apuntar que es la precuela de Moscas, thriller en el que abordaba la corrupción en Mallorca valiéndose del mismo madero euskaldún. De ambas obras emana un confieso que he vivido, un quien lo probó, lo sabe. Se nota el oficio. Y eso se agradece. El periodista empezó a visitar Navarra hace veintinueve años. Ha ido, ha visto y ha contado. Como declaró en Zenda a Karina Sainz: "Un pope del entorno etarra para decirme que mi periodismo de pluma lo pagaría con mi sangre porque comparé a algunos de los cachorros con las juventudes nazis". Rechaza el relato contemporáneo mutilado y edulcorado. En definitiva, falso. Y sospecho que hace suyas las palabras de Marta, una policía que aventura en la novela: "No hay nada que hacer contra la cadena de montaje de mártires. Mira, la mitad, o todos, coño, de estos chavales no van a dar un palo al agua en su jodida vida. Todo por la causa y a vivir del cuento de los perseguidos".
