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Jesús Fernández Úbeda

Peláez, el mejor columnismo y los pedantes del estilito

El articulista de 'ABC' acaba de publicar Ya estoy escrito, una extraordinaria recopilación de sus textos editada por Península.

José Peláez, en un momento de su entrevista con Libertad Digital. | C.Jordá

No son pocas las veces que leo a José F. Peláez como el columnista vallisoletano leía a Gistau: cerrando el periódico de golpe, tirándolo a la barra y dándome cuenta, al rato, de que el muy capullo siempre tiene razón. O casi siempre, tampoco exageremos. A bote pronto, por ejemplo, discrepo con el autor de Ya estoy escrito, una extraordinaria recopilación de sus textos editada por Península, en eso de que el estilo lo es todo. Sin un buen qué, la sobredosis de cómo lleva al manierismo pedante, al onanismo gaseoso, a la sobredosis de nada. Umbral fue un genio; sus imitadores, una peste. Se empieza queriendo emular al firmante de Mortal y rosa y se acaba posando a lo Arcadi, como degustando una flatulencia recién parida, y, encima, sin el talentazo diabólico del catalán.

Sucede que Peláez, entrevistado en esta casa por Luis H. Goldáraz, no entiende eso, el estilito de los cojones, la búsqueda del "oh, qué ingenioso", como un regate inútil, como un brindis al vacío: "Frente a lo que muchos piensan, el estilo no es retórica ni tampoco adorno: es la manera en la que un escritor experimenta la realidad, es decir, la realidad misma. La forma no es un recurso para decir lo que se quiere decir, sino que ya es lo que se quiere decir, porque muchas veces se trata solo de eso, de trasladar un punto de vista, un ambiente, una sensación". Touché, maldito. El columnista sin voz, discurso ni mirada, el columnista desarmado de lecturas –y de todo lo que eso conlleva–, es, en el mejor de los casos, un inútil; en el peor, un masajista o un matarife, según toque, del político que le ríe las ocurrencias en el Varela.

Peláez no pertenece a esa cofradía. A Peláez se le reconoce por lo que se le debe reconocer a un columnista, o sea, por la rúbrica. Sus textos cantan que son suyos. Por esa prosa limpia salpimentada con una poesía más o menos fugaz, según toque. Por un sentido del humor inteligente y nada presuntuoso –a Dios gracias, no oposita para humorista de El Terrat–. Por su rabiosa humanidad. Y por no querer dárselas de nada. El tipo aterrizó en este mundo sin la necesidad, en plan Sabina, de hacerse "selfis al ombligo": cuarentón, divorciado, padre, cicatrizado. Ya estoy escrito es una confesión de vida minada de sangre, grietas y páginas pasadas, amén de una declaración de amor bellísima y voraz a su hija. Declaración, por cierto, elaborada por un argonauta que navega un mar en el que "la paternidad es apenas una tara, el varón un asesino en potencia y el hombre un lamentable error que se ridiculiza".

Pero es que, además, manque le pueda pesar, el columnismo de Peláez tiene mucha sustancia, mucho qué narrado y bien narrado. Allende del yo, las perchas tienen cien mil raleas: que si los huesos de Cervantes, que si la máquina InSight perdida en Marte, que si el vagabundo portugués al que nadie mira, que si la emocionante resurrección de la niña Lola, etcétera. Las historias sobre las que opina, discurre y fabula enganchan. Por su estilo, que sí, caramba. Pero también por su olfato, por su inteligencia, no sé si innata, no sé si aprendida –ya lleva unos años escribiendo en la prensa–, para saber sobre qué interesa/puede interesar a su lector, que es el del ABC. Sin ser periodista profesional. Y siendo más profesional que no pocos profesionales del periodismo.

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