

Antes de empezar la presentación, Itxu Díaz me desvela su secreto: "Esto en realidad es un pretexto para reunir a los amigos. Por eso os he citado en un bar. La idea es que yo hable lo menos posible para que podamos pasar cuanto antes a lo verdaderamente importante". Lo verdaderamente importante, para Itxu, es que la gente se lo pase bien. Así que siembra su camino de pretextos para alcanzar ese objetivo. Él escribe para que el lector disfrute. Pero si los lectores no van al libro, es decir, no van al goce, entonces lleva el goce a sus lectores. Uno está tentado de pensar que en realidad escribe para poder montar presentaciones. Y que monta presentaciones para reunir a gente diversa en un acto que más que una presentación es una fiesta. Sería comprensible. Llegados a ciertas edades, juntar a toda la cuadrilla un mismo jueves en un bar requiere de estrategias más elaboradas que las del fichaje de Mbappé por el Real Madrid.
Aunque tampoco es todo tan así. La de esta semana era su undécima presentación, pero la primera vez que tenía que hablar de una novela. Y eso explica también su nerviosismo. "Hablar de mis ensayos es mucho más fácil. Al final, sabes lo que tienes que decir porque es el mismo rollo que has dejado escrito; pero con una novela todo son líneas rojas. No se puede desvelar nada, así que, al final, más que hablar del libro es mejor dejar de hacerlo". Sí se atreve, al menos, a dejar un titular mínimo, algo que pueda contener el meollo de Rosas de papel (Homo Legens). "Mi novela podría resumirse en aquello que dijo Gómez Dávila: ‘Todo hombre vive su vida como un animal sitiado’", dice, y deja que sean otros quienes lo traten de explicar.
Luis Alberto de Cuenca, que la ha leído, comenta de ella que es una novela "francamente triste", aunque rápidamente añade: "Pero está repleta de humor y de ironía". Juega con esa ambigüedad, y sin embargo no tiene nada que ver con la comedia que Itxu suele practicar en las páginas de los periódicos. "No es una novela de ‘happy ending’. Al protagonista le pasa de todo, pierde su rumbo. Es una obra que nos revela la amargura que hay en la vida. Y eso está muy bien, porque la literatura no tiene que masajearnos siempre". Lo curioso, pese a todo, es que esta lo hace a su manera. "Itxu tiene una sensibilidad para el lenguaje impresionante. Una elegancia, un estilo esplendoroso. Es imposible no disfrutar leyéndole". Palabra de poeta.
Díaz, por su parte, confiesa que el cambio de registro le genera cierta inquietud. Y lo desvela con una anécdota: "El otro día, en la Feria del Libro, un chico se acercó a la caseta y me dijo que se quería llevar mi libro para regalárselo a su abuelo porque, al parecer, lee siempre mis columnas y no para de reír. Me dijo que se lo quería llevar porque el pobre hombre lleva una temporada un poco pachucho y quiere levantarle el ánimo. No me dio tiempo a advertirle. Desde entonces, todas las noches rezo por ese pobre abuelo". Si ese abuelo se parece un poco a Luis Alberto de Cuenca, no tendrá que preocuparse mucho. "Itxu tiene una forma de escribir deliciosa", insiste el poeta. "Yo me he solidarizado con su protagonista, me he enganchado a su historia triste, pero, sobre todo, he disfrutado con su sintaxis". Ya habíamos dicho, antes de empezar con este artículo, que todo lo que hace Itxu es un pretexto para el gozo. Quienes le leemos todas las semanas lo sabemos bien.

