Menú
Carmelo Jordá

Ibáñez: nada más y nada menos que un dibujante de tebeos

Ibáñez era un genio, sólo un genio puede hacer reír a varias generaciones de lectores tantos años y, sobre todo, a los mismos década tras década.

Ibáñez era un genio, sólo un genio puede hacer reír a varias generaciones de lectores tantos años y, sobre todo, a los mismos década tras década.
Ejemplar de Mortadelo y Filemón firmado por Francisco Ibáñez. | C.Jordá

Hace unos años fui a dar un paseo por la Feria del Libro de Madrid y me encontré con que el gran Francisco Ibáñez estaba firmando ejemplares de sus muchísimas obras. Me puse en la cola, esperé mi turno, traté de expresarle lo mucho que le debo y me fui a casa con un Super Humor con un dibujito que el maestro hizo con unos trazos rápidos en la primera doble página.

Aquello me llenó de una felicidad infantil y perfecta: estaba como un niño al que acaban de comprar un Mortadelo y Filemón, ni más ni menos.

No recuerdo bien lo que le dije a Ibáñez en aquel momento o, mejor dicho, sólo recuerdo una parte, que quizá fuese todo: le comenté que llevo toda la vida leyendo a Mortadelo y Filemón y él me contestó socarrón que todavía llevaba más tiempo dibujándolos.

Pero lo que no sé si acerté a contarle que cuando decía "toda la vida" quería decir exactamente eso: no sólo aprendí a leer devorando las aventuras de los dos agentes de la TIA, sino que incluso antes de eso recuerdo a mi abuelo leyéndomelas. Y esa es una de las más antiguas imágenes que guardo en mi memoria.

De acuerdo, reconozco que eso tampoco es tan sorprendente: al fin y al cabo todos tenemos lecturas infantiles con las que nos arrancamos en el mundo de la letra impresa y que mucho después recordamos con cariño, lo verdaderamente pasmoso de Ibáñez y sus tebeos –siempre he pensado que son tebeos y no cómics, y eso no es mejor ni peor, pero la palabra sí es mucho más bonita– es que ahora, con la cincuentena recién superada, sigo encontrando el mismo placer en esas historias descabelladas, en esos personajes disparatados, en esos hilos argumentales que se repiten una y otra vez sin que a nadie le importe.

Ibáñez era un genio, pues sólo un genio puede lograr divertir, maravillar y hacer reír a varias generaciones de lectores durante tantos años y, sobre todo, a los mismos lectores década tras década: esos niños que a duras penas sosteníamos los álbumes y enlazábamos poco a poco las palabras en esforzadas frases somos ahora adultos que seguimos leyéndole mientras navegamos hacia una tercera edad a la que llegaremos, si lo hacemos, riéndonos con Mortadelo, Filemón, el Súper, Ofelia, el profesor Bacterio…

Puede que alguno piense que tampoco es para tanto, que se trata de tebeos, que están bien pero que sólo merecen el reconocimiento que se da a un arte muy menor. Si es así están en un error terrible: hay muy pocas cosas más importantes que hacer reír y si hacerlo tan bien y durante tanto tiempo no es un arte mayor no creo que haya nada que lo sea.

El que sí lo sabía era el propio Ibáñez, que años después de decirme socarrón que él llevaba mucho más tiempo con Mortadelo y Filemón que yo, seguía dibujando y publicando nuevas aventuras, con una capacidad de trabajo y un compromiso con su arte y con sus lectores del que todos deberíamos aprender, del que todos deberíamos tomar ejemplo.

Ahora que se ha ido puede que los españoles empecemos a devolverle a Ibáñez algo de lo mucho que le debemos a cambio de tantas risas, de todo ese placer, de las toneladas de lecciones de humor, de ese ejemplo de una vida de trabajo. Si alguien merece plazas y estaciones de tren con su nombre es él, no dejemos de dedicárselas porque fuese sólo un dibujante de tebeos, es al revés: era nada más y nada menos que un dibujante de tebeos, el más grande.

En Cultura

    0
    comentarios