

Lo primero que me dice Pedro Cuartango nada más sentarse delante de mí es que este libro, el último que acaba de publicar —Iluminaciones (Círculo de Tiza)— es su legado. La frase en realidad no es suya. Se la dijo una periodista en una entrevista reciente y a él le convenció. "Aquí está todo lo que me gusta. Todo lo que me interesa. Lo que me ha hecho feliz y me ha educado. Todo lo que me hace ser quien soy". Lo que hay en este libro es un universo cultural maravilloso. Toda una cosmovisión del mundo comprendida en cuadros, monumentos, películas, canciones y libros. Sobre todo libros. "La lectura ha muerto, pero nos quedan los libros", escribe. "Polvorientos, olvidados, ocultos tras los anaqueles, pero están ahí. Siempre disponibles". La lectura, subraya en voz alta, es "una forma de adquirir la experiencia del otro". Y así él nos brinda la suya a través de estas páginas, que no son más que el testimonio de cómo fue adquiriendo la de infinidad de autores como Sartre, Camus, Dostoyevski, Descartes, Heidegger, Faulkner, Mankell o Balzac. Más que cualquier otra cosa, este libro es una reivindicación de las Humanidades. Un canto de amor al arte. La enseñanza de una forma de vivir.
Pregunta: Señor Cuartango, ¿cuánto de su visión del mundo le debe a los libros?
Respuesta: Los libros me han enseñado a vivir, directamente. Y también me han enseñado a conocerme a mí mismo y a conocer a los demás. Se dice siempre que en los clásicos está todo, porque es verdad. La ventaja de los clásicos es que cada vez que los lees surgen siempre nuevos matices. Pero, más allá de eso, para mí la lectura ha sido esencialmente una forma de vivir. No solamente ha sido un pasatiempo placentero, o un instrumento para adquirir nuevos conocimientos. Sobre todo ha sido una forma de vivir. Yo he vivido a través de los libros. Casi no distinguiría entre vivir y leer. Creo que en el fondo son lo mismo.
P: ¿Su manera de ser y de pensar ha afectado de alguna forma a los libros que ha leído?
R: Es difícil responder a eso. A mí los libros me han hecho. Gran parte de lo que soy se lo debo a los libros. Pero antes de eso, a su vez, me empuja una determinada forma de leer, de entender las cosas. Los libros, en última instancia, son una puerta que te abre el acceso a otros mundos. A través de ellos puedes vislumbrar realidades fuera del tiempo y del espacio en el que tú vives. En cierta forma, leer es adquirir la experiencia del otro. Y eso sirve para ser mejor. Para tener un mayor autoconocimiento. Son dos realidades que se entremezclan.
P: Estoy centrando las preguntas en los libros porque, según escribe en el prólogo, leer le produce una emoción que supera a la de cualquier otro arte, incluida la música.
R: Sí, efectivamente. Aunque también soy un apasionado del cine. No importa. La literatura tiene unas capacidades expresivas que superan a las demás artes. Es una experiencia total. Te transmite no solamente imágenes y sonidos. Te puede transmitir sensaciones, olores… La literatura es el medio de expresión más completo. Nosotros pensamos a través de palabras, al fin y al cabo. Y es con las palabras con lo que está construida la literatura.
P: Se suele decir que es el arte que invita más a la reflexión. ¿Es necesaria la reflexión en cualquier tipo de experiencia artística?
R: Diría que sí. Cuando tú creas algo, lo que estás haciendo es sacar de dentro de ti una cosa y entregarsela a los otros. Cualquier experiencia artística es siempre en relación al otro. Roland Barthes escribió un libro, El grado cero de la escritura, en el que huía de todo tipo de interpretación sociológica marxista de la literatura. Decía que es el lector el que recrea el mundo a través de la obra. Es decir, que siempre se genera una relación personal, profunda, misteriosa, entre el creador y el receptor de la creación.
P: Eso me ha recordado a lo que escribió Danilo Kis acerca del agotamiento de la literatura que cosechó la doctrina cientificista marxista. Si el arte está relacionado con la verdad, como suele repetirse, ¿por qué escapa a la ciencia?
R: Lo que ocurre con el marxismo es que tiene una visión determinista de la creación. Para el marxismo todo está determinado por las condiciones materiales y sociales. Pero no es así. Creo que fue Adorno el que dijo que el artista escapa a esa lógica. El artista, con su arte, se escapa de las condiciones materiales del mundo. Crea algo nuevo, que es imprevisible, y que no se puede explicar con una lógica sociológica. Las grandes creaciones de Bach, La Pasión según San Mateo, es una música compuesta según los cánones del barroco, pero llega a ser tan sublime, tan inefable, que al final te sobrecoge. Y eso va mucho más allá. No puede entenderse sólo con los códigos de la época, o del género de la obra. La creación es el reino de la libertad. En ella, no existen más condicionantes que los del propio lenguaje.
P: ¿La lectura ha muerto?
R: Eso lo escribo en el libro y suena demasiado rotundo. Hay que matizarlo. Vamos a ver: ha muerto una forma de leer. Yo, cuando era adolescente, leía sin prisas. Me iba con un libro a los pinares de los alrededores de Burgos y me pasaba la tarde allí. Era una relación casi amorosa con el libro. No había nada más que el libro y yo, leyéndolo. Me sumergía en una total abstracción del mundo. Ahora vivimos en la época de las redes sociales, de los teléfonos móviles… La cultura se ha convertido en un espectáculo. Los libros están mediatizados por los intereses de la industria editorial. Es muy difícil leer abstrayéndose de la realidad y prescindiendo de sus condicionamientos. Por eso tengo la impresión de que ahora se lee de forma distinta a como se leía cuando yo era joven. Cuando digo que la lectura ha muerto digo que ha muerto una forma de leer y también una forma de relación entre el autor y el público. En el siglo XIX era totalmente distinta. Dostoyevski, Balzac, Dickens, escribían en los periódicos y eran bestsellers. No había una separación entre estos creadores inmortales y el público. Ahora esa relación directa se ha roto. No existe.
P: Fíjese que tengo tendencia a pensar lo mismo, pero luego siempre me detengo y caigo en la cuenta de que, en realidad, no viví en el siglo XIX…
R: (Risas). Yo tampoco, eh. Yo tampoco.
P: Una vez me dijo Luis Alberto de Cuenca que él no era tan pesimista a este respecto. Me dijo que, si se paraba a pensarlo, él seguía viendo en esta época a los mismos cuatro gatos que leen exactamente igual de fervorosamente que como usted describe. Porque siempre han sido cuatro gatos los que han leído así, en su época y en todas.
R: Eso es cierto. Siempre hay un sesgo retrospectivo en la forma de ver las cosas. Uno piensa que la experiencia que ha tenido en el pasado es única, pero no es verdad. Reconozco que hay una especie de autoengaño en considerar que las formas de leer que conocí se han extinguido. Seguro que existen jóvenes que leen ahora con la misma pasión con la que leía yo. Efectivamente. Tal vez haya caído en una visión demasiado egocéntrica de la cultura. Pese a todo, sigo percibiendo ese cambio del que hemos hablado. Es una contradicción, pero es así.
P: ¿Lo que ha cambiado es la industria editorial?
R: Eso es evidente, sí. Los grandes clásicos que se leían no sólo en el XIX, sino también en la primera mitad del XX… Proust, Kafka, Thomas Mann, Faulkner… Son autores que te exigen un gran esfuerzo. No son nada complacientes. Y sin embargo eran leídos. La montaña mágica es uno de mis libros favoritos, pero requiere de un empeño deliberado en seguir avanzando. Es un libro difícil de leer. Pero siempre compensa el reto. Cuando llegas a la última página, realmente tienes la sensación de que tu vida ha cambiado. Sientes que ves el mundo de una manera distinta. Y eso es algo que ahora mismo ya no se produce. Ya no existen esos grandes creadores. Si ahora mismo coges las listas de los libros más vendidos, prácticamente todos son puramente comerciales. Por supuesto que deben existir autores de una enorme calidad literaria, pero son cada vez más inaccesibles. Y muy minoritarios.
P: No he podido dejar de notar que la inmensa mayoría de los autores que reseña son o franceses o rusos.
R: Sí, es cierto. No lo había pensado, pero es así. Eso se debe a mi formación. Alguna vez te lo he contado: cuando era adolescente descubrí a los rusos. Leía con pasión a Dostoyevski, a Chéjov, a Turguénev… Mi padre me reñía. Me decía que me iba a volver loco. Después estudié francés en el bachillerato y descubrí la literatura francesa. Ahora, claro, si tuviera que decirte cuáles son mis autores favoritos te diría que Stendhal, que Balzac, que Flaubert… Estoy muy condicionado por la cultura francesa, a la que pertenezco. Pero también valoro a los grandes novelistas americanos, por supuesto. Te he citado a Faulkner, por ejemplo, que me encanta. O todos los que provienen del periodismo. Gay Talese, Joseph Mitchell… Eran periodistas. Talese trabajó muchos años en el New York Times y Mitchell toda su vida en el New Yorker. Lo que hicieron de forma sublime fue conjugar la calidad literaria con el periodismo a través de reportajes. Yo he aprendido mucho de ellos. Los he leído, los he estudiado. Y he llegado a convencerme de que no existen fronteras claras entre la literatura y el periodismo. Se puede hacer enorme literatura con el periodismo. Estos autores son la prueba. Y alguno más también, como Tom Wolfe.
P: Bueno, es que existen hasta novelas "canónicas" que en realidad son enormes reportajes periodísticos, ¿no?
R: Por supuesto. Truman Capote, en A sangre fría, lo que hace es un enorme reportaje periodístico, por ejemplo. No hay nada de ficción en él. Es todo una reconstrucción de un crimen que sucedió realmente.
P: En el libro también menciona La religiosa, de Diderot.
R: Sí, también. Es un libro que lo que denuncia es la represión y la opresión sexual en los conventos. Casi los presenta como un centro de corrupción de menores. Es una descripción implacable de cómo eran los conventos en la Francia del siglo XVIII. Fue un libro prohibido, lógicamente. Un libro que tuvo muchas dificultades. Incluso la película, que fue estrenada en Francia en los años 60, también fue prohibida. Sí, sí. La religiosa, en ese sentido, no es un libro enteramente de ficción. Casi podríamos decir que es un reportaje periodístico. Sí.
P: Otra cuestión que salta a la vista leyéndole es que una enorme parte de la literatura que le gusta es intensamente filosófica.
R: Sin duda. Es así. Lo primero que suelo decir a este respecto es que no creo mucho en la diferenciación entre filosofía y literatura. Los grandes filósofos crean un lenguaje propio. Y los grandes escritores tienen detrás una filosofía. Yo he aprendido igual leyendo novelas que ensayos filosóficos. Pero es verdad que los libros filosóficos son tal vez los que más me han enseñado a pensar. A mí me inclinó hacia la filosofía la lectura de Descartes, cuando estaba acabando el bachillerato. Leí El discurso del método y las Meditaciones metafísicas y descubrí la pasión por la filosofía. Eso me llevó a leer a otros. Pienso en Kierkegaard, para mí muy importante. En Heidegger. Y, por supuesto, en Sartre y en Camus. Con todas esas lecturas yo he aprendido a pensar. Porque al final, meterte en una obra filosófica supone un desafío intelectual. Te obliga a revisar tus ideas, a confrontar tu visión del mundo con la del autor que tienes en las manos. Personalmente, se me ocurren pocas cosas más edificantes que leer Ser y tiempo, o la Crítica de la razón pura.
P: Reseña Los demonios, de Dostoyevski. Yo siempre he pensado que el verdadero filón fascinante de su literatura no es tanto su perspicacia psicológica, como suele subrayarse, sino su moralismo.
R: No es una mala lectura de Dostoyevski. Dostoyevski era un moralista, en última instancia. Era una persona que reivindicaba una serie de valores que estaban en contradicción con la sociedad de su tiempo. Con el mundo de la aristocracia y su riqueza; con el fariseísmo de la sociedad rusa… Él defendía una especie de retorno a la pureza espiritual. Y es cierto que posiblemente sea su manera de tratar esos temas los que han enganchado y siguen enganchando a sus lectores en todas las épocas.
P: ¿Podemos decir entonces que el moralismo es un filón literario de primer nivel?
R: Sin duda. Por supuesto. Es que en todo autor hay una visión moral. Hemos citado antes a los existencialistas. Sartre y Camus hacen un tipo de novela filosófica. Pero, como digo, en todos los autores hay siempre una visión moral. Hay una visión acerca del bien y del mal. Del deber…
P: Por no ponernos muy pedantes, se me ocurre: ¿por qué Philip Marlowe es un personaje fascinante?
R: Exacto. Eso es. Porque es un Don Quijote. Es un personaje fiel a sus convicciones. Un solitario bebedor, pero inquebrantablemente honesto. Defiende a los débiles, se enfrenta a los poderosos. Es decir, Chandler, con Marlowe, nos entrega una lección moral. Si el personaje nos fascina es por su atractivo moral. El género negro es muy fértil en ese sentido. Los detectives que crea Hammett, o Mankell, son personajes que siempre responden a unas pautas morales muy atractivas.
P: Por otro lado, también reseña a Cicerón. Y escribe: "Leer a Cicerón nos reconcilia con la política".
R: Pues sí. Yo estudié las Catilinarias en latín. Las tuve que intentar traducir, aunque eran muy difíciles. Pero las lees y son un modelo perfecto de retórica. Es imposible construir un discurso y estructurarlo mejor que Cicerón. Yo a los políticos actuales les obligaría a leerlas. Son un modelo. Cómo va desarrollando los argumentos, enlazándolos… Y cómo llega a una conclusión final. La riqueza del lenguaje que utiliza… Todo. Evidentemente, Cicerón era un gran escritor, además de un gran político. Fue cónsul. A mí me parece que la política debe tener una altura intelectual y una altura moral. Y ambas se encuentran en Cicerón.
P: Es curioso porque una primera tentación cuando se comienza a aprender la historia puede ser la resignación ante lo inevitable, pero ejemplos como el de Cicerón, que perdió la vida por oponerse a una tiranía que se lo llevó por delante, sugieren lo contrario.
R: Lo dice muy bien Sartre: "El hombre está condenado a la libertad". La idea básica del existencialismo es que los seres humanos no tenemos esencia. Tenemos existencia. Es decir, que nos construimos a través de los actos, de las decisiones que tomamos. Toda vida es una reinvención. Todo hombre, en cierta forma, tiene que partir de cero. Todos tenemos que afrontar determinados dilemas. Y aunque la experiencia nos sirva, aunque muchas de las cosas que nos pasan hayan sido vividas por los hombres del pasado, nosotros siempre tenemos que decidir. Somos responsables de nuestras acciones. En ese aspecto yo no soy fatalista. Todo está en nuestras manos, lo queramos o no. Porque lo importante no es el resultado de la acción. Lo importante no es el qué, sino el cómo. Lo importante es qué decides hacer aún sabiendo que eso que hagas está abocado al fracaso. Puedes estar preso, sometido a torturas, pero siempre tienes la libertad interior de rebelarte, de no aceptar la situación. Siempre eres libre, incluso cuando las circunstancias son totalmente adversas. Aunque te enfrentes en un campo de batalla contra un enemigo muy superior, como les sucedió a los griegos en las Termópilas, siempre te queda el recurso de luchar, de no rendirte. La libertad está siempre ahí. Yo no soy determinista. Sin negar que estamos condicionados por el tiempo en que hemos nacido, por nuestro estatus social, por nuestra cultura, el hombre siempre tiene un reducto en su interior de libertad al que no debe renunciar nunca.
P: ¿Cómo ve la situación política en España?
R: Pues hombre… Muy mal. Tenemos una situación política de enorme deterioro institucional. En la transición se suscitó una gran ilusión colectiva. La idea era la recuperación de la libertad, la convicción de que la política podía mejorar nuestras condiciones de vida. Ahora estamos en una situación de escepticismo. Las instituciones democráticas se han degradado y tenemos a una generación de dirigentes, como Pedro Sánchez, que no dan ningún valor a la palabra ni a los compromisos. Esta ley de amnistía es un burdo mercadeo: impunidad de los líderes del independentismo catalán a cambio de siete escaños. Es desalentador. Pero es que además, los casos de corrupción que estamos viendo, y me refiero al caso de Koldo García, no son una casualidad. Lo que evidencian, como evidenciaron otros casos del PP, es que se han desmontado los controles institucionales. Los partidos promocionan a sus dirigentes con mecanismos de selección adversa. En la política española es una práctica habitual el clientelismo, las puertas giratorias… Todo eso ha terminado produciendo esta corrupción que estamos viendo ahora. La responsabilidad es enteramente achacable a los partidos. Pero lo que a mí me parece más destacable en estos momentos es que lo que se ha impuesto definitivamente es una determinada concepción de la política, que encarna Pedro Sánchez, y que se resume en el que el fin justifica los medios. Se puede mentir, los compromisos no valen nada y todo está justificado por las exigencias del presente. El daño que eso está produciendo, el descrédito entre los ciudadanos es tal, que no se sabe realmente qué puede salir de aquí.
P: Personalmente, he llegado un punto en el que ya no sé cómo interpretar lo que hacen y lo que dicen. He llegado a creerme que están verdaderamente abducidos, que creen realmente en su virtud intachable, en que los malos son los que osan criticarles y en que no tienen que rendir cuentas nunca por nada porque nada pueden hacer mal. Tal vez peque de ingenuidad.
R: Es que hemos llegado a extremos surrealistas. Pienso en las declaraciones del otro día de María Jesús Montero, pidiéndole explicaciones a un miembro del PP por aparecer mencionado en un sumario que afecta directamente a miembros de su partido. Es una prueba más del fariseísmo en el que nos hemos instalado. Su reacción es decir automáticamente que el PP también lo hizo. Pero si dices que el PP también lo hizo estás reconociendo tu propia corrupción… No tiene ni pies ni cabeza. Lo que habría que hacer es pedir perdón, para empezar, y tomar medidas para castigar a los responsables y para que algo así no se vuelva a producir. Que no sean capaces ni siquiera de hacer eso, que se haya desterrado hasta la posibilidad de reconocer los pecados propios, lo que demuestra, en mi opinión, es su falta de sinceridad. A los partidos políticos les resulta más rentable llevarse las manos a la cabeza que tomar medidas internas. No lo quieren hacer. Lo único que revela eso es la intrínseca falta de voluntad de combatir la corrupción.
P: Es difícil ser optimista…
R: Claro que es difícil. Hemos entrado en una dinámica muy destructiva.
P: Y tampoco se divisa en el horizonte ningún espíritu de reconstrucción…
R: Lamentablemente. La política se ha convertido en una lucha exclusiva por la alternancia en el poder. No hay valores éticos. No hay un proyecto de transformación de la sociedad. La sensación es que la oposición critica al poder para ganar las siguientes elecciones y hacer lo mismo. Sánchez, por ejemplo, está repitiendo y amplificando todo lo que había criticado en Rajoy. Y el problema es que todo es una especie de espiral. Se van sentando bases que rebasa el que viene detrás. Yo recuerdo que las declaraciones más duras contra las puertas giratorias las hizo nuestro actual presidente. Pero llegó al poder y en unos meses estaba colocando a sus amigos. El que llega siempre está legitimado para repetir lo que hizo el anterior. Así que un peligro está en quién sucederá a Sánchez. Habrá que ver si parasita todas las instituciones con amiguetes y gente afín, si utiliza el Estado como una finca personal, si mezcla los intereses de su partido con los del Gobierno… Ese es el peligro. Y claro, también es lo que te lleva a un terrible pesimismo. Te acabas diciendo: yo ahora mismo votaría un cambio, pero, ¿votar para qué? ¿Para que el que venga haga lo mismo? Por eso pienso que lo más importante es que aparezcan alternativas políticas basadas en una concepción ética. Es algo fundamental, que quiero remarcar. Necesitamos proyectos políticos que estén basados en una regeneración ética de la sociedad. No una mera alternancia del poder. Necesitamos otra forma de hacer política. Si no, no veo la forma de recuperar la confianza de los ciudadanos.
P: No sé si se ha enterado de la polémica que se generó en las redes por un titular de una entrevista suya reciente.
R: Sí me he enterado, sí. Se ha montado una… Pero la cosa es muy sencilla. Me viene bien que me lo preguntes. Vamos a ver: yo voté a Sánchez en las elecciones de 2015. Hace nueve años. ¿Por qué le voté? Pues por todo esto que te estoy diciendo: por todo lo que él decía que iba a hacer. La regeneración ética. Le voté porque le conocía y tenía un trato directo con él. Naturalmente me defraudó. Me engañó. Ahora la gente me insulta, me llama viejo chocho, dice que soy un corrupto… Son trolls. No les doy más importancia de la que tienen. Pero para mí es una cosa que refleja el nivel de fanatismo que hay en las redes sociales. Que la gente se atreva a pedirte responsabilidades por lo que has votado hace nueve años… Vamos a ver: yo voto a quien me da la gana. Y si le hubiera votado en las últimas elecciones, también.
P: Otra cosa que se comentaba tenía que ver con eso que dijo de que Sánchez no es de izquierdas. Hay mucha gente que denuncia un tipo de argumento que pretende exonerar a la izquierda de todos sus errores. Cuando alguien de izquierdas hace el mal, no es de izquierdas. Sólo la derecha es mala…
R: Sí, te entiendo. En esto quizá sí que debería hacer autocrítica. En eso me equivoqué. Lo tendría que haber formulado de otra forma. Lo que quería decir es que para mí, que tengo una idea de la izquierda tal vez romántica, por mi pasado, la izquierda se caracteriza por una visión ética de la sociedad. Tiene una serie de ideas fuerza como la igualdad. Y yo no veo eso en Sánchez. Lo que veo es puro mantenimiento del poder. Puro pragmatismo. Yo pregunto: ¿es de izquierdas decir que el fin justifica los medios? Y lo dejo ahí. A eso me refiero.
P: Hay mucha gente de derechas que entiende que la izquierda quiere adueñarse de toda visión ética de la política, convirtiendo la contienda ideológica en un campo de batalla maniqueo.
R: Sí, eso es cierto. Estoy totalmente de acuerdo con quienes denuncian eso. Yo rechazo la idea de la supuesta superioridad moral de la izquierda. Me parece una falacia estúpida. Personas honestas, con fuertes principios morales, las hay tanto en la izquierda como en la derecha. Es una idea a combatir. Nadie tiene el monopolio de la moral. En fin. La sociedad española siempre ha sido muy cainita. Tiene una historia trágica de enfrentamientos. Y lo preocupante ahora es la enorme polarización. Por eso yo una de las cosas que más le reprocho a Sánchez es que no gobierne para todos los españoles. En vez de estar a la altura de su cargo institucional, lo que hace es dividirnos. Habla de la fachosfera, de una derecha cerril e intransigente… Está utilizando la alianza del PP con VOX de forma interesada… La contienda política siempre es legítima, pero hay unos límites. Dividir por dividir, sin más motivos que el propio beneficio personal, no me parece legítimo. Las personas tienen derecho a votar a quien quieran. Yo no juzgo a quien le vota a él, ni a Sumar. Ni al independentismo, aunque no me guste. Pero Sánchez distingue a la humanidad entre dos tipos: los votantes de la izquierda, que son buenos; y los que votan a la derecha, que son malvados, intransigentes y un peligro para nuestra libertad…
P: Hasta que tienen siete votos que le son muy útiles, claro…
R: Efectivamente. Hasta que tienen siete votos y le interesa pactar con ellos. Ese es el perfecto corolario de lo que digo.
P: ¿Es posible una regeneración ética de la política si desechamos las Humanidades de la educación?
R: No lo creo. Lo escribo en el libro: las Humanidades son fundamentales para cualquier persona y para cualquier profesión. Un médico, un ingeniero, será mucho mejor si ha leído a Homero o si es capaz de apreciar la belleza de una catedral. Entenderá mucho mejor el mundo en el que vive si conoce su historia. La desaparición de las Humanidades en el bachillerato es una tragedia. Y eso va unido también a la desaparición de la cultura del esfuerzo. Parece que el esfuerzo sea algo negativo. Pero es que el conocimiento no se adquiere por ciencia infusa. Requiere esfuerzo. Si no recuperamos esos valores del esfuerzo, de la excelencia, si no recuperamos la enseñanza de las Humanidades en la enseñanza media, este país cada vez será peor en todos los sentidos. Será menos creativo, menos productivo y peor éticamente. La paulatina degradación de la calidad de nuestros políticos también se explica por ahí. Porque, al final, todo se reduce a la educación.

