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Andrés Trapiello, porque el oficio de la vida es desbordarse

El escritor presentó ayer Fractal, la puerta de entrada definitiva a su Salón de pasos perdidos.

El escritor presentó ayer Fractal, la puerta de entrada definitiva a su Salón de pasos perdidos.
El escritor Andrés Trapiello en la Feria del Libro de Madrid | Europa Press
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Lo normal sería pensar que a cualquier vida uno entra cuando puede, es decir, cuando le toca, porque no es posible echar las vidas para atrás. Luego están los escritores, que si por algo se caracterizan generalmente no es por ser normales. Y, por último, Andrés Trapiello, quizá no el más peculiar de todos, pero sí el que tiene entre sus manos un proyecto capaz de desafiar las normas básicas que rigen la realidad. Se trata de una curiosa paradoja, pues, como él mismo explica con ese tono enrevesadamente diáfano que le caracteriza —un tono como de nudo marinero, tan desenfadadamente sencillo, tan complejo de imitar—, sus diarios del Salón de pasos perdidos nacieron y se expandieron irrefrenablemente debido a su necesidad imposible de fijar la vida, "que pasa rápido", y el mundo, "que se expande mucho más". Aunque para hablar de esto ya habrá espacio más abajo. Lo que ayer ocupó a unos pocos lectores felices fue la presentación de un libro que sirve como prolongación de una saga interminable y, al mismo tiempo, la resume. "¿Es el tomo 25? ¿Es una antología?", se preguntaba Pilar Álvarez, su editora en Alianza. Es, simplemente, un Fractal (Alianza Editorial). La imagen desdoblada y reducida de aquellos diarios inmensos que ya fueron siendo publicados en su momento. Una puerta de entrada para esos tantos otros lectores —no tan pocos, aunque suponemos que igual de felices—, que han ido llegando tarde a ellos y que, disparatadamente, cuando llamaron ya no tenían por dónde entrar.

La dificultad de la empresa radica en la propia naturaleza de una obra que "sólo se entiende por acumulación", explicó ayer el propio Trapiello. "Se parece un poco a la realidad". "¿Cuántas páginas ya de este Diario? Todo empezó cuando un día me miré en un espejo y no vi a nadie", es la cita que recibe a los lectores de Fractal. En el fondo, es un reclamo por condensación de una novela que no puede acabarse porque sigue en movimiento. Una forma de facilitar a los lectores el acceso a unos diarios que acumulan más de 14.000 páginas en 24 tomos pero que, "igual que el mundo", se entienden mejor cuanto más se los repasa en profundidad. "Lo ideal es, después de todo, acudir directamente al Salón de pasos perdidos", añadió. "Te pueden enseñar una ciudad en dos calles. Hay calles que son fractales de la ciudad. Pero más conocerás la ciudad cuantas más de sus calles conozcas".

Por todo ello, quizá lo más curioso no sea tanto cómo ha podido ir haciéndose una empresa así de mastodóntica siguiendo el paso ligero de una vida que se va desbordando sola, sino por qué, casi cuarenta años después de su inicio, ha sido necesario confeccionar este atajo inevitable, esta especie de catálogo de lugares canónicos que los turistas primerizos, cada vez más numerosos, pueden empezar por conocer. La tarea es todavía más admirable si nos detenemos a pensarla. "Existen muchas clases de diarios escritos por muchos tipos de diaristas magníficos. Pero yo suelo entender que la mayoría de ellos terminan faltos del conjunto de la persona que los escribe. Yo he intentado abarcarlo más o menos todo. He procurado que mi diario tuviera todos los tonos que nos ocurren a todas las personas a lo largo de nuestra vida. Eso es reír, llorar, comer, pecar… Y también soñar. En mis diarios están reflejados los sueños y está reconstruida la vida para dotarla de un cierto sentido literario. Tienen más vocación de novela que de crónica. Creo que lo que agradecen los lectores —lo que les atrae— es que pongas por escrito aquello que sienten igual que tú: la fugacidad del tiempo, la cotidianeidad de una vida en la que no pasa nada pero en la que acaban pasando muchas cosas. Lo que es verdaderamente importante para todos: la familia, los hijos, bajar a comprar puerros…". La frase se quedó ahí porque Juan Marqués, encargado de presentar la obra ante la audiencia, se vio obligado a intervenir. "Eso está muy bien pero no deja de ser una coquetería. La vida de Andrés no es simplemente bajar a comprar puerros porque Andrés es una de las poquísimas personas que conozco a las que le pasan cosas irremediablemente. Tiene un imán para atraer sucesos y anécdotas maravillosas. Y no se me escapa que para que eso ocurra es necesaria una actitud determinada frente a la vida". La tentación al oír aquello fue mirar hacia la puerta para ver si entraba estrepitosamente alguna chifladura, con su literatura a cuestas, pero no pasó. Yo, ofreciéndome como mártir para el anecdotario, saqué el móvil y compré un boleto de Euromillones. Me quedé con la ilusión de que, si no me tocaba esa misma noche, siempre me podrá tocar cuando Trapiello se ponga a transcribir el día de ayer.

Era una ilusión infructuosa, ya lo sé: "Yo escribo a mano en unas libretas y relleno unas doscientas páginas al cabo de un año. Después, cuando me siento a transcribirlas, digamos que me quedo únicamente con setenta, que se convierten rápidamente en quinientas de nueva planta al ponerme a montarlas. A diferencia de una novela canónica, en la que todo cuadra, esta tiene que ir siendo dotada de un sentido sobre la marcha. En función de cómo monto mis diarios, el resultado puede ser completamente diferente. Es ahí donde entra la literatura". Lo cual quiere decir dos cosas. La primera, que él mismo es consciente de que se trata de una obra condenada a quedarse incompleta, ya que habrá una parte de su vida que, aunque no quiera, no podrá llegar a transcribir —"es como asomarse a un abismo", comentó; y yo pensé en el Chapu y en esa frase que repite de que toda muerte es un naufragio—. La segunda, que por más que lo desee nunca llegaré a leer que en una noche como la de ayer a un chaval de la concurrencia le tocó un bote millonario. Y no porque algo así no quepa entre mis sueños, sino porque la cruda realidad es que al cabo de unas horas ese bote no tocó. El talento de Trapiello está no en inventar lo que no ocurre, sino en saber que hay aventura en contar que no ocurrió.

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