
Hubo un tiempo en el que los poetas eran peligrosos. Al menos, así los consideraban los tiranos que los acosaban y asesinaban. Stalin llamó a Boris Pasternak para preguntarle por Osip Mandelstam, al que había mandado detener. El que sería Premio Nobel de Literatura se hizo el loco o el tonto según las versiones. Aparentar locura o estupidez era el único salvoconducto para no terminar en Siberia. No fue el caso de Mandelstam que murió de frío, hambre y comunismo en la estepa carcelaria bolchevique.
Ismail Kadaré acaba de morir a los 88 años, un récord teniendo en cuenta que a él también vivió en el Moscú estalinista y su tirano particular en Albania, su país natal, el comunista en versión maoísta Enver Hoxha, le llamó un día para felicitarle por un poema. No todo el mundo sobrevive a la felicitación de un dictador, pero Kadaré aprovechaba las circunstancias para escribir a propósito estupendas novelas como El crepúsculo de los dioses de la estepa y El general del ejército muerto. La Albania de Hoxha era una especie de Corea del Norte en el corazón de Europa. En un país de dos millones de habitantes, 200.000 pertenecían a la KGB de Hoxha, Sugurimi, por lo que había un dicho "si estás solo, estás a salvo. Si sois dos, estate alerta. Si sois tres, echa a correr".
Kadaré hizo las tres cosas, permaneció a salvo, estuvo alerta y echo a correr escribiendo literatura de denuncia parapetado tras alegorías y simbolismos. En su obra más famosa, El palacio de los sueños, traza un imperio ficticio al estilo del Leviatán de Hobbes, El proceso de Kafka y 1984 de Orwell, con una vigilancia absoluta y permanente por parte del Estado que reprime a todo el que se mueve. En el resto del mundo era catalogada como una feroz distopía, pero en Albania se consideró fiel costumbrismo. Al fin y al cabo, Hoxha había metido en la cárcel diez años a un tipo por atreverse a elogiar a Beckenbauer en un Alemania-Albania. Contra eso, no hay imaginación posible y el artista debe dedicarse a reflejar humilde y fielmente una realidad enloquecida a mayor gloria de Marx y Mao. ¿Qué artista se puede inventar que en un país donde la gente se muere de hambre se lanzan mensajes al estilo de "vivan las gallinas comunistas" o "vivan las vacas comunistas". En una cita lapidaria del escritor albanés
En un país de ese tipo, lo primero para un escritor es lo más importante, lo más sustancial, es: no te tomes en serio el régimen. Eres escritor, vas a tener una vida mucho más rica que la de ellos, eres en un sentido u otro eterno en comparación con ese tipo de gente, y en última instancia no necesitas preocuparte mucho por ellos.
Esta atmósfera entre el terror y la parodia fue reflejado por Kadaré en novelas como El sucesor y La hija de Agamenón. Consiguió sobrevivir como Shostakovich y Ajmátova bajo Stalin siempre en el filo de la navaja totalitaria. Paradójicamente, tuvo suerte de que Hoxha disfrutaba considerándose un intelectual (había estudiado en la Soborna, esa fábrica de psicópatas ideologizados con ínfulas filosóficas) y se las daba de proteger a los artistas. Me gusta especialmente su Disputas en la cumbre, donde investiga el papel que jugaron los poetas con Stalin, en especial, la llamada que hizo Stalin a Pasternak para saber su opinión sobre Mandelstam, que luego sería asesinado por el régimen comunista. Cuenta la leyenda, como decía, que Pasternak miró hacia otro lado. Kadaré no llega a ninguna conclusión, salvo que la conclusión sea que bajo una tiranía no es posible saber nunca la verdad porque la esencia del totalitarismo es la negación de la realidad.
Ismail Kadaré ha muerto siendo no solo un gigante de la literatura albanesa sino también un referente de la literatura de la libertad. Junto a Borges y Nabokov, es el más célebre no ganador del Nobel, aunque sí consiguió el Booker Internacional, el Príncipe de Asturias y el Jerusalén. Nadie mejor que él para suceder a Karl Popper como miembro asociado extranjero de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de París. Pero lo que le animaba era su talento y también escribió obras maestras tras la caída del régimen maoísta. Nos advirtió igualmente sobre la idiocracia censora y políticamente correcta de las democracias liberales
En Occidente, el problema no es la libertad. Hay otras servidumbres: la falta de talento, los miles de libros mediocres que se publican cada año.
En su honor, debemos tratar de reconocer a los que como él siguen luchando con sus palabras contra el Terror ideológico, de los regímenes ideológicos comunistas a los estados teocráticos islamistas. Porque ellos cumplen la función más importante: seguir manteniendo el espíritu de la humanidad entre torturas ideológicas y asesinatos políticos. En palabras de Kadaré:
El infierno del comunismo, como cualquier otro infierno, era asfixiante en el peor sentido del término. Pero la literatura lo transformó en una fuerza vital, una fuerza que te ayudaba a sobrevivir y a mantener la cabeza alta y vencer a la dictadura.

Poeta de ideas, Kadaré nos recuerda que, en general, los mejores novelistas son aquellos que escriben magníficos poemas y están insertos en una tradición que no les angustia, sino que los vertebra e inspira. En Kadaré viven de Homero a Tolstói pasando por Sófocles, Shakespeare y Cervantes. En Pretextos tienen una muy buena antología de Ramón Sánchez Lizarralde. Si en sus novelas podíamos mencionar ecos de Kafka y Orwell, en sus poemas sentimos la presencia, aunque como homenaje y no como copia, de Kavafis y Kipling
Vosotros llegaréis en años más serenos,
muchas palabras nuestras os parecerán absurdas,
porque muchas otras las habrá borrado el tiempo,
como también los tigres quizá se hayan extinguido.
Al penetrar en las ruinas robustas
e imponentes de nuestros poemas
con vuestra fría lógica,
quizá intentéis juzgarnos.
Las ruinas callarán.
Pero os devolverán el eco
de vuestra voz.
Y aunque mil veces dictéis la sentencia,
mil veces vuestra voz retornará.
Así será si no juzgáis con rectitud
nuestro silencio altivo y vasto,
si llegarais a olvidarlas palabras perdidas,
las crueldades que fueron.