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Emilio Lara: "Los 'woke' son Darth Vader con la careta de Yoda"

El doctor en Antropología publica Los colmillos del cielo (Ariel, 2025), un ensayo en el que aborda la historia de las utopías.

El doctor en Antropología publica Los colmillos del cielo (Ariel, 2025), un ensayo en el que aborda la historia de las utopías.
Emilio Lara, escritor. | Emilio Lara, escritor. | LD

Emilio Lara (Jaén, 1968), uno de los mejores novelistas históricos patrios, ha publicado su primer ensayo, Los colmillos del cielo (Ariel, 2025), donde peregrina y aborda las utopías, a las que así define: "Experimentos sociales que utilizan a los seres humanos como cobayas al prometerles un paraíso en la Tierra, los cuales la mayoría de las veces no son sino un cielo con colmillos, ya que el edén suele devenir en infierno". El libro arranca con Platón y se acaba con los jipis. Hay en sus páginas mucho tronao, ególatra, psicópata y acomplejado. También gente buena y/o con buenas intenciones, como el inventor del concepto, Tomás Moro, o los jesuitas que forjaron su versión del Paraíso aplicando las Leyes de Indias en el Paraguay. Este doctor en Antropología, profesor de Geografía e Historia y Bandera de Andalucía de las Ciencias Sociales y las Letras, ha llegado a interesantes conclusiones: los planes y proyectos utópicos son hijos de Occidente y de hombres –las mujeres están a otra cosa–. Sobre todo ello conversamos en LD.

P: Hasta las ratas tienen esperanza.

R: En los años cincuenta, hubo un experimento muy famoso en el ámbito de la biología. Un biólogo estaba viendo el tiempo que tardaban las ratas en ahogarse en las cubetas de vidrio. Se dio cuenta de que si las salvaba, si las sacaba después de que creyeran que no tenían salvación, en vez de tardar cinco minutos en morir, podían tardar hasta treinta. ¿Por qué? Porque les trasladó esperanza: pensaban que alguien, en el último momento, las iba a salvar. La esperanza es uno de los factores de tracción en el ser humano. Las personas desesperanzadas se abandonan.

P: En este libro hay mucho lobo con piel de zorro. Y mucha oveja necesitada de pastor.

R: Lobos con piel de oveja hay muy pocos. Efectivamente, los ideólogos, los manipuladores, son lobos con piel de zorro. Y hay muchas personas necesitadas de un gurú, de un director espiritual que les marque el camino. Les prometen de una forma efectiva, muy rápidamente, en una autovía, la construcción de un mundo perfecto, y esa gente piensa que será redimida de todos los agravios sufridos. Eso sí, como estos fanáticos utópicos, en su mayoría, azuzan las bajas pasiones humanas, como el rencor, la envidia o el resentimiento, sus seguidores ven recompensada su existencia viendo a los enemigos castigados, cuando no muertos.

P: ¿Cuánto pesan, en no pocos casos, los complejos y los traumas de la infancia en los inventores de utopías?

R: Muchísimo. Me ha gustado hacer un poco de psicólogo de la Historia. Abro los cráneos de algunos ideólogos utópicos. Cuando investigas sus vidas, te das cuenta de que todos estaban marcados por un narcisismo exacerbado, se creían superiores. Algunos creían tener wifi con Dios, y otros creían que habían llegado a este mundo para hacer algo muy importante. Por ejemplo, Hitler fue un nini, malvivió en la calle, ni siquiera llegó a terminar el instituto. Otros tenían complejos físicos, una infancia muy dura o pensaban que no habían tenido el éxito profesional que merecían. Todos, eso sí, tenían un carisma impresionante, una capacidad innata para manipular a las masas. Y estas personas, en general, estaban desconectadas de la realidad. Vivían en su burbuja mental, pasaban del mercado, de la sociedad, no eran amigos de aplicar el Derecho, ni de pactar, sino de la imposición, de que la realidad se amoldase a su idealidad.

P: Las utopías son también un imán para zumbados. Por ejemplo: habla de los arditi, soldados de élite que, tras la Primera Guerra Mundial, fueron "incapaces de llevar una vida normal en tiempos de paz, pues sus cabezas y corazones eran unas ollas exprés a punto de estallar". ¿Dónde desembocaron? En Mussolini.

R: El núcleo duro de los fascistas estaba formado por tronados. Muchos habían sido militares en la Primera Guerra Mundial que se habían quedado pillados en la guerra, tan traumatizados que no sabían adaptarse a la vida civil. Para ellos, el fascismo fue hacer la guerra a través de la política, cambiar las trincheras por las peleas callejeras y los mítines. Era gente que no servía para una vida normal, y encuentra en esa utopía política del fascismo la forma de rehacer su vida y de integrarse en la sociedad. Pasa lo mismo con el nazismo, con la rebelión anabaptista de Münster, en el siglo XVI, en Alemania, o con algunos seguidores de Savonarola en Florencia. También con algunos bolcheviques de primera línea: cuando Lenin crea la Checa, la mitad de los chequistas eran delincuentes comunes, y la otra mitad, gente de un fanatismo enorme, sin escrúpulos.

P: Luego están los incautos, los que azuzan a la fiera creyendo que la controlan, pero… Y en ese pero, cabe un apocalipsis.

R: Son los más cándidos. Y los que van de listos. Suelen acabar devorados. Se ve muy bien en el nazismo: la alta burguesía alemana creía que controlaba a Hitler, se reía de él, lo veía como un payaso que, en el momento que obtuviera el poder, sería controlado como un títere. Al final, Hitler se los comió a ellos. Lo mismo sucedió con Savonarola en Florencia: en su república moralista y tenebrosa. El poder de atracción de cada uno de estos regímenes utópicos es una constante a lo largo de la Historia. ¿Por qué? El ser humano actual es el mismo que el que pintó Altamira. Nuestra inteligencia emocional es la misma. El ser humano no ha cambiado desde el punto de vista biológico. Entonces, desde la perspectiva biológica, es normal que se repitan estos errores o estas esperanzas, este mundo de Alicia en el País de las Maravillas donde cambias la realidad por el mero hecho de renombrarla. Perseguir un sueño, que la vida se dé la vuelta como un calcetín, es un pensamiento seductor para tanta gente… por eso tanta gente sigue las utopías. No todos están chalados: es gente normal, generalmente desesperanzada, que encuentra una razón de existir.

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Emilio Lara, escritor.

P: Escribe que "las utopías son experimentos sociales que utilizan a los seres humanos como cobayas al prometerles un paraíso en la Tierra, los cuales la mayoría de las veces no son sino un cielo con colmillos, ya que el edén suele devenir en infierno". Dice "la mayoría", no "todas". Usted admira, sobre todo, a los jesuitas del Paraguay.

R: Fue una utopía magnífica. Las misiones jesuíticas del Paraguay, que funcionaron ciento cincuenta años, fueron un experimento muy exitoso. Es una utopía que no tiene una autoría individual: fue colectiva. Un grupo de ideólogos jesuitas une el idealismo y el enorme pragmatismo jesuítico. Construyen una teocracia blanda en un enorme territorio de la América Española, respetando las Leyes de Indias, incardinados en el Imperio Español. Las milicias guaraníes, que llegaron a tener 30.000 efectivos, fueron entrenados por jesuitas y entraron en combate con las banderas de los Tercios de Flandes, o con las de los regimientos borbónicos en el siglo XVIII. Luchaban contra los bandeirantes portugueses, que buscaban capturar y esclavizar a los indios. Mi admiración no tiene reservas. Me emociono con La Misión, cada vez que veo la película o escucho la banda sonora de Morricone.

P: Sostiene que las utopías son hijas de Occidente…

R: Me di cuenta al acabar el libro. Todas han sido paridas en Europa, todas. No ha habido una sola utopía, ni tan siquiera teórica, en Asia, en África o en la América precolombina.

P: Y son hijas de hombres.

R: No son hijas de puta, sino de hombres hijos de puta; otros, no. El infierno está lleno de buenas intenciones. A los socialistas utópicos les tengo una gran simpatía, nunca le hicieron mal a nadie. Algunos estaban absolutamente flipados. Sus planteamientos son delirantes muchas veces. Algunos eran iluminados que invirtieron todo su capital en construir comunidades utópicas en América, la tierra prometida. Terminaban muy mal aquellos experimentos, salvo algunos de ellos, como el de Robert Owen, que hizo economatos para los obreros, guarderías, la idea de un banco central mundial… No eran malintencionados. Pero las utopías son creaciones de la soberbia del intelectual. No olvidemos el narcisismo y la arrogancia de Platón, por ejemplo.

P: ¿Qué piensa del hembrismo?

R: Todo el movimiento woke es una utopía. Los compartimentos identitarios que conforman el movimiento woke, como el hembrismo, son utópicos. Los woke son Darth Vader con la careta de Yoda. Se consideran víctimas y tienen que ser continuamente satisfechos. Lo woke odia la Historia, el pasado les duele. No es que ignoren el pasado, es que desprecian la Historia y quieren reescribir la Historia para escribir el futuro. No es una cuestión de ignorancia, sino de un factor emocional tan poderoso… Lo woke no ha muerto, está aquí para quedarse mucho tiempo.

P: Con Trump y derivados, ¿no cree que habrá, y que ya está asomando la patita, un contrawoke de derechas?

R: Hay que hacer frente a lo woke. La cancelación significa la muerte civil de muchísima gente. La ideología woke ha prendido en las universidades, en los directivos de las grandes tecnológicas…

P: Que están virando. Los vimos en la toma de posesión de Trump.

R: Ten en cuenta que con los woke no puedes debatir: con los fanáticos no tienes ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo. El contrawoke de derechas, como dices, ha emergido con Trump, el rompehielos del mundo woke. Trump funciona como una apisonadora. Y hay también un radicalismo semejante al de la izquierda. Sin embargo, detrás de este contrawoke hay más gente mesurada, ponderada, razonable, tanto en EEUU como en Europa, que debería aprovechar esta fisura abierta para mostrar sus puntos de vista sin megáfonos, con una voz sosegada.

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Emilio Lara, escritor.

P: Vamos acabando, señor Lara. Su padre conoció a un macho alfa nazi.

R: Sí. Mi padre le hizo una casa a Otto Skorzeny. Mi padre trabajó como perito industrial en el desarrollismo franquista, y la empresa en la que trabajaba le hizo un chalé en la Costa del Sol a Skorzeny. Skorzeny medía dos metros, le tuvieron que hacer una bañera especial para él. Era un tipo con mucho don de gentes. A mi padre le gustaba mucho la Historia, y se ponía a hablar de Skorzeny de la Segunda Guerra Mundial. Le enseñaba el reloj que le regaló Mussolini. Y contaba que Mussolini estaba muerto de miedo, debajo de una mesa, cuando llegaron a rescatarlo en el Gran Sasso.

P: Metidos en cosas nazis, cuénteme sobre los "cristianos alemanes".

R: Una de las características del protestantismo es la obediencia casi ciega al príncipe, al mandatario, al jerarca. La Iglesia Católica fue la única que puso pegas al ascenso del nazismo. Luego, durante la guerra, varios obispos fueron silenciados por el nazismo. Hubo una gran cantidad de sacerdotes que acabaron en los campos de exterminio… Sin embargo, las iglesias protestantes abrazaron de forma entusiasta al nazismo. Los "cristianos alemanes" fueron una iglesia utópica, mezclaron el cristianismo protestante con el biológico. Querían una iglesia exclusiva para los arios, de manera que la salvación de Cristo, al final de los tiempos, estuviera reservada a los arios.

P: Los colmillos del cielo le rondaba desde hace treinta años.

R: La carrera de Humanidades fue una epifanía en mi vida, un amor a primera vista y un amor correspondido. Varios de mis libros ya escritos nacieron en esa época; otros siguen en la mente y en el corazón esperando el momento oportuno. Para este libro, he necesitado muchos años de lecturas, de conversaciones con amigos, de viajes, y de forjar una voz narrativa para escribir un ensayo con las técnicas de un novelista.

P: Conversaciones con su hermano Isi.

R: Le dedico el libro a mi hermano, que murió hace año y medio. Él, en alguna medida, fue un utópico, pero sobre todo fue una persona desajustada con el tiempo que le tocó vivir. En ese sentido, era muy distinto a mí. Y como él no pudo leer este libro, pues se lo he dedicado.

P: Va la última. ¿Cuál es la mayor lección que ha aprendido mientras escribía Los colmillos del cielo?

R: Que, en la vida, los experimentos con gaseosa.

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