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Todo es bonito

Voy y me siento en el Metro frente a un hombre que lleva una camiseta de Wish you were here, un disco muy antiguo de Pink Floyd. Debe tener unos treinta años o más, el disco. Seguro que lo has visto. Es esa portada en la que dos tipos trajeados se estrechan la mano en un polígono industrial, y uno de ellos está en llamas. No está exactamente envuelto en llamas, no es una bola de fuego humana, sino que le salen llamas de los brazos, los muslos y un poco de la cabeza también. Como si empezase a arder. Como si hubiese empezado a arder al entrar en contacto con el otro tipo trajeado, que lo mira con cierta altivez, como diciendo: "¿Cómo te va, Joe? Me he quedado con tu negocio y anoche me tiré a tu mujer". Al ser un grupo americano o británico (anglosajón, en todo caso), he supuesto que uno de los dos se llama Joe o Jimmy o cualquier otro diminutivo sonoro y familiar que concuerde con la foto de un apretón de manos en un polígono industrial, pero igual pueden llamarse Mariano, Iñaki o Pepiño; no estamos ante un hecho local, no seamos catetos hasta para entender a Pink Floid, sino ante un símbolo. ¿De qué? ¿Qué significa ese extraño saludo? ¿Por qué está ardiendo ese tipo? ¿A quién se refiere el título Wish you were here? ¿Es un disco de amor? Y si es de amor, ¿por qué entra en combustión un ejecutivo? ¿Se trata de un amor homosexual? ¿Es un amor a la arquitectura de los polígonos industriales, a los pantalones de campana? ¿Te estás quedando conmigo, Pink Floyd?

Eso es lo que trato de aclararme, observando la camiseta del hombre que tengo frente a mí.

Una cosa es ver el disco y otra muy distinta ver la camiseta.

Una panza cincuentona la estira y la repliega. Descalabra la foto. El ardiente Joe aparece de repente en el tejado de una nave industrial, y el malnacido que se entiende con su mujer se ha contorsionado tanto que enciende un puro en una de las llamas del brazo de Iñaki. Es curioso lo que llegan a cambiar los símbolos cuando cambias un simple detalle o cuando no haces suficiente ejercicio físico. Iñaki se ha subido al tejado de su nave en Zarautz y se ha quemado a lo bonzo, delante de todo el polígono industrial, porque el Ayuntamiento no le paga los trabajos de soldadura plástica que le debe y, encima, ETA le exige el impuesto revolucionario. Pepiño viene a verle y le tiende la mano para dialogar, pero antes enciende un cigarrillo de picadura (para dar ejemplo, ante la crisis) aprovechando la combustión del cuerpo de Iñaki (también para dar ejemplo). Pepiño es concejal de Vías y Obras en Zarautz y, además de deberle 100.000 euros en soldaduras plásticas en el alcantarillado, se está tirando a la mujer de Iñaki. Hay símbolos universales que no cambian de una panza a otra.
Creo que me voy aclarando. La cualidad principal de los símbolos es el misterio, la extrañeza por eso otro secreto y oscuro; no por lo que tiene de secreto y oscuro, sino porque se abre aquí, en la realidad física y a plena luz. Cada uno tiene su propia forma de salvarse todos los días. Una como otra cualquiera consiste en traspasar la puerta. Bajas el volumen del manicomio y te pones a subtitular a Alfredo Pérez Rubalcaba o a Mariano Rajoy en CNN+. Están hablando de estadísticas y sentimientos, que es de lo que habla el pueblo en todos los frenopáticos, y a veces se les dilata la pupila y dicen cosas como "un mínimo de ética" o "por nuestro bien", que es de lo que se dice en los cuartos acolchados y blancos, cuando el cuadro es irreversible, pero lo que tú ves y escuchas es la afásica mímica de un guiñol tenebroso, la combustión espontánea, la camiseta del horror en la tripa del amor, wish you were here, ojalá estuvieras aquí.

O esperas eso, o te pegas un tiro.

Los símbolos no significan nada en concreto y significan todo. Son acertijos. Un buen cuento es un acertijo. Los de Jane Bowles (1917-1973) tratan constantemente de los equívocos de todo lo que parece claro. Su lenguaje es traslúcido, sus emociones son densas. Uno de esos cuentos, de mis preferidos además, se titula Todo es bonito. Difícil resumir lo que ocurre en él. Poca cosa. Una mujer está observando la actividad de la gente en una playa, en alguna ciudad árabe. Sabremos, por la historia, que es norteamericana y que se hospeda en un hotel junto a otros occidentales. ¿Turista? ¿Arqueóloga? ¿Comerciante? Ni idea. La mujer se deja guiar por una misteriosa nativa a través de las estrechas y sofocantes calles de la medina. La invita a una boda, pero luego no van a ninguna boda, sino que acaban en una casa con un patio y una gran habitación en penumbra, donde hay otras mujeres sentadas en alfombras y unos niños durmiendo en colchones. Hablan. Le hacen preguntas. Le ofrecen te. El clima es opresivo: sin luz, rodeada de extraños que no paran de interrogarla. Una de las nativas se interesa por los camiones. Le gustan los camiones norteamericanos. Le pregunta si tiene uno. La protagonista no tiene ningún camión en Estados Unidos. Los camiones son bonitos, todo es bonito, señalan sus anfitrionas.

¿Qué significa todo esto? No lo sé. Deseos andantes, llamas humanas. Pero, y sin ser un experto en Pink Floyd, ¿no es de algo así de lo que habla la canción, cuando habla de "nombrar el cielo desde el infierno, los días azules desde las penas"?

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