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La despedida de Serrat: poesía, ternura y compromiso

Serrat se despide con tres conciertos de altura.

Serrat se despide con tres conciertos de altura.
Serrat, en el Palacio de los Deportes de Madrid | EFE

Con los tres conciertos en el Palau barcelonés de San Jordi los días 20, 22 y 23 de este ya casi fenecido diciembre, Joan Manuel Serrat culmina la gira emprendida hace meses con el título "El vicio de cantar. 1965-2022", en setenta y cuatro actuaciones, con la que da por finiquitada toda una vida dedicada a la canción. Tres generaciones de españoles se han sentido vinculados sentimentalmente con sus historias, muchas musicadas por él mismo, conteniendo letras plenas de ternura, aliento poético, costumbrismo, que retrataban buena parte de nuestra sociedad en el transcurso de los años, de los diez finales del franquismo, de la llegada de la democracia, y de cierto desencanto en tiempos más cercanos al presente. Serrat pasa a la historia de la música popular, el pop-melódico, como uno de los grandes cantautores: para millones de españoles y los que pertenecen a la misma lengua en Hispanoamérica, tal vez el mejor, con el que tanto nos hemos identificado con su abultada discografía. Por encuestas realizadas sí afirmamos que "Mediterráneo" es su mejor creación, la que perdura si la equiparamos con las de otros colegas suyos.

Ha puntualizado en sus últimas actuaciones de despedida en distintos lugares que nos olvidáramos, al juzgarlo, de nostalgias y melancolías. Y en el soneto que responde a la leyenda de su gira final, "El vicio de cantar", se lee, se escucha el terceto con el que lo cierra: "Yo soy todo un vicioso, lo confieso / pues llevo mucho tiempo entre canciones / y así no hay corazón que salga ileso". Dejó dicho, en una de sus postreras entrevistas, también que recapacitó sobre su inmediato futuro antes de anunciar su adiós; fue cuando actuando en el Wizink Center madrileño al lado de Joaquín Sabina, éste cayó al foso de los músicos y estuvo hospitalizado varios meses, una vez que salvó milagrosamente la vida o pudo quedarse paralítico.

Nacido en Barcelona el 27 de diciembre de 1943, de padre catalán, lampista de profesión, y madre aragonesa, ama de casa, vivía en una zona obrera de la capital, Poble Sec, a las faldas de Montjuich. Quiso ser tornero fresador, perito agrícola, temporalmente ofició como sexador de pollos (curiosa dedicación) hasta ingresar en la Facultad de Ciencias Biológicas, carrera que abandonó al tercer año para ganarse la vida cantando.

Durante el obligado servicio militar entonces para los varones, en Jaca, formó un grupo musical. De guardia una noche, fue urdiendo la letra, también la melodía, de la que iba a ser su primer éxito en lengua catalana, cuando ya iba amaneciendo, y concluida su ronda: "Canço de matinada", que aparecería en su tercera grabación, después de las anteriores, "Una guitarra", de 1965 y "Ara que tinc vint anys". En enero del citado año había actuado en un programa de Radio Barcelona, cuyo presentador, muy conocido, Salvador Escamilla, se convirtió en su mejor ayuda en esa época primeriza y lo recomendó a Edigsa, la casa discográfica cuyo catálogo era estrictamente en catalán. Fueron los inicios del movimiento etiquetado como "nova canço".

Conviene anecdóticamente señalar lo que él mismo dijo más de una vez a los primeros periodistas que lo entrevistaban: él no pretendía cantar sus propias canciones, no se consideraba con una voz apropiada, y sugería que las interpretan otros más adecuados. No le hicieron (afortunadamente) caso. Recordemos que tras la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, en enero de 1939, tres meses antes del final de la guerra civil, fueron poco a poco prohibiendo sus autoridades que el catalán se utilizara en público, tanto en medios de comunicación (prensa, radio) como en teatros, salas de conferencias… Únicamente, como era natural, quienes practicaban su lengua materna hubieron de reducirla a su ámbito privado. Pero poco a poco, aquellos prebostes hicieron oídos sordos (nunca mejor dicho) y, como ejemplo, sirva esta fecha, 14 de mayo de 1965, cuando en un teatro de la localidad barcelonesa Esplugas de Llobregat se presentó un grupo músico-vocal con un repertorio absolutamente vinculado en sus letras al idioma de mosén Cinto Verdaguer: Els Setze Judges. Nombre elegido de un dicho popular de difícil pronunciación para un lego en catalán: "Setze judges d´un jutjat mengen fetge d´e un penjat", que en castellano se traduce como "dieciséis jueces de un juzgado comen hígado de un ahorcado". Ciertamente frase desagradable si se quiere; trabalenguas que pone a prueba a quien quiera demostrar que es catalanoparlante. El nacimiento de Els Setze Judges significó una manera de ir familiarizando a los jóvenes con su lengua. Conjunto en el que militó Joan Manuel Serrat en sus inicios con el número trece, siendo tres más el total de sus integrantes.

Serrat es bilingüe. En casa se hablaba normalmente en los dos idiomas. Hasta 1967 sus discos eran en catalán. Firmó, aparte de Edigsa, con otra discográfica sita en Madrid. Para grabar en castellano. Y así comenzaron a escucharse estas canciones, sin que en Cataluña dejaran de sonar hermosas piezas como éstas: "Paraules d´amor", "La tieta", "Canço de bressol", de líricos contenidos intimistas: "El titiritero", "Poema de amor", "Tu nombre me sabe a yerba"… En aquel referido año cantó por vez primera en Madrid, en el colegio La Salle, y en "El Gran Musical", desde Radio Madrid en su cadena Ser nacional. Hubo reticencias entre espectadores y radioyentes al expresarse en catalán, aunque no un rechazo formal, lo que le fue sucediendo cuando comenzaba a actuar en otras regiones españolas.

Lo que sí supuso un tremendo escándalo fue cuando, semanas después de ser elegido para representar a Televisión Española en el Festival de Eurovisión a celebrarse en Londres con la pegadiza y sencilla melodía "La, la, la", anunció que no se desplazaría a no ser que lo autorizaran a interpretarla en catalán, presionado por un poderoso grupo, cuando todavía estaba lejos lo que hoy forma parte del secesionismo, separatismo. Ante esa reacción del "Noi de Poble Sec", el Ministro de Información y Turismo, a la sazón Manuel Fraga Iribarne, no lo dudó un instante, ordenando que en todo el territorio nacional no sonara en ninguna emisora de radio disco alguno del susodicho; tampoco en Televisión Española, la única en blanco y negro que existía. Joan Manuel se marchó a París, por cierto con una maleta con dinero suficiente para sobrevivir algún tiempo (un millón de pesetas). "La,la,la" fue escrita por Ramón Arcusa cuando viajaba desde León a Madrid con su compañero Manolo de la Calva: ambos firmaban siempre juntos su repertorio. Se enfadaron mucho con su paisano Serrat. Y en lugar de éste, el director de Televisión Española accedió a que fuera a Londres un artista del mismo sello en el que grababa aquél, para no perjudicarlo por el dinero invertido en la promoción del tema. Así es como Massiel, que se hallaba de gira en México, de prisa y corriendo, se aprendió la canción con la que triunfaría en el Albert Hall londinense y desde allí, vía Eurovisión, en toda Europa, certamen que, por primera vez, significó un triunfo español.

Amansadas las aguas, Serrat fue poco a poco saliendo del charco en el que se había metido. Así, a partir de 1969, fue muy celebrado con sus siguientes creaciones, sin haberse olvidado las anteriores, caso de "Manuel", "Poco antes de que den las diez", "La paloma" (letra de Alberti): "Penélope", musicada por Augusto Algueró, "La saeta" (incluida en el álbum "Dedicado a Antonio Machado"), "Como un gorrión", "Fiesta", "Señora", "Muchacha típica"… Era una época brillante para Serrat, que temporada tras temporada recibía críticas elogiosas y ya nadie le echaba en cara, salvo algunos intemperantes, su condición bilingüe. De sus canciones en catalán destacaba "De mica en mica" y algunas otras, pero de escasa repercusión en el resto de España. Emotiva era "Pare", del elepé "Per al meu amic", dedicada a su progenitor, que se había levantado todos los días a las seis de la mañana para irse a trabajar, regresaba tarde a casa, al que preguntaba en esa pieza, como un niño, por los despojos y daños que contraemos con la Naturaleza. Por esas calendas, Joan Manuel dispuso lo mejor para que sus padres no sufrieran ya privación alguna, jubilándolos, disponiéndolos de buena casa y toda clase de comodidades.

Siempre fue el Noi un tipo responsable, buen hijo, compañero, leal con sus amigos, comunicativo con los periodistas que no le importunaban. Le agradecí, por mi parte, su buena disposición: jamás me negó una entrevista, incluso un día que le era imposible, me sugirió acompañarlo en tren hasta donde yo quisiera, Burgos, por ejemplo. Pocos de sus colegas como él en ese sentido.

Fue con "Mediterráneo", en 1971, cuando tocó la cima de su carrera. Al año siguiente, el álbum con poemas de Miguel Hernández musicados por él, aún elevaron más su nombre, que en México y Argentina sobre todo, aparte de otros países centro y sudamericanos, se asoció a la libertad. Su mérito es indudable pues en ese género de canción testimonial contribuyó no poco a crear canciones que aunaban lo popular con lo trascendente, lo político-social sin caer en el panfleto de otros cantautores arribistas y sectarios.

Encontrándose en México en septiembre de 1975, con ocasión de los últimos fusilamientos, Serrat hizo unas manifestaciones contra el Régimen, lo que le costó un largo autoexilio: no volvería hasta el 20 de agosto de 1976. España iba a estrenar la democracia. Pocos días después lo encontré en Barcelona, nos dimos un fuerte abrazo. Jamás lo vi tan cálido conmigo, al que seguí entrevistando después muchas veces y asistiendo a buen número de sus conciertos. Jamás se envaneció. Siguió comportándose como el mismo muchacho sencillo que había conocido en el invierno de 1967.

Siendo protagonista, rodó entre 1968 y 1972 tres películas: Palabras de amor, La larga agonía de los peces y Mi profesora particular, interviniendo en otra de reparto coral en 1975 La ciutat cremada. Ninguna de ellas añadió gloria alguna al cantautor. No era lo suyo. Cuya discografía continuó, ya más en español, así como sus actuaciones programadas cada temporada, unos meses por toda España y los restantes por Hispanoamérica. En Argentina y México seguía siendo un mito en vida: nunca otro cantante español lo superó en admiración y cariño en aquellas tierras hermanas.

Ya sus novedades discográficas contenían menos números 1. No obstante hasta el presente, no cejó nunca de componer y actuar. "Irene", "¡Qué bonita es Badalona!", (pasodoble con retranca irónica), "Temps eran temps", "Esos locos bajitos", "A quien corresponda", "No hago otra cosa que pensar en ti", "Hoy puede ser un gran día", "Fa vint anys que tinc vint anys", "Los fantasmas del Roxy"… En general, buenas composiciones. Acaso ya no eran tan intimistas como antaño. El Serrat entrañable y contador de historias había decidido ser más complejo en sus letras, que expresaban desde luego aceptables ideas, críticas, que, si bien invitaban al pensamiento, llegaban menos al corazón.

Para evitar la monotonía, que tanto acechan a los cantautores de largo recorrido como él, no tuvo inconveniente en grabar dúos, tercetos, cuartetos en discos, a veces en directo, o simplemente en actuaciones dispersas, por un día. Y así nos complació ver ensamblada la voz de Joan Manuel Serrat con las de Luis Eduardo Aute, Ana Belén, Victor Manuel, Miguel Ríos, Silvio Rodríguez, el recientemente fallecido Pablo Milanés, Caetano Veloso, María Betania, Toquinho, la guitarra de Paco de Lucía, Antonio Flores, Rosario, Loquillo… Serrat siempre fue muy generoso con sus colegas. Contó a su lado casi permanentemente con el gran músico, arreglista, acompañándolo al piano, Ricard Miralles, y otros muy prestigiosos, como Bardagí. Kitflus y, en alguna ocasión especial, el afamado Tete Montoliu.

Siempre fue Joan Manuel Serrat buen deportista: campeón de natación juvenil, jugador del Barça con equipos de veteranos e hincha en las gradas del equipo blaugrana. Le respetó siempre la buena salud, hasta que en 2001 sufrió un infarto, del que salió adelante tras una operación. Tres años más tarde estuvo a punto de morir a causa de una enfermedad cancerígena que afectó a sus pulmones, con dos tumores malignos alojados en uno de ellos, y a la vejiga. El origen fue su compulsivo consumo de tabaco. Fue recuperándose tras una larga convalecencia.

Después de su celebrada reaparición, Serrat ya meditó más su vida diaria, sus conciertos, solo o en compañía de otros, como se diría en un caso judicial. No le faltó nunca humor ni campechanía, desde el escenario y en la calle. Un hombre muy familiar, ya casado y con hijos. Nunca dio escándalo alguno. Bien tratado siempre por la crítica, aunque ya en el nuevo siglo XXI parte de ella acusara en Serrat una cierta repetición de sus melodías, un siquiera no muy importante cansancio en su voz doliente, que al principio de su carrera más de uno tildó, maliciosa e injustamente de algo caprina. Es normal en un artista que ha llegado al final de su vida profesional, en el ocaso, después de cincuenta y siete años con pocos descansos o breves retiradas. Con su fraternal Joaquín Sabina ha estado en varias giras compartiendo aplausos, cariño, admiración de millones de personas, que lo van a añorar. Aunque él no lo admita, ya es una leyenda.

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