
Hay leyendas musicales que se mantienen con el paso del tiempo, y una de ellas, en el género de la canción romántica, fue Antonio Machín. Más concretamente en un ritmo asociado a ella, quizás el más representativo: el bolero. Que nació en Cuba hace exactamente ciento setenta años. Y desde entonces no ha dejado de escucharse a través de infinidad de títulos, la mayoría de los cuales procedentes de países hispanoamericanos.
Cuando Antonio Machín llegó a España, para quedarse definitivamente, nadie lo conocía. Ni en general el tipo de canciones que interpretaba. Nos trajo el son cubano, y cuando observó que no acababa de calar en la gente, probó con el bolero. Y ahí sí que triunfó. Si de las cerca de mil piezas que grabó, muchas de ellas como estrenadas aquí, espigamos sólo unas pocas para traerles memoria de su repertorio, convendrán conmigo que no se han olvidado, no han sucumbido pese a la cantidad de novedades que continuamente se conocen de otros ritmos, otros estilos. Por ejemplo: "Toda una vida", "Amar y vivir", "Yo te diré", "Madrecita", "Angelitos negros", "Corazón loco", "Mira que eres linda", "Dos gardenias", "Tres palabras", "Aquellos ojos verdes", "El huerfanito", "Navidad", "A la buena de Dios"…
Machín les daba a todas ellas un toque muy personal, suave cuando así lo requería, acompañado normalmente por sus famosas maracas, y si era posible, con una orquesta detrás que enfatizaba los más tiernos momentos, o lo contrario si se trataba del desamor como argumento. Probablemente, quienes gustan del bolero, prefieran a otros intérpretes: Lucho Gatica, que fue el mejor de todos ellos en el apogeo de su carrera, en la década de los 50 y 60. Pero, aun no teniendo Machín una voz extraordinaria, (era aguda), sabía llegar al corazón de sus oyentes. Su sentido del ritmo era magnífico.
Se llamaba Antonio Lugo Machín, hijo de padre gallego, emigrante en Cuba, donde se enamoró de una muchacha de raza negra. En las biografías sobre el cantante hay un baile de fechas erróneas acerca de su fecha de nacimiento porque el propio interesado nunca quiso confesar la verdadera, ésta: 8 de febrero de 1903, como hace tiempo verificamos. Natural de Sagua la Grande, pueblecito cubano de la provincia de Santa Clara. Anecdóticamente él disfrutaba cada invierno llegado el 17 de enero, festividad de San Antón, asegurando que esa era la fecha de sus aniversarios, la del cumpleaños y la de San Antón, al que tenía mucha devoción. Insistimos que, aunque nunca explicó el porqué de esa preferencia, la fecha antedicha de febrero era la verdadera.
Se escapó de casa muchas veces. Trabajó de maestro albañil. Le gustaba cantar. Y así, ya veinteañero, se marchó a La Habana y, poco a poco, integrado en varios grupos orquestales se convirtió con el tiempo en un vocalista aceptable interpretando lo que entonces estaba de moda en su isla: el bolero, las guajiras, el son, las guarachas… Sus primeras grabaciones datan de 1929. Formó el Cuarteto Machín, popularizando la creación de Moisés Simón "El manisero", un conocidísimo pregón-son.
En los primeros años 30 se encontraba en Nueva York, donde registró en disco alrededor de ciento cincuenta canciones. Un récord, cuando la industria discográfica comenzaba a crecer en los Estados Unidos. El sonido de su música atrajo el interés del mismísimo Presidente Roosevelt, ante quien actuó en la Casa Blanca, siendo muy felicitado.
Ampliando nuevos horizontes, realizó una gira por Europa: Suecia, Noruega, Alemania, Holanda, Polonia, Italia, Francia… Países donde sus ritmos cubanos fueron una sensación. Se enamoró más de una vez en aquellos contornos, pero sin tener la pretensión de casarse con ninguna de sus variadas conquistas. En su mente estaba la idea de venir a España para conocer el pueblo gallego de su progenitor, en la provincia de Orense. Y lo decidió cuando los vientos de guerra le aconsejaron dejar París ante la inminente llegada del ejército nazi en plena Segunda Guerra Mundial.
En tren atravesó la frontera franco-española en septiembre de 1939. Sin dinero, porque había gastado ya sus ahorros. En una de las paradas, en una estación ferroviaria, pidió un bocadillo de calamares y se fue sin pagar, azuzado por el hambre que en él empezaba a hacer mella. El camarero que lo había atendido no logró alcanzarlo, en tanto gritaba a la concurrencia: "¡Al negro, que se va sin pagar el negro…!"
En la Ciudad Condal encontró trabajo en una sala llamada "Shangai", luego "Bolero". Una especie de academia donde la clientela masculina adquiría unos tiques que le permitía bailar con las chicas allí empleadas. Cobraba Machín veinticinco pesetas diarias por alegrar a aquella parroquia de bailones que sólo pretendían sobar a sus parejas. Lo malo fue que a los tres días cerraron el local. Entonces fijó su inmediato futuro en Madrid. Le costó un tiempo hasta actuar en una sala llamada "Conga", en la plaza de Tirso de Molina, donde imitando a los espontáneos en los toros saltó al escenario y se puso a cantar uno de sus boleros, entre la sorpresa del público. Y allí pasó una temporada, a razón de cinco duros al día (unos pocos céntimos de euro ahora). Pagaba en una pensión ocho pesetas, por dormir, comer y cenar más lavado de ropa. Eso ocurría en 1940.
De aquel local de barrio a Machín se le abrieron las puertas de la importante sala de fiestas "Casablanca", en pleno centro, (frente a lo que era el circo de Price y hoy el Ministerio de Cultura). Lo contrataron como vocalista de la orquesta Los Miuras de Sobré. Con ellos estuvo hasta 1944. Allí cobraba ya ciento cincuenta pesetas diarias.
"Este negro chilla mucho"
Poco a poco se fue haciendo conocido. Aunque tuvo un tropiezo cuando en unas pruebas en la casa Columbia, donde iba a grabar sus primeros discos en España, uno de los directores lo rechazó: "Este negro chilla mucho". Cuando en otra firma discográfica lo admitieron, registró entre otros temas "Isabel", "Moreno soy", "Divina" y "Tinieblas".
En una gira andaluza recaló en Sevilla. Y allí se enamoró de María de los Ángeles Rodríguez López, una cordobesa que trabajaba de modista. Mujer rubia, guapa, discreta. Le costó a Machín conquistarla, yendo detrás de ella día tras día . Aunque desde el primer encuentro en 1943 hasta la boda de la pareja transcurrieron sólo seis meses. Hasta entonces, Antonio llevaba una vida bohemia, contraste con la de María de los Ángeles, quien antes de darle el definitivo sí le pidió que cambiara de costumbres. Y así, a pesar de los ambientes que frecuentaba, Antonio procuró llevar una existencia lo más hogareña posible. Para afianzar los primeros años de aquella unión, ella acompañaba a menudo a su marido en todos sus viajes, allí donde lo contrataran. Unos años donde ya tenía compañía propia de variedades y rivalizaba a la hora de llenar los teatros con las otras compañías triunfantes, como las de Conchita Piquer, Juanita Reina, Pepe Blanco y Carmen Morell.
Antonio Machín le llevaba quince años de diferencia a su esposa. Eso era lo de menos. Es que era mulato y en aquellos tiempos sorprendía a cuantos se cruzaban con la pareja. No es cuestión de afirmar que existiera en nuestro país la xenofobia: simplemente es que no había negros, o muy pocos en las ciudades españolas. Y el hecho de que Machín fuera ya muy popular era otra razón para que no pasara inadvertido para nadie.
Adopción de una hija
El matrimonio no tuvo hijos. Once años después de la boda adoptaron a Alicia María José, familiarmente llamada Mariajo. El cantante nunca habló públicamente de esa niña, salvo que cuando se supo de su existencia, no tuvo más remedio que reconocer que, efectivamente, era hija del matrimonio, pero guardando para sí su secreto de la adopción. La querían en casa con locura pero ya jovencita comenzó a crearles problemas, que ni Antonio ni Angelita pudieron atajar. Se vio envuelta en grupúsculos de extrema izquierda cuando estudiaba en la Universidad Complutense. Dio muchos disgustos a sus atribulados padres. Ello ocurría en los primeros años 70. La policía estaba al tanto de las andanzas de Mariajo: pertenecía a una célula comunista. Y la detuvieron llevándola ante un juez y después a la cárcel de Carabanchel. Noticia que no fue conocida. No sería la primera vez que pisó la cárcel. Terminó la carrera de Ciencias de la Información, trabajó para la prensa del corazón, se casó, tuvo unas hijas, pero su mala vida la llevó tempranamente a la tumba un día de noviembre de 1991. De haber vivido hasta entonces Antonio Machín, su corazón no habría resistido esa gran decepción causada por la hija a la que tanto quiso, al igual que Angelita, la madre adoptiva, que enferma, vivió ese calvario y el suyo propio, falleciendo en 1983.
Mucho antes de este capítulo familiar, la fama de Antonio Machín fue una constante a partir de mediados los años 40, cuando durante varios años en la radio sonaban constantemente sus canciones en la sección de discos dedicados. "Amar y vivir", de la mexicana Consuelo Velázquez, era una de ellas, así como "Yo te diré", de la película Los últimos de Filipinas, que era una fusión de habanera y bolero, y sobre todo "Angelitos negros", que partía de un poema del venezolano Andrés Eloy Blanco musicado por el mexicano Manuel Álvarez "Maciste". ¡La cantidad de veces que hubo de interpretar "Angelitos negros"…! Machín me decía que era la primera de las canciones-protesta que se escuchaban en España. Guardo la letra manuscrita que, a petición mía, me caligrafió su intérprete. De cómo Antonio Machín se enteró de la existencia de dicho tema lo supimos por su propia confesión. Ocurrió en 1947 escuchado en la madrugada con un potente aparato de radio tal canción, en la voz de Toña la Negra, desde Cuba. Le impresionó tanto a Machín que hizo las averiguaciones oportunas para obtener la partitura y los derechos, grabándola inmediatamente. Si hoy volvemos a escucharla, nos emociona también.
Era inexcusable escuchar las peticiones de los oyentes el día de la Madre (entonces celebrado cada 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción), solicitando "Madrecita". Está fechada en 1949. Original de Oswaldo Farrés, uno de los más grandes compositores cubanos. La madre de Machín seguía en Cuba, ya muy mayor. Antonio hacía tiempo que no la abrazaba. Hizo lo posible el cantante para que la pobre mujer escuchara a través de la radio aquella pieza, "Madrecita", que él registró en disco pensando en ella, por supuesto.
En el mismo año citado se hicieron asimismo populares "Anoche hablé con la luna", "Espérame en el cielo" y "Dos gardenias·". Y así muchas más canciones durante ese periodo, finales de los años 40 hasta mediados los 60. En 1958 pudo por fin viajar a Cuba y estar unos días con su madre, llevando del brazo a su mujer, Angelita, para que se conocieran. Hasta entonces la suerte había ido favoreciendo a Machín, en popularidad, en dinero. Pero forzó una gira en Italia que le resultó un fiasco, hasta el punto de que para hacer frente a los sueldos de su compañía y el viaje de regreso, hubo de vender un piso que tenía en Madrid en el barrio de Argüelles y una cafetería de la que era también propietario a espaldas de la Gran Vía.
Afrontó aquella crisis con el tesón que siempre presidió su carácter, se rehízo aunque ya avanzada esa década de los 60 los cantantes melódicos como él estaban al borde de su desaparición, por la irrupción de los llamados modernos con sus nuevos ritmos derivados del rock and roll. Pero, cuando menos se lo esperaba Machín, hacia 1973, hubo una operación nostalgia. Un programa de televisión, "Mundo camp" (término que se atribuye a la escritora norteamericana Susan Sontag), "resucitó" las voces de antiguos intérpretes. Y en esa lista estaba Antonio Machín. Ocurrió poco después que el dueño de una discoteca juvenil del madrileño barrio de Argüelles probó la fórmula en su local de anunciar la actuación del cantante cubano. La gente joven respondió favorablemente y Machín pudo volver a gozar del éxito del pasado, junto a otros colegas de su tiempo: Bonet de San Pedro, Jorge Sepúlveda, Juanito Segarra, Raúl del Castillo…
Su gran amor, enferma
Si bien esos años, finales de los 60 y primeros 70, le proporcionaron a Machín momentos muy felices, en su interior guardaba para sí la pena que iba sobrellevando como podía: Angelita, su gran amor, estaba muy enferma. Una trombosis cerebral la había dejado sin habla, con una parte de su cuerpo paralizado. Les hice una visita en su domicilio. Antonio, me dijo lo siguiente: "Mientras yo viva, a ella no le faltará nada, estaré trabajando hasta que mis fuerzas y mi voz me lo permitan". Recordé entonces el estribillo de "Toda una vida", que le supuso uno de sus grandes éxitos: "Toda una vida / estaría mimando / te estaría cuidando / como cuido mi vida / que la vivo por ti…"
Cumpliendo ese deseo, Antonio Machín estuvo actuando hasta el mes de junio de 1977. Falleció el 4 de agosto de ese año, siendo enterrado en el cementerio sevillano de San Fernando. Cuantos entonces redactamos un obituario sobre su figura, todos coincidimos en escribir que ya estaría en el cielo junto a sus angelitos negros.

