
Luctuoso comienzo del año, con la muerte el 3 de enero de una leyenda del baile flamenco, La Chunga, a quien ya retirada desde los años 80, en 2011 le detectaron un cáncer de pulmón, y lo ha padecido entre muchos dolores, como me confesaba hace tiempo cuando residía en un confortable piso cercano al que por entonces tenía Lolita, en la misma calle. Con el paso del tiempo su situación fue causa de que acabara en una residencia de ancianos, donde ha fallecido a los ochenta y siete años, aunque la fecha de su llegada al mundo figura en enciclopedias y en mi archivo particular como nacida en Marsella en 1938, un año menos de lo que ahora aparece en otros obituarios. Siendo de raza gitana, es probable que su documentación explique ese equívoco.
La razón de que La Chunga naciera en la citada capital francesa se debió a que sus progenitores calés emigraron a tierras galas desde el rincón andaluz en que vivían, forzados por su pobreza. Eran con ella ocho hermanos. Un año tenía la futura artista cuando los suyos se afincaron en Barcelona. Los datos que poseo es que se fueron a vivir a unas chabolas cercanas al barrio de Montjuic. Otros la sitúan (pueden que fuera el mismo lugar) en las merindades de Casa Antúnez. En cualquier caso entre calés.
Micaela Flores Amaya, así llamada, era prima de Carmen Amaya, que está considerada la más grande bailaora. Puede que se fijara en ella quien de pequeña era conocida familiarmente como "La Chunga", que en caló viene a significar que era de breve estatura, y también, según ella misma "muy feílla". No teniendo dinero con que comprarse unos zapatos, bailaba descalza por los andurriales de su mísero barrio, desde donde comenzó a bajar hasta las populares Ramblas barcelonesas, en los bares de la calle de Escudillers, frecuentado entonces por gitanos, tratantes de ganado y gente diversa. O bien, a cambio de unas monedas que pudiera recoger en un platillo, también iba a Ca Rosita, bodega del Paralelo, por donde surgían en cualquier callejón amigos de lo ajeno, fulanas de medio pelo y chulos peinados con brillantina.
Como es natural aquella Micaela de pocos años no pudo ir a la escuela y una instructora de baile, Emma Maleras, contaba que tampoco sabía en que fecha vivía y tuvo que enseñarle a contar con sus propios dedos los días de la semana. Poco a poco a poco la fuerza de su baile rumbero la llevó en el verano de 1953 a un tablao barcelonés llamado El Cortijo y así iba ganándose, modestamente, las pringás gitanas que compartía con su familia.
Cierto día la vio girar sobre si misma en su agitada danza un pintor llamado Paco Rebés, quien se convirtió en su protector, llevándola a actuar a algunos locales de la Costa Brava llenos de turistas. Además, la presentó a un curioso personaje de la vida catalana, culto, millonario, amante de la gitanería andante y las costumbres andaluzas, sobre todo su folclore: el empresario Alberto Puig Palau. Era corriente en él, sobre todo en época estival, invitar a su mansión de Palamós a destacados artistas e intelectuales. Rebés llevó un día a La Chunga para que la conocieran en aquel ambiente de lujo, sofisticado y al mismo tiempo bohemio. Y cuando Micaela bailó arrebatadora ante aquel público, el primero en felicitarla fue Alberto Puig Palau. Tan encantado que prometió ayudarla. Entre otras cosas la recomendó a Pastora Imperio, la genial bailaora, que tenía dos tablaos de fama, uno abierto los veranos en la Costa Brava y otro en Madrid, ambos llamados "La Pañoleta". Y así fue como La Chunga triunfó tanto en la Ciudad Condal como en los Madriles, ante espectadores de categoría. El citado Puig Palau era quien inspiró a Joan Manuel Serrat (que también recibió apoyo desinteresado de él) su canción Tío Alberto. Singular tipo, casado con una dama de la alta sociedad barcelonesa, los Gabarró, que acabó divorciándose por la vida que llevaba para emparejarse con una gitana de tronío y después su definitiva esposa francesa. Un perfecto bon vivant.
La Chunga actuó nada menos que en el Gran Teatro del Liceo bacelonés. Y en el restaurante Maxim´s de París, donde París Match le dedicó un amplio reportaje. Y esa fama en el vecino país llegó a oídos de Pablo Picasso, que la contempló bailar entusiasmado. Otras figuras del arte y la cultura también se confesaron admiradores de Micaela, como Jean Cocteau, Rafael Alberti y Salvador Dalí. Éste, no dejó pasar mucho tiempo la ocasión de invitarla a su casa de Port Lligat, en la Costa gerundense. Le preparó un lienzo blanco, unos tubos de pintura cuyo contenido derramó sobre él, y mientras sonaban las notas de una guitarra, solicitó de La Chunga, por supuesto descalza, que bailara sobre tan original escenario. El resultado, fue un cuadro pintado con los pies de la bailaora. Lo que ignoro es si luego llevó la firma del genio de Cadaqués, o la de La Chunga, que ya había aprendido a escribir y también a leer.
En una de aquellas fiestas del mentado Tío Alberto estaba Ava Gardner, quien en seguida se mostró también entusiasta viendo bailar a La Chunga. Como fueron varias veces y entre ellas nació una corriente de simpatía, la estrella norteamericana le proporcionó recomendaciones para que obtuviera unos contratos en Las Vegas y en Hollywood, donde apareció en algunas películas, cortos y largometrajes. Y no firmó más contratos porque le propusieron bailar desnuda en la pantalla. Y ella se negó rotunda: "Una gitana nunca haría eso". Puede decirse que gozó en los Estados Unidos de un reconocimiento a su arte como bailaora. Ed Sullivan, el presentador más popular con su programa de costa a costa, la entrevistó, dedicándole su mayor atención, tratándola cual figura internacional.
Su vida sentimental
La vida sentimental de Micaela Flores Amaya dio un vuelco al conocer a un joven director de cine aragonés, de adinerada familia zaragozana, José Luis Gonzalvo. De las cuatro películas que rodó La Chunga en España una fue dirigida por él, Ley de raza. Se casaron y tuvieron tres hijos. Pero se separaron, bien por los celos de él, por la vida de ella tan agitada, la diferencia de educación, cultura quizás… Y eso que contrajo matrimonio muy enamorada. Vinculada a la capital maña, La Chunga solía en Semana Santa desfilar como manola en algunas procesiones. El caso es que rompieron su unión y los dos varones se quedaron con el padre y la niña, Pilar, con la madre. La conocí cuando trabajaba como reportera gráfica.
Micaela Flores vivió la mayor parte de su vida en Madrid. Llegó a darle lecciones de baile a la Duquesa de Alba. Cuando en la década de los 80, como apuntamos al principio, dejó de bailar, ya cansada de tantos años en su profesión, dedicó parte de su tiempo a pintar deliciosos cuadros estilo naif, que expuso en algunas galerías renombradas.
No se le conoció ningún otro amor después de su fracaso matrimonial. Tenía amistades femeninas y así procuraba llevar una vida animada pero tranquila, aunque asistía a cócteles, algunos estrenos, y siempre mostraba una simpatía natural, sonriendo de continuo. Así la encontré siempre, tan agradable de trato. Echaba de menos el baile pero era consciente que su momento ya había pasado, aquellos años de gloria y fama en medio mundo, en los años 60. La enfermedad, supe por ella misma, iba minando poco a poco su salud. Parecía vencerla pero cuarenta y tres años después de que le diagnosticaran el cáncer de pulmón que padecía, ha perdido esa partida en la que siempre gana la Parca.

