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Muere Robe Iniesta: que le entierren con la picha por fuera

Se nos muere Robe, el dios iconoclasta que inventó el rock transgresivo y un universo lírico de amor, sexo, delirios, lunas, soles y flores.

Se nos muere Robe, el dios iconoclasta que inventó el rock transgresivo y un universo lírico de amor, sexo, delirios, lunas, soles y flores.
Cordon Press

Algo se muere en el alma cuando un ídolo se va. Al inigualable Robe Iniesta se lo lleva el aire demasiado pronto, con sesenta y tres años, y a sus admiradores se nos cae la casa encima tras perder "la pista del eje del salón". Esto no está pasando. No puede estar pasando, joder.

Algunas canciones de su último disco, que vio la luz hace un par de años, suenan este miércoles con sangre. Me pregunto, desde la herida abierta de mi alma, tecleando en caliente, si Se nos lleva el aire, como Blackstar de David Bowie, es un álbum que se entiende mejor ahora, con Robe de cuerpo presente. Escuchen "El hombre pájaro", por ejemplo: "Noto que algo me falta hoy para ser, / que me falta hoy para estar / y como si me faltara peso. / Consciente de mi volatilidad, / me he empezado a disipar / y ya solo espero tu regreso. (…) Venme a ver, a ver… / venme a visitar, / ven a ver si das conmigo. / Venme a ver, a ver… / ven a averiguar / dónde coño me he metido". Y qué decir de la impresionante "Nada que perder": "Quédate escuchando esta canción, / que yo me tengo que marchar, / que está cambiando el viento. (…) No puedo perder nada, / que vengo de la nada / y sólo vivo provisionalmente".

Soy fan de Robe y, por ende, de Extremoduro desde 2002, cuando publicaron su octavo álbum de estudio: Yo, minoría absoluta. Los disfruté en directo por vez primera el 3 de septiembre de 2004, en Daimiel, y recuerdo perfectamente que arrancaron con "Cabezabajo", de Agila, y que sorprendieron con una pieza inédita: "Mezclar agua con sed". Sumando los de Extremo y los de su proyecto en solitario –la cursiva es importante, pero llamar a esta última banda suya "Los Robe" se me hace raro–, habré ido a unos veinte conciertos suyos. Lo conocí personalmente en marzo de 2014 y, desde entonces, le he entrevistado en varias ocasiones. Pese a su fama –al menos, pretérita– de gastar mala leche con los periodistas, conmigo siempre fue un tipo encantador. La última vez que saqué un ratito con él fue en diciembre de 2023.

Buceo en las entrevistas que le hice y hallo pepitas de oro. Robe hablaba poco porque sólo daba grano. Hace una década –rediós, lo que ha llovido–, me decía en LD: " Yo siempre trato de ser original. Un músico, ante todo, tiene que ser original. Que al principio, cuando estás empezando, se te noten las influencias, no está tan mal. Pero hay que buscar el estilo propio. Hay exceso de imitadores, un exceso grande. Pero no aquí, en el mundo entero. ¿Qué cojones pinta ahora El planeta de los simios? Un montón de tíos gastando un montón de dinero haciendo un remake, el puto mono, nunca mejor dicho... No vas a superar nunca esa película, por muchos medios que tengan". En noviembre del 2018, me contaba en Zenda: "Cuando hablo del individuo, lo utilizo como contrario al borreguismo, a no pensar, a no hacer las cosas que hacen los demás, a no pensar las cosas desde tu propio sitio. Eso siempre lo he reivindicado. Ser uno mismo. Ser único. Creo que todos debemos ser únicos". Vaya si lo consiguió.

Se nos muere Robe, el dios iconoclasta que engendró un género propio, el rock transgresivo, y un universo lírico de amor, sexo, delirios, desengaños, lunas, soles, flores de mil tipos y televisores perversos e idiotizantes –y sus derivados, como declaró en la entrevista concedida a LD en 2016–; el genio creador que escribió dos de los mejores álbumes del rock en español: La ley innata, con Extremoduro, y Mayéutica, con su grupo posterior; el letrista extraordinario que huía de la etiqueta de "poeta" y que edulcoraba sus textos con versos de Machado, Neruda, Manolillo Chinato o Sor Kampana; el ídolo de masas que llenaba durante dos noches el Palacio de los Deportes y que sufragó su primera maqueta vendiendo bonos por mil pesetas que luego se podían canjear por el disco –le envió un par a Felipe González y a la Reina Sofía, y la Casa Real le respondió diciendo que no era un "auspicio para músicos"–. El Rey de Extremadura que, como nadie, nos hizo bailar como putas locas. Como cantaba en la magnífica "La vereda de la puerta de atrás", que le "entierren con la picha por fuera / p’a que se la coma un ratón".

Metafóricamente, quiere decirse.

Requiescat in pace.

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