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Luis Herrero Goldáraz

Una risa en tu descargo

Podríamos decir que Friends empezó con Chandler haciendo la primera broma que se recuerda de la serie y terminó también con él, haciendo la última.

Podríamos decir que Friends empezó con Chandler haciendo la primera broma que se recuerda de la serie y terminó también con él, haciendo la última.
Imagen de un capítulo de Friends. | Archivo

Podríamos decir que Friends empezó con Chandler haciendo la primera broma que se recuerda de la serie y terminó también con él, quién si no, haciendo la última. Entre medias pasaron diez años que, de tan rápidos y agradables, sólo podían volverse eternos. Tiene sentido que fuese Chandler quien sirviese como marco de la serie, quien iniciase y diese por concluida la función a través de sus sarcasmos, porque en todo grupo de amigos siempre hay uno que se encarga de ese tipo de cosas. Está la neurótica, el tonto, la pija, el pedante, la lunática… y entre medias el gracioso, como un héroe en la sombra, impidiendo que los dramas descarrilen.

De todas las cosas que pudo legarnos Friends tal vez la más llamativa fuese esa: el convencimiento de que siempre hay un resquicio por el que escapar de la tristeza. Un chascarrillo. La esperanza de intuir que con la compañía adecuada es imposible no terminar encontrando un sitio donde depositar un rato el peso de la vida. Chandler era importante en ese aspecto porque él mismo era la personificación de ese descargo. El niño roto, sin autoestima, marcado por su pasado familiar, era también el que más rápido había aprendido a desnudar algunos traumas, para reírse a traición de ellos. No es de extrañar que, quitando a Rachel, fuese el personaje que más y mejor evolucionó a lo largo de las temporadas.

Luego están las paradojas. La más cruel de todas consiste en caer en la cuenta de que mientras el personaje iba evolucionando hacia el amor, la salud mental y la estabilidad que le habían faltado de niño, el actor que lo interpretaba iba apagándose paulatinamente. El propio Matthew Perry reconocería años después que nunca había podido volver a ponerse la serie porque al verla lo único que contemplaba era su particular hundimiento en la adicción. Así que hay algo así como un poso de tristeza, un drama irresoluble en el hecho de que al único al que no era capaz de consolar Chandler era a sí mismo, cuando salía de la pantalla.

Es una verdadera lástima, porque si de algo es ejemplo Chandler es del camino que se debe recorrer si se quieren aceptar las propias taras. En el capítulo de la muerte de Mr. Heckles, el vecino que siempre se quejaba del ruido que hacía la pandilla, por ejemplo, llega a la conclusión de que su sino es acabar igual que él. Así que se vuelve esquizofrénico: "Ahora voy a tener que comprarme una serpiente", les dice a las chicas en un momento dado. "Si voy a ser un viejo solitario, voy a necesitar algo, un gancho, como el tío ese del metro que se come su propia cara… Bien, pues yo seré el hombre loco de la serpiente… Me compraré muchas serpientes y las llamaré mis bebés. ¡Y los niños se alejarán corriendo de mí! ¡Huid! ¡Huid! ¡Escapad del loco de las serpientes!". Las chicas le consuelan rápidamente diciéndole que eso que le atormenta, el hecho de que rechace al menor defecto a toda mujer con la que corre el riesgo de comprometerse, no le diferencia de ningún hombre al que hayan conocido: "No eres ningún rarito. Sólo eres un tío". También le hacen ver que en realidad ha avanzado bastante, pues ya sabe que lo que quiere, al menos, es no acabar solo. Al final del capítulo él es quien se encarga de recolocar la escoba con la que Mr. Heckles pegaba golpes en el techo para hacerlos callar. Después de apagar la luz y antes de cerrar la puerta, se despide de él con una sonrisa que es una reconciliación, con el viejo y consigo mismo: "Adiós, Mr. Heckles. Trataremos de no hacer ruido". Me gusta imaginar que algo así pudo haberle dicho a Matthew Perry. Que al final, después de todo, consiguió descargar un poco de sus hombros el misterioso peso de la muerte.

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