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La cuarta temporada de 'The Bear' gusta todavía menos, pero sigue jugando en otra liga

Los diez episodios de la nueva temporada de The Bear están disponibles en Disney+.

The Bear | Disney+

Hace un año, tras ser enterrada literalmente en premios (Emmy, Globos de Oro, sindicatos varios…) empezó a extenderse cierta sensación. The Bear, la serie estrella del lustro, no avanzaba, no "tiraba p’alante", estancada en los preceptos que ya vimos en la primera temporada. Doce meses después, con el estreno de la cuarta, ese sentimiento se amplifica. La serie protagonizada por el "chef" Jeremy Allen White no cuenta nada nuevo, se recrea en sí misma, en sus excesos y hallazgos, provocando una bajada bastante radical en las valoraciones positivas de la serie.

Hace también un año, un servidor escribió humildemente en este mismo periódico que The Bear, con motivo de su tercera temporada -la primera en sufrir esta impresión en crítica y, sobre todo, espectadores- jugaba en otra liga. Y sigue haciéndolo. La serie de Christopher Storer, que podría ser el drama más divertido o la comedia más triste, sigue deteniéndose en los detalles, esbozando con vibrante tristeza la labor de un puñado de chefs que, en esta ocasión, sufren la cuenta atrás hasta el posible cierre del restaurante. Una serie de pincelada suelta que se detiene en los detalles, no en desenredar un argumentario definido al margen del sentimiento del día a día.

Sí es cierto lo que dicen sus críticos: The Bear se recrea enormemente en sí misma, sigue chapoteando en ese tono histérico y afectado que trata de distinguirla de cualquier otro "dramedy" televisivo y que, con el paso de los años y las temporadas, ya vamos calando. Pero hay verdad en ella, en su voluntad de mezclar la metáfora con lo obrero, en su alucinante selección musical, en el inexplicable pero agradecido despliegue de referencias fílmicas (esa obsesión del personaje de Ebon Moss-Bachrach, "Richie", por realizadores veteranos como Ridley Scott, Michael Mann: ojo a los libros de su estantería o la metáfora de William Friedkin). Esa pincelada suelta provoca que el personal se desconecte, pero su amor al detalle y su obsesión por el trabajo juega, efectivamente, en otra liga.

La serie sigue apoyándose en un episodio de larga duración, hora y cuarto, donde se dan cita una gama increible de cameos (Bob Odenkirk, Jamie Lee Curtis, John Mulaney… y la novedad este año, una impostada Brie Larson), que no logra las cotas de interés de sus análogos de anteriores temporadas, siempre basadas en tensas reuniones familiares. Quizá eso da, efectivamente, la medida de cierto bajón de interés en la serie de Storer, que no obstante se atasca con la misma personalidad de siempre.

El oponente en The Bear es interior, ese sabotaje interno con diálogo más interno todavía que otras series han podido arreglar insertandolo en una trama sustentada en interminables diálogos. La pincelada suelta de Storer sigue siendo, no obstante, fascinante, como es el desfile de atentos primeros planos que descubren cada arruga en el rostro de sus actores. The Bear se basa en miradas y no en parlamentos (a menudo incomprensibles), en la creación de un estado de ánimo y en enclavarlo todo en una ciudad, Chicago, tan antipática como cálida. Juega en otra liga, se recrea en ello, quizá no tenga nada más que contar que un pedazo de vida de sus obsesos Berzatto (o Bears), pero uno viviría con ellos por otras cuatro temporadas (la serie acaba de ser inmediatamente renovada para una quinta).

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