
La importancia de llamarse Ernesto se estrenó un 14 de febrero 1895 en un teatro de Londres y en los 128 años desde entonces se ha puesto en escena cientos si no miles de ocasiones, en multitud de idiomas y en todos los continentes habitados. Se ha adaptado al cine, la televisión e incluso a la ópera. A día de hoy sigue siendo una obra que aparece recurrentemente en los carteles.
Les cuento todo esto para tratar de transmitirles de una forma lo más contundente posible que no sólo estamos ante un clásico, sino que se trata de una obra plenamente vigente, capaz de transcender la sociedad y el momento histórico en los que fue escrita, que sigue siendo inteligente y divertida, rápida y terriblemente ingeniosa.
Sin embargo, a los responsables de la versión de La importancia de llamarse Ernesto que está en cartel en el Teatro Español de Madrid les ha debido parecer que la obra no es lo suficientemente graciosa o interesante, o quizá que ellos tienen más ingenio que Oscar Wilde y, por tanto, era necesario sazonarla con elementos de su propia cosecha: esencialmente una serie de canciones que la van interrumpiendo en distintos momentos de cada acto.
La música, que en parte se interpreta en el escenario y en parte está grabada, es de una pobreza llamativa, las esforzadas interpretaciones son un catálogo de carencias y las coreografías avergonzarían a un profesor del instituto encargado de preparar el musical de los alumnos de la ESO. Lo peor, no obstante, es que la obra original tiene un ritmo muy medido, un sutil in crescendo que me parece muy importante para que tenga el efecto cómico que debe tener y que, con tanta canción cutre y tanto bailecito aún más cutre, se pierde completamente. Así, y esto es lo que creo que el propio Wilde consideraría imperdonable, la función provoca muchas menos risas de las que debería.
Desde mi punto de vista, ese es el mayor problema que tiene la obra, pero no el único: las interpretaciones no son malas –tampoco inolvidables, ojo– pero hay detalles de la caracterización de personajes que, como mínimo, me parecieron mejorables. Por ejemplo: ¿por qué Algernon es en la primera parte de la obra amanerado hasta el punto de parecer inequívocamente gay mientras que en la segunda se enamora de la joven Cecily y sus gestos son, digamos, más convencionales? ¿Por qué la joven Cecily tiene que ser zafia para demostrarnos que es rebelde, de verdad que no hay otra forma de caracterizar al personaje que enseñándole las bragas a toda la platea? ¿Por qué las escenas de amor parecían de sexo?
No me malinterpreten, ninguna de esas cosas me parecería mal si de verdad hubiese contribuido positivamente a la obra, pero en realidad y como casi todo lo que vi, no parecían tanto decisiones meditadas alrededor de una idea de lo que debía ser la representación, sino más bien ocurrencias de ensayos. Les pongo otro ejemplo, que además incide en lo musical: en un momento en el que las dos parejas en torno a las que gravita el argumento parecen rotas, las chicas pasan por el fondo del escenario cantando la Rata de dos patas de Paquita la del Barrio, la canción que se puso de actualidad, justo unos días antes del estreno, gracias a las cuitas músico-maritales de Shakira.
El resultado de todos estos problemas es que, aunque por algunos momentos Wilde es tan brillante que su humor logra sobreponerse a todo, la obra original queda machacada bajo una tonelada de mediocridad y de falta de respeto. No entiendan que mi postura es fundamentalista: un clásico como La importancia de llamarse Ernesto se puede cambiar, modernizar, adaptar o actualizar y, precisamente por ser un clásico, lo aguantará todo, pero sólo si se hace desde el respeto. Algo que aún se echa más en falta en una institución como el Teatro Español, cuya misión se diría que es esa: rescatar con el el teatro de otras épocas y hacerlo con esfuerzo, trabajo y calidad, no con ocurrencias.
Conste en acta que la sala estaba llena y la gente aplaudió al final, bien que sin excesivo entusiasmo. No obstante, todos sabemos que a día de hoy eso no excluye la mediocridad, ni en el teatro ni en tantas otras cosas.
La importancia de llamarse Ernesto
Director: David Selvas
Teatro Español, Madrid
Hasta el 19 de febrero
