
En un mundo cada vez más inestable, la idea de los preppers —personas que se preparan para emergencias o catástrofes— gana terreno en las sociedades occidentales. Ya no se trata solo de un fenómeno aislado, sino de una actitud que incluso están promoviendo algunos gobiernos del norte de Europa. Ante la hipotética amenaza del expansionismo ruso liderado por Vladímir Putin y situaciones tan insólitas como el conflicto diplomático entre Groenlandia y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, países como Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia han comenzado a impulsar activamente el prepping entre sus ciudadanos. Los mensajes oficiales son claros: hay que estar preparados para un eventual escenario bélico en su propio territorio.
Los preppers almacenan recursos y desarrollan habilidades de supervivencia para poder afrontar situaciones límite, ya sean desastres naturales, crisis económicas, pandemias, colapsos sociales o incluso escenarios apocalípticos. Su objetivo es reducir la dependencia del sistema y garantizar su seguridad y autosuficiencia ante cualquier tipo de disrupción.
Uno de los elementos clave del prepping es lo que llaman "prepararse para salir por patas". Esto incluye tener siempre listo un kit de emergencia que permita abandonar la vivienda de forma rápida. El contenido básico de este kit suele incluir agua y alimentos enlatados para tres días, un botiquín, una radio a pilas, mascarillas, velas, cerillas y otros objetos útiles para sobrevivir sin electricidad ni servicios básicos.
Redes de búnkeres
En países como Noruega, se aconseja incluso tener pastillas de yodo, latas de comida, velas y medicamentos almacenados en casa ante un posible evento nuclear. Esta mentalidad previsora no es nueva en el norte de Europa. Durante la Guerra Fría, las poblaciones escandinavas ya recibían recomendaciones similares, aunque ahora el tono ha ganado en intensidad y urgencia.
Suecia, Finlandia y Dinamarca han llegado a reabrir y revisar sus redes de búnkeres, de momento —según dicen— solo para hacer inventario. No obstante, los números hablan por sí solos: Suecia cuenta con unos 60.000 refugios subterráneos; Finlandia, con 50.000; y Dinamarca asegura tener espacio para 3,6 millones de personas. La preparación ha pasado a ser una cuestión de Estado. Un ejemplo claro es el folleto publicado recientemente por el Gobierno sueco, titulado En caso de crisis o de guerra: Información importante para residentes en Suecia, que en su primera página advierte abiertamente: "Debemos estar preparados para un ataque contra Suecia".
Este resurgir del prepping coincide con un auge de publicaciones, documentales y manuales prácticos sobre el tema. Uno de los más populares es Guía de campo para el apocalipsis: una guía seria para sobrevivir en nuestros tiempos salvajes, escrita por la psicóloga estadounidense Athena Aktipis. A pesar de su título, la autora insiste en que la preparación ante emergencias no debería limitarse a quienes temen el fin del mundo, sino que debería verse como una parte natural y culturalmente arraigada en la historia de la humanidad. Aktipis ha estudiado durante más de dos décadas cómo reaccionan las comunidades humanas ante el estrés y las catástrofes, y concluye que estar preparados es, simplemente, una forma de seguir siendo humanos.
Según esta experta, el estilo de vida consumista, la comodidad de tener todo disponible en tiendas y plataformas digitales, sumado a la existencia de seguros y sistemas de bienestar que nos protegen, nos ha desconectado de la tradición de prepararnos para lo inesperado. Sin embargo, gestionar el riesgo individual y colaborar con el colectivo son, según ella, comportamientos ancestrales que las sociedades modernas han dejado de practicar, pero que ahora comienzan a recuperar.
Tres niveles de preparación
El fenómeno prepper se puede dividir en tres niveles de preparación. El primer nivel, para un plazo de entre 15 y 30 días, implica acumular agua, comida enlatada, linternas, pilas, cerillas, una estufa portátil, mantas, un botiquín, productos de higiene y limpieza, además de una radio, libros, juegos de mesa y, si es necesario, un coche con el depósito lleno, una tienda de campaña, saco de dormir y herramientas básicas.
El segundo nivel abarca un periodo de preparación de hasta tres meses. Aquí, el reto es mayor: no solo hay que almacenar más recursos, sino también desarrollar la capacidad de recolectar agua de lluvia, cultivar alimentos o conservarlos. A nivel personal, el prepping implica también una preparación física y emocional, así como aprender habilidades prácticas como hacer nudos, primeros auxilios o detener una hemorragia. También es habitual hacer listas de personas de confianza con las que contar en caso de colapso.
El nivel más extremo es el de quienes se preparan para sobrevivir indefinidamente, completamente desconectados del sistema. En este escenario, el prepper dispone de un hogar altamente seguro, recursos energéticos propios, formas de generar alimento, e incluso un búnker privado. No es casualidad que en Finlandia muchos de los búnkeres construidos durante la Guerra Fría hayan sido reconvertidos en piscinas públicas, parkings o almacenes… aunque hoy se está reconsiderando su uso original ante la amenaza de un conflicto con Rusia.
Todo ello refleja la creciente inestabilidad geopolítica que sufre Europa y gran parte del mundo. Por ello, el prepping va camino de convertirse en un estilo de vida más.



