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Claves para no perderse en la cumbre de la OTAN: del 5% en Defensa al boicot de Sánchez a la unidad aliada

La aportación de capacidades militares es la cuestión clave. La inversión mínima en Defensa se reevaluará cuando Trump abandone la Casa Blanca.

La aportación de capacidades militares es la cuestión clave. La inversión mínima en Defensa se reevaluará cuando Trump abandone la Casa Blanca.
Plenario de una de las recientes cumbres de la OTAN. | Europa Press

La OTAN está celebrando este miércoles en La Haya (Países Bajos) una cumbre clave. La guerra de Ucrania supuso un serio golpe de realidad, especialmente para los socios europeos, que vieron cómo los conflictos bélicos de alta intensidad podían regresar al continente. Sus analistas descartaron durante años que estos escenarios regresasen y preveían que el futuro de la Defensa se centraba en conflictos híbridos como el de Afganistán.

Este encuentro de 32 jefes de Estado y de Gobierno estaba llamado a pasar a la historia como el del gran rearme occidental. Una cumbre con una gran unanimidad, que lanzase una seria advertencia al mundo de que la OTAN es una alianza política (y también militar) sin figuras. Que el "uno para todos o todos para uno" que inmortalizase el escritor Alejandro Dumas y que cristaliza en el artículo 5 del Tratado de Washington seguía más vivo que nunca.

La organización es consciente de que los ejércitos de sus países han ido perdiendo capacidades en las últimas décadas por la falta de inversión. El 2 por ciento del PIB es una cifra que se ha quedado pequeña si la OTAN tuviese que enfrentarse abiertamente a países como Rusia y China o, incluso, a una alianza de ambas. Es por ello que ha elaborado un estudio para conocer qué capacidades militares necesita para afrontar un conflicto de alta intensidad.

Capacidades clave para la disuasión

Las capacidades militares que tendría que aportar cada país fueron pactadas hace dos semanas en una cumbre de ministros de Defensa de la OTAN. El resultado de ese reparto es información confidencial y secreta, es decir, no se hace público qué capacidades y en qué dimensión la debe aportar cada país. La razón de ello es que un supuesto enemigo no sepa con qué cartas va a contar la OTAN en caso de conflicto y dónde se encuentran antes de ser movilizadas.

La OTAN conoce las capacidades que tiene cada país socio ahora mismo y qué es lo que le ha pedido, por eso sabe aproximadamente cuánto necesitará invertir cada país aliado para cumplir con esas capacidades militares a aportar. La realidad es que la cifra de inversión que se viene a pactar ahora no es ley grabada a fuego, sino una cifra aproximada porque lo realmente importante es aportar cumplir pudiendo aportar las capacidades militares que se piden.

La aportación de una misma capacidad puede suponer un coste económico muy diferente en función de cómo se decida cubrirla. No es lo mismo aportar cincuenta cazas con capacidad de ataque aire-aire y aire-tierra poniendo cazas F35 estadounidenses (lo más modernos, pero también los más caros), que con Eurofighter Typhoon o Dassault Rafale, o incluso con los suecos Saan Gripen (los más baratos de comprar, mantener u operar).

El 5% del PIB en Defensa

Los países de la OTAN están debatiendo desde el pasado diciembre cuánto elevar su inversión en Defensa para que cada país tenga unas Fuerzas Armadas equilibradas y con capacidades militares suficientes para afrontar sus propios riesgos y aportar en un conflicto global de alta intensidad. El debate inicial en Europa, iniciado por los países del Este, se situaba en torno al 3-3,5 por ciento del PIB.

Donald Trump rompió la baraja en enero, al llegar a la Casa Blanca, y marcó el 5 por ciento del PIB como referencia para todos los socios, salvo Estados Unidos, que no tendrá que llegar a ese extremo. La cifra no es fruto de un estudio detallado de las capacidades existentes y las necesarias a futuro elaborado en Washington o en el seno de la OTAN, sino de una cifra decidida por el presidente estadounidense de forma impulsiva.

La OTAN y su secretario general, Mark Rutte, adaptaron desde ese momento la cifra de Trump como una referencia, aunque se adaptó a la realidad europea. Ese 5 por ciento del PIB se dividió en dos. Por un lado, un 3,5 por ciento del PIB en inversión pura en Defensa (personal, equipamiento, armamento…), siguiendo el patrón histórico de la OTAN. Por otro lado, un 1,5 por ciento del PIB en el que se incluyen otros elementos relacionados con la seguridad.

La trampa de la revisión de 2029

Los países se comprometen a alcanzar esa cifra de inversión en una década. En los primeros debates europeos iba a ser el 3,5 por ciento en 2030. Con la entrada en escena de Trump se empezó a hablar el 5 por ciento en 2032. La negociación final entre países ha aplazado aún más la llegada hasta ese límite mínimo de inversión hasta el año 2035. Se da un margen de 10 años para que los países no tengan que hacer un cambio traumático en sus presupuestos.

Una de las cuestiones más llamativas es que está previsto que en 2029 los países se vuelvan a reunir para volver a reevaluar la senda de inversión mínima marcada en esta cumbre. Lo normal es que ese reestudio, siendo solo uno, se hiciese a mitad del camino, es decir, en 2030, pero se ha decidido que sea sólo después de los cuatro primeros años. No hay una explicación oficial a por qué se va a hacer en cuatro años y no en los cinco que marcan la mitad del camino.

Pero sí hay un elemento clave que puede ser la causa de que el reestudio se realice en cuatro años y no en cinco. Cuatro son los años que quedan para que Donald Trump abandone la Casa Blanca. No podrá presentarse a las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos de noviembre de 2028, al haber alcanzado haber sido elegido ya en dos ocasiones, el máximo que permite la ley estadounidense. Trump saldrá de la Casa Blanca en enero de 2029 sí o sí.

La ruptura de la unidad aliada

España no es el único aliado que está en contra de alcanzar la cifra del 5 por ciento del PIB en Defensa. Países como Bélgica, Eslovaquia o Canadá también ven inviable alcanzar la cifra que proponen Mark Rutte y Donald Trump. Otros países guardan silencio y prefieren esquivar esta cuestión. Pero Pedro Sánchez sí ha sido el único que ha convertido en un show público su rechazo a la cifra, convirtiendo a España en el aliado paria de la OTAN.

El Gobierno español podía haber ratificado el compromiso para que la OTAN pudiese mandar un mensaje de fuerza al mundo, especialmente a Rusia y China, pero España lo ha impedido. Podía haber dicho sí y luego haber incumplido, en espera de que en 2029, con la salida de Trump de la Casa Blanca, el escenario cambiase, pero ha optado por convertirse en el aliado díscolo y en un problema para la OTAN.

La posición disidente española ha sido reflejada en todos los grandes medios internacionales. Aunque este miércoles se aprueba por unanimidad la resolución final, la cumbre de La Haya pasará a la historia por ser la cumbre de la división entre los aliados. Y todo ello porque Pedro Sánchez se encuentra acorralado por la corrupción y necesitaba una victoria que le diese oxígeno dentro de nuestras fronteras.

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