
Probablemente el escenario más difícil que existe en el mundo del deporte de equipo profesional es el de reconstruir un proyecto a partir del éxito. Alcanzar la cúspide engalana y enorgullece, pero al mismo tiempo, paradojas de la vida, en no pocas ocasiones ha dificultado el futuro sobremanera. Pregunten en el Barça de fútbol la hipoteca que supuso la época dorada con Messi, o por concretar en términos baloncestísticos, cuán complejo fue el epílogo de Kobe Bryant en los Lakers o el de Juan Carlos Navarro en el mismo Barcelona. Gigantes de la institución por los que se debe ofrecer un respeto eterno pero a los que es muy difícil decirles que llega un momento en el que deben dar un paso a un lado.
En esa tesitura se encuentra hora mismo el Real Madrid de baloncesto, en la undécima temporada de Pablo Laso en su banquillo. La ´decada prodigiosa’ de la canasta blanca, por lo menos en lo que a los tiempos modernos se refiere, pasa recientemente por uno de sus picos más bajos, si no el que más. Mientras el Barça domina con puño de hierro en España y en Europa -ya se sabe cómo suele ser esto de los vasos comunicantes entre enemigos íntimos-, en la casa blanca no ganan para sustos últimamente. Los merengues han perdido 11 de sus últimos 16 partidos entre Liga Endesa y Euroliga, 14 de los últimos 20 si vamos algo más atrás de la Copa del Rey. Hay más: el triunfo ante el Río Breogán del domingo cercenó una racha de cinco tropiezos seguidos. Cifras inasumibles para un gigante del baloncesto continental, muy especialmente cuando a finales de 2021 su velocidad parecía de crucero y aspirante a todo.
Es así como los de Laso llegan al momento crucial de la temporada, con el inicio este miércoles de los cuartos de final de la Euroliga. Entre la zozobra generalizada y bochornos difícilmente explicables como el de la última jornada de la temporada regular ante un Bayern de Múnich sin nada en juego, el Madrid cayó hasta la cuarta plaza en Copa de Europa más barata de los últimos años tras la exclusión CSKA de Moscú, Zenit de San Petersburgo y UNICS Kazan como sanción por la invasión rusa de Ucrania. "Si quiero ser optimista, mi equipo está a cinco victorias de ser campeón de Europa", dijo días atrás el técnico vitoriano. No le falta razón: el Madrid tiene el factor cancha a favor por lo que ‘solo’ necesita hacer un fortín del Wizink Center para meterse en la ‘Final Four’ de Belgrado. Y una vez allí, el maquiavélico formato que decide cada año el campeón continental iguala terriblemente las fuerzas. El favorito en la ‘Final Four’ no es el mejor del año: es el que llega mejor a ese fin de semana, con la enfermería más vacía y la cabeza más limpia.
Sin embargo, no es fácil ser optimista en clave blanca. Primero, por el rival: contrariamente a lo que pudiera pensarse, al Maccabi le sentó de maravilla destituir a Ioannis Sfairopoulos. Desde la llegada del en principio interno Avi Even, los hebreos van como un tiro: han ganado 8 de sus 10 últimos partidos en Euroliga, incluyendo victorias ante Madrid y Barça, y han sido el equipo que mejor ha aprovechado la sanción de los rusos para ascender en la clasificación. Pero sobre todo, las dudas las ofrece el propio Real Madrid. Y desde luego no solo por el reciente positivo en covid de Gabriel Deck, que hipoteca seriamente sus opciones ante los israelíes, al menos en los dos primeros duelos en Madrid. El problema de este equipo resulta más estructural: se ha acostumbrado durante años a tener a uno (si no dos) de los mejores bases de Europa vistiendo su camiseta, y eso ahora mismo dista mucho de ser así. La lista quita el hipo: Sergio Rodríguez, Facundo Campazzo, Luka Doncic, Sergio Llull en plenitud. Difícil pensar en un póker similar bajo una misma camiseta. Una catarata de generación de juego que ahora es un recuerdo lejano.
Porque las piernas de Llull ya no son las que eran, y sus mejores días en ese rol de ‘1’ moderno ya no volverán. El de Mahón puede y debe seguir siendo un activo blanco, pero desde luego no parece tener más recorrido ya su papel como base con 20 minutos en la cancha si no quiere que sucedan los problemas citados con Bryant o Navarro en su día. También es cierto que los llamados a tomar ese relevo, por una u otra razón, no han dado el paso. La rodilla de Carlos Alocén se resquebrajó justo antes de la Copa del Rey, pero la irregularidad del joven talento aragonés tampoco permitía aún ni de lejos poner en su mochila el peso de todo un Real Madrid. Con Thomas Heurtel nadie debe sorprenderse de cómo ha sido su rendimiento como blanco: el galo es un jugador genial, especialmente en momentos ‘calientes’ de partido, pero no es un generador de elite ni lo fue nunca. Puede ganar partidos por sí mismo, desde luego (recuerden esas dos Copas del Rey que le birló con el Barça a su actual equipo), pero no parece el perfil más adecuado para lo que Laso siempre ha pedido de un base. Quizá ese debió ser la cuarta pata de la ecuación, pero lo cierto es que Nigel Williams-Goss tampoco ha respondido, salvo en momentos muy puntuales, a las expectativas (justificadas) que su fichaje generó. Desde luego, los precedentes son muy difíciles de igualar. De nuevo: Campazzo, Doncic, ‘Chacho’… Pero las mimbres actuales no estado a la altura de lo que un equipo de tal dimensión requiere. Quizá eso le ha pesado a Williams-Goss, fuera de la rotación en muchos momentos y con un lenguaje corporal abatido la mayor parte del resto.
Con todo, este Real Madrid, pese a envejecido, tiene fortalezas. Aunque no pasen por su mejor momento, Edy Tavares y Vincent Poirier no tienen parangón como pareja de ‘5’ en Europa. El regreso de Gabriel Deck le ha aportado de nuevo un jugador elite en el ‘3’ en una rotación exterior en la que Caseur y Rudy Fernández entienden excelentemente su papel cuando aparecen en la cancha. Eso sí, alguien explicará algún día todo lo sucedido en torno a Jaycee Carroll, con el Madrid desangrándose mientras su afición sigue preguntándose qué ha pasado con el mejor tirador de la última década a este lado del Atlántico. Le duele más eso a la parroquia blanca porque cuando los tiros no les han entrado -también algo habitual esta temporada-, los de Laso las han pasado canutas en ataque, llegando a duras penas a los 60 o 70 puntos en muchos partidos, dado el citado déficit en la creación desde el base. Otro enigma está en el puesto de ala-pívot: inmejorablemente cubierto a priori con Yabusele, Thompkins y Randolph, sobre todo tras el voraz inicio de campaña del galo, que pareció encajar como un calcetín en la casa blanca en aquellos días de alegría, vino y rosas. Pero ni la evolución de las lesiones de los dos segundos fue la mejor ni su rendimiento ni actitud una vez de vuelta han parecido ideales.
Lo cual lleva a otro de los enigmas de la temporada blanca: las secuelas de la inapropiada fiesta de Atenas de Heurtel, Thompkins y Yabusele. Salir en la noche previa a un partido y aparecer en el hotel para el café del desayuno está fuera de las rutinas necesarias por cualquier profesional que se precie. Hasta aquí la teoría. La práctica es que estas cosas, a veces (no habitualmente, desde luego), pasan. Y que cuando suceden con el equipo en buena dinámica, se mira para otro lado. Tirón de orejas, multa económica y pelillos a la mar. Pero cuando pasan en la peor crisis de recordados en una década, la película es distinta. Heurtel y Thompkins, ajusticiados. Yabusele, no tanto, porque acababa de renovar. Y apenas dos semanas después, Laso recogiendo cable. Del "la decisión es definitiva" al "nunca han estado fuera del equipo (…) veremos cuando poco a poco los vayamos reincorporando si volverá a jugar o no" del vitoriano. Tanto, como para deje la puerta abierta incluso a que jueguen contra el Maccabi.
Pase lo que pase en la serie ante los histórico representante israelí, esta temporada en la casa blanca da para un libro. Pero, efectivamente, tras tantos carros y carretas, este Madrid inescrutable está a cinco partidos de levantar su undécima Copa de Europa. Y, por quimérico que parezca a día de hoy, vaya usted a saber si no es capaz de hacerlo y de callarnos a todos (a la inmensa mayoría al menos) la boca. Aunque luego tenga que volver a enfrentarse a reconstruir desde el éxito. Porque tendrá que reconstruir. No le va a quedar otra.

