
Llevaba años llamando a la puerta Alemania como una futura potencia del baloncesto mundial. Ya hace doce meses, solo España fue capaz de tumbarle, precisamente en Berlín, en la agónica semifinal del Eurobasket. Pero era esa selección, ya con Gordon Herbert en el banquillo, era un equipo con hechuras de hacer cosas relevantes, y al que la recuperación de los entonces lesionados Issac Bonga y Moritz Wagner (hermano de esa joya de jugador que es Franz) ha terminado de darle el potencial necesario para dar el paso al siguiente nivel competitivo.
Aunque a sus equipos de Euroliga les siga costando ser extremadamente competitivos, el crecimiento del baloncesto teutón es uno de los más sostenidos del Viejo Continente. Sin ir más lejos, el curso pasado, el Telekom Bonn sorprendió en Málaga al renacido Unicaja de Ibon Navarro y le arrebató, con todas las de la ley, el título en una FIBA Basketball Champions League en la que todos los pronósticos parecían señalar al ya entonces campeón de la Copa del Rey como principal candidato al título. Por otro lado, la seriedad de la Bundesliga, destacada por los no pocos españoles que allí han trabajado en estos años, bien debería ser un buen espejo en el que mirarse desde nuestro país, donde no siempre los pagos llegan puntuales a las nóminas de jugadores o entrenadores. Quizá no venga mucho a cuento esto, pero tampoco está de más señalarlo, pues es a través de la eficiencia en el trabajo como suelen terminar llegando los resultados como este primer título mundial para los germanos.
Un hecho histórico, sin duda, pues Alemania solo ostentaba hasta ahora un gran trofeo, con aquel inolvidable Eurobasket de 1993 en el que, como anfitriones y con Svetislav Pesic en el banquillo, superaron agónica y sucesivamente a España (cómo duele aún ese tiro de Christian Welp), Grecia y Rusia (otra vez Welp decisivo, entonces desde el tiro libre) para proclamarse campeones continentales. Desde entonces, y pese a la supernova que supuso la eclosión de Dirk Nowitzki a primeros del siglo XXI, los teutones nunca habían tenido el potencial suficiente (Nowitzki estuvo demasiado solo) como para volver a vencer en cualquier competición internacional. Hasta esta era de la postpandemia.
Alemania ha aprovechado, como suele ser en cualquier equipo campeón, una de sus mejores generaciones. El MVP Dennis Schröder (¡sigue teniendo 29 años!), los hermanos Wagner, Bonga, Johannes Voigtmann y Daniel Theis le aportan la capacidad física necesaria (en absoluto exenta de talento) para mirar a cualquiera a la cara en el panorama actual. Y junto a ellos, jugadores curtidos en Euroliga, perfectos complementos para aumentar el nivel competitivo: un tirador de elite como Andreas Obst, un gran generador de perímetro como Maodo Lo y un sobrio currante de la pintura como Johannes Thiemann. Más atrás en la rotación han quedado otro eficaz veterano, como el alero Niels Giffey y dos de sus mejores jóvenes emergentes, el base Justus Hollatz (la pasada temporada en el Río Breogán) y el escolta David Kramer (la próxima en el Covirán Granada). Un equipo muy bien construido que se va invicto de la Copa del Mundo y que, ya desde el inicio de sus partidos amistosos, como se encargó de recordar Sergio Scariolo pocos minutos después de colgarse el oro los teutones, emergió entre los candidatables al título, por mucho que su tradición no les acompañara en ese sentido.
It’s all yours, my dear friend Gordie Herbert! Well deserved! Enjoy it, but be aware that in four years we will try to get it back!
Outstanding coaching job!
Best Team from the very first exhibition game to a great final!
Respect!👏🏻👏🏻👏🏻 pic.twitter.com/dmiBnRfG9u
— Sergio Scariolo (@sergioscariolo) September 10, 2023
Enhorabuena pues a Alemania, justísimo merecedor de un título que supone una sorpresa por su palmarés histórico, aunque no tanto por su potencial actual. Fueron los mejores desde el principio, compitieron a cualquier ritmo, como en su descollante semifinal ante Estados Unidos y solo los lógicos nervios del final, cuando el título parecía encarrilado, les hicieron flaquear un tanto frente a Serbia. Sin embargo, para entonces ya habían granjeado una renta suficiente como para abrochar su primera corona mundial.
Se llevan los de Gordon Herbert el título de las Filipinas, donde Estados Unidos ha vuelto a zozobrar. Por mucho que el potencial de su plantilla no fuera el suficiente como para considerarlos invencibles, sí era el necesario, sin lugar a ningún género de dudas, para ser favoritos al oro. Sin embargo, los de Steve Kerr se van sin medalla, tras perder tres partidos (Lituania, Alemania y Canadá) y vuelven a poner negro sobre blanco sus carencias adaptativas en la Copa del Mundo. Más allá de algún déficit estructural (decepcionante Brandon Ingram en el puesto de ‘4’ abierto que tanto daño suele hacer en baloncesto FIBA), hubo dos partidos en concreto en los que le faltaron al respeto al rival y acabaron pagándolo: ante Lituania y Alemania, los norteamericanos pensaron que sería suficiente con apretar al final. Dejaron que el rival engrasara máquinas y entrara en un ‘pim, pam, pum’ ofensivo donde los ‘yankees’ suelen sentirse cómodos. Pero en el baloncesto de 2023 nadie puede ganar sin defender. Y por mucho que Estados Unidos pensara que lo haría poniéndose las pilas atrás solo en el último cuarto, no fue así. Lituania fue un aviso sin daño real en el torneo. Pero no lo captaron y repitieron plan ante Alemania, volviendo a ceder y perdiendo ahí el pase a la final.
Mucho se habló durante los pasados mundiales de atletismo de las palabras del campeón de los 100 metros, Noah Lyles, poniendo en cuestión que el campeón de la NBA fuera el campeón del mundo, como suelen arrogarse los que se ponen el anillo de ganador en la competición estadounidense. Cuestionado por ello, Bobby Portis, pívot de la selección norteamericana y campeón con Milwaukee Bucks hace dos temporadas, dijo que él se sentía campeón del mundo. Allá él. Para mí podía ser un argumento de peso en los 80, cuando los Lakers o los Celtics estaban a años luz de lo que emergía a este lado del charco. Pero mantenerlo en 2023, cuando Estados Unidos no ha sido capaz de ganar en cuatro de los últimos seis mundiales, pese a contar con barra libre para usar a las estrellas de la NBA, es un acto de puro chovinismo patrio. Ojo, no digo que el campeón de la Euroliga vaya a ganar al de la NBA (aunque pienso que, si se juega con reglas FIBA, habría partido). Pero sí que mientras en Estados Unidos no dejen de mirarse tanto el ombligo, seguirán tropezando a nivel de selecciones con la misma piedra de cuando en cuando.

