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El penúltimo raulista vivo

Benito, Juanito, maldito 2 de abril

Anoche, en El Chiringuito, Josep Pedrerol nos pidió que eligiéramos al futbolista que más nos había emocionado, y yo elegí al que escojo siempre, al mismo, a Juan Gómez, Juanito. Porque si algo era Juan, más allá de un extremo hipnótico y de una habilidad pasmosa, era emoción, pura emoción. Además de un tío muy vivo, Juanito era un Tiovivo, un carrusel de emociones buenas y malas. Cuando ibas a ver a Juan a un campo de fútbol nunca sabías cómo empezaría aquella película, cómo seguiría y, sobre todo, como finalizaría, pero de lo que sí tenías la certeza absoluta era de que te iba a emocionar. Era tan emocionante Juan que, y ya lo he dicho un millón de veces, en el estadio del club deportivo más importante de la historia, un campo que ha visto a los mejores jugadores del mundo, se sigue coreando su nombre veintiocho años después de su muerte.

Porque además, y ese era un dato que no recordaba yo ayer cuando elegí a Juanito como el futbolista que más me emocionó, Juan murió en accidente de tráfico en Calzada de Oropesa un 2 de abril del año 1992. Fue emocionante su vida, nos emocionó su fútbol y, por trágica y por inesperada, fue también emocionante su muerte, que pilló a todo el mundo en fuera de juego. Juan no jugaba en el Real Madrid, no, qué va: Juan era el Real Madrid, de un modo muy similar a como fueron el Real Madrid Zoco, Velázquez, Di Stéfano o Puskas y como son el Real Madrid Paco Gento, Amancio Amaro, Carlos Santillana o Michel. Juan no fingía ni era tampoco necesario que se besara el escudo porque Juanito llevaba cosido al corazón el escudo del Real Madrid.

Maldito 2 de abril, día espantoso donde los haya. Negro 2 de abril, que gracias a Dios estamos a punto de despedir hasta más ver, dentro de un año. Enlutado 2 de abril que, cada trescientos sesenta y cinco días, nos conduce sin nosotros quererlo hasta el kilómetro 161 de la Nacional 5 y nos mata una y otra vez a Juanito. Yo no lo recordaba, me lo recordó su hijo Roberto cuando le dije que había elegido a su padre, que Dios tenga en Su Gloria, como el futbolista que más me emocionó. Detestable 2 de abril que hoy, como si de un macabro poema de muerte se tratara, se ha llevado a otra leyenda del madridismo, Gregorio Benito, Goyo Benito, Hacha Brava, el eterno 5 del Real Madrid. Odio el 2 de abril y, desde ahora, en mi calendario pasaré del 1 al 3, no quiero ni volver a oír hablar del 2 de abril.

La muerte de Juan fue inesperada, la de Goyo no lo ha sido tanto porque hacía mucho tiempo que estaba ingresado en la Residencia Ballesol, especialmente golpeada por el coronavirus, aquejado por la enfermedad de Alzheimer. Hoy oía a Santillana decir en Real Madrid TV que estuvo viéndole hace poco y que ya no recordaba nada, pero para eso estamos nosotros aquí, Puma, para recordar al fantástico central y rescatar a la persona de la desmemoria. A los más jovenzuelos del lugar les diré que Benito era un látigo, un rayo, un defensa potentísimo y muy rápido que salía al cruce de los delanteros de un modo que ya no se ve en el fútbol actual. Goyo era un líder en un Real Madrid con muchos líderes por metro cuadrado y su contundencia llevó a la grada a pedirle, a exigirle casi, que sacara el hacha, y aquello sugirió a Héctor del Mar, que en paz descanse, el apodo futbolístico por el que siempre se le conoció, el de Hacha Brava. Benito tuvo fama de jugador duro, y lo era, pero también arrastró la cruz de una violencia poco razonada y, con los datos en la mano, estadísticamente injusta: a Goyo le lesionaron bastantes más veces de las que él lesionó.

Pero Gregorio Benito era, además, un tipo divertidísimo y locuaz, un gran contador de historias con las que, si él quería, te embelesaba. La que mejor contaba era la de su gol de cabeza al Oporto, un gol que entró limpio y que, aquel año, clasificó al equipo para las semifinales de la Copa de Europa. Él ya no recordaba aquel gol, ni recordaba tampoco cómo le quiso la gente. Y, aunque hoy ha muerto físicamente, nadie muere nunca del todo mientras haya alguien que conserve su memoria. La de Benito la recordaremos mientras vivamos los madridistas de una generación que sufrió más que la actual pero que probablemente se emocionara más con aquellos jugadores sobre los que no quedaba ni el más mínimo rastro de duda. Adiós, Hacha Brava, hasta luego. El cielo gana un gran defensa central y contigo ascienden algunos de los mejores recuerdos futbolísticos de nuestras vidas. Benito, Juanito, maldito 2 de abril, te borro para siempre de mi calendario.

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