El problema del Barça es que, tras ganar la Champions League y la Liga de la temporada pasada, ahora continúa liderando el campeonato cuando sólo se llevan disputadas siete jornadas. El problema del Barça es que va segundo en un grupo, en concreto el A, en el que coincide con el todopoderoso y archimillonario Chelsea de los Cole, Carvalho, Makelele, Lampard, Ballack, Robben, Schevchenko y Drogba. El problema del Barça es que tiene en su plantilla a algunos de los mejores futbolistas del mundo, jugadores muy jóvenes todavía y con ganas de seguir compitiendo al máximo nivel. El problema del Barça es que su máximo adversario, su enemigo histórico, lleva tres años sin ganar ni un sólo título.
El problema del Barça es que, tacita a tacita, muy despacito y sin meterse con nadie, acabó construyendo un equipo con los Ronaldinho, Deco, Eto'o, Edmilson, Márquez y Giuly, jugadores que probablemente estuvieran un escalón mediático por debajo de Zidane, Beckham, Ronaldo o Figo, sí, pero que, futbolísticamente hablando, eran tan buenos, y en algunos casos incluso mejores, que ellos. Pero, por encima de todos los problemas anteriormente expuestos, el mayor problema que tiene en estos momentos el Barça, un problema realmente inquietante y que Joan Laporta no sabe bien cómo quitarse de encima, es que tiene en sus filas a Lionel Messi, un chico de diecinueve añitos que juega todos los partidos, desde el más trascendente al más irrelevante, como si estuviera en el patio del colegio, un futbolista diferente, distinto, un balón de oxígeno, un jugador genial, un crack en ciernes, un extraordinario pelotero, un genio.
Tras el 2-0 del estadio Santiago Bernabéu el diario