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El penúltimo raulista vivo

La pasión

A la vista está de lo acontecido anoche en Getafe, un rival que el Barcelona de la pasada temporada se habría zampado sin pestañear, que sí, que efectivamente había debate, que al equipo de Guardiola le han pillado el truco fuera de su casa y que es un equipo que sufre muchísimo más que antaño; sigue sin parecerme una locura, más que nada porque la base de la actual selección está fundamentalmente integrada con jugadores azulgrana, conectar este hecho con el estado titubeante de la vigente campeona europea y mundial. ¿Por qué le está pasando esto al Barcelona?... Rafa Nadal, que lo ha ganado casi todo y a edades muy tempranas, comentaba el otro día que notaba que empezaba a fallarle la pasión por el juego; yo creo que hay algo de eso en esta minicrisis culé: a estos futbolistas, que ya lo han ganado todo, empieza a fallarles la pasión mientras que en el Real Madrid mantienen intacta su ansia de venganza.

Y por seguir con el tenis y esa reciente confesión pública de nuestro campeonísimo Nadal, a mí lo que más me llama la atención del genio suizo Roger Federer, que probablemente sea uno de los dos o tres mejores jugadores de toda la historia, es precisamente su inalterable capacidad de sufrimiento, ese auténtico estajanovismo que le obliga a madrugar para ir todos los días a la pista de entrenamiento a machacarse, impidiéndole por cierto pegarse la vida padre a la que están destinados tanto él como sus futuras generaciones. Hace tiempo que Federer ya sólo compite consigo mismo y, si acaso, con Rod Laver, Pete Sampras o Björn Borg. A lo mejor Pep tendría que ponerse en contacto con Federer para que éste le transmitiera su secreto mejor guardado: cómo mantener viva la pasión después de haberlo conseguido todo.

Alcanzado el primer tercio de Liga, el Real Madrid se encuentra con un botín muy apreciable; ni los más optimistas del lugar soñaban con una renta de seis puntos, seis. Pero se equivoca quien piense que esto está acabado. Afortunadamente el equipo merengue tiene sentado en el banquillo a José Mourinho, que hace bien al no fiarse ni de su propia sombra. El Getafe ganó al Barcelona porque su entrenador creyó que podía ser así y no fue a recibir a Guardiola, como sí hicieron sin embargo otros, con el lirio en la mano. El Atlético de Madrid no ganó al Real Madrid porque su entrenador no creyó jamás que podía ser así y, a cambio de eso, decidió convertir un simple partido de fútbol en la nueva batalla de las Termópilas. Gracias a Dios que funcionaron las espinilleras y no hubo desgracias que lamentar: tampoco es buena tanta pasión, la virtud debe estar en el término medio.

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