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El penúltimo raulista vivo

Leyendas ciertas e inciertas de un desamor verdadero

A la inquina culé hacia el Madrid contribuyó decididamente, aunque no sólo él, Santiago Bernabéu. Al presidente del Real le gustaba contar leyendas urbanas que reforzaran el viejo tópico de que los catalanes eran muy tacaños. Ésta, que recoge Carlos Toro en Anécdotas del fútbol, se la contó a Francisco Franco: "Viniendo de Londres coincidimos en el aeropuerto con el Barcelona. El presidente, Montal, traía en brazos un perro que se había comprado. En la aduana le dijeron que no lo podía pasar, a menos que pagase los derechos correspondientes. Montal preguntó por el jefe de los aduaneros y le preguntó cómo se podía arreglar la cosa, porque el animal ya le había costado bastantes pelas. El hombre le dijo que se pagaba por los animales vivos, pero no, por ejemplo, por los disecados. Entonces Montal ordenó al utillero que matara al chucho porque si no le iba a costar una fortuna". No hay nadie, ni siquiera Bernabéu, que pueda creerse que haya alguien tan majadero en el mundo como para cometer esa salvajada.

Otra, y en este caso al parecer cierta, fue seleccionada por Julián García Candau en Madrid-Barça. Historia de un desamor . Final de la Copa. Madrid-Barça. Temporada 1967-68. La última final copera entre ambos clubes se remontaba a 1936, semanas antes del estallido de la guerra civil. Tras el 1-0 a favor del Barcelona (gol de Zunzunegui en propia puerta), el público la tomó con el árbitro, el balear Antonio Rigo, sospechoso, quizás por proximidad geográfica y afinidad lingüística, de barcelonismo. Rigo, según el respetable, se negó a ver un par de penaltis en el área azulgrana. El asunto acabó con una lluvia de botellas. Al acabar el encuentro, doña Ramona de Alonso Vega, esposa del ministro de la Gobernación, se lamentó ante Bernabéu:

-¡Qué pena, Santiago, hemos perdido!

Camilo Alonso Vega, percatado de que Narcís de Carreras había escuchado la frase, le pidió a su esposa que le diera la enhorabuena y borrara el mal efecto de sus palabras. La dama, diligente y tal vez avergonzada, obedeció:

-Le felicito, claro, porque, a fin de cuentas, Barcelona también es España, ¿no?

Carreras repuso:

-Señora, no fotem.

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