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El penúltimo raulista vivo

Lo que pasó en Sudáfrica

A Vicente del Bosque le han preguntado, inmediatamente después de dar la lista de futbolistas convocados para el partido amistoso contra Macedonia del próximo miércoles, si había tenido tiempo suficiente para reflexionar en las vacaciones acerca de lo sucedido en la Copa Confederaciones. Seguro que otros más cínicos o más prepotentes que el actual seleccionador habrían sorteado con arte la pregunta repreguntando a su vez al periodista si es que había acaecido alguna desgracia en Sudáfrica de la que él no estuviera al corriente o si la federación no le había informado de la defunción de algún conocido por la que el fútbol español hubiera de guardar por respeto el luto de rigor y los internacionales portar brazaletes negros. Pero Del Bosque no se ha salido por la tangente y ha contestado con educación, que es la que por cierto nos merecemos siempre y en cualquier circunstancia todos los profesionales de la información, explicando que no sólo ha tenido ocasión de reflexionar sobre lo acaecido en la Copa Confederaciones sino que incluso ha ampliado su meditación a todos y cada uno de los partidos que ha jugado España desde que él se hiciera cargo del equipo nacional.

Habrá quien piense que después de catorce victorias y una derrota, que es precisamente la fenomenal cuenta de resultados que ofrece a día de hoy Vicente, tendríamos que rasgarnos las vestiduras e ir por la calle llorando a moco tendido cual plañideras de alquiler. No es mi caso. Tan cierto es que España viene de un apabullante éxito continental que nos hizo disfrutar un montón y del que siempre conservaremos un recuerdo imborrable en la memoria como que arrastramos un historial de batacazos mundiales que se venían repitiendo sucesivamente desde la Eurocopa del año 1964. Desde aquel penúltimo éxito estuvimos preguntándonos durante más de 40 años qué narices estábamos haciendo mal, por qué otros lograban con relativa sencillez lo que a nosotros parecía resistírsenos tanto y si todo se debería a que estábamos malditos o arrastrábamos algún problema genético o similar. Hicimos cambios y más cambios, movimos piezas y más piezas, jugamos con un estilo y luego lo hicimos con otro radicalmente opuesto y, tras tanta profunda reflexión, nos dimos de bruces con la cruda realidad.

Lo que pasó en Sudáfrica es sencillamente que jugamos cinco partidos de fútbol y que perdimos uno ante un equipo, el de Estados Unidos, inferior en principio al nuestro pero que luego opuso una resistencia numantina en la final jugada contra la todopoderosa Brasil. Lo que pasó en Sudáfrica es que acabamos clasificados en la tercera posición de una competición que jamás en nuestra vida habíamos disputado. Lo que pasó en Sudáfrica es que pagamos la novatada. Lo que pasó en Sudáfrica es que alguna vez teníamos que perder. Y lo que, si fuéramos un poquito prácticos e inteligentes y no andáramos por ahí como los nuevos ricos del fútbol internacional, tendría que pasar a partir de ahora es que cerrásemos cuanto antes la clasificación para el Mundial que, a pesar de la cantidad de todos los records acumulados, aún no está asegurada, y dentro de un año estuviéramos disputando el Mundial, una competición que nunca se nos ha dado bien, como vigentes y orgullosos campeones de Europa. Entonces, dependiendo de lo que suceda, sí será el momento de sentarse con Del Bosque a sumar, restar, multiplicar, dividir y recitar en voz alta aquello tan melodramático que repetía Hamlet: ser o no ser, esa es la gran cuestión.

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