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El penúltimo raulista vivo

Menos millones y más criadillas

Siempre me he preguntado qué podrá llevar a un ciudadano razonablemente cuerdo a levantarse muy pronto un domingo por la mañana, desayunar, coger el cochecito y marcharse, sólo o en compañía de otros acaso menores de edad, a poner a parir a unos futbolistas que trotan en círculo como ponis en un circo, indiferentes al ruido callejero, y a los que sólo puede gritar detrás de unas rejas y a larga distancia. También me he preguntado qué podrá llevar a un periodista razonablemente inteligente, salvo que tenga de jefe a Ignatius J. Reilly, que todo es posible en este curioso negocio de la prensa deportiva, a colocarle una cámara delante al susodicho ciudadano para que éste le jure a España entera en arameo, recitando a continuación la lista de todos y cada uno de los desagradabilísimos y dolorosísimos males de los que habrá de morirse en un plazo razonablemente corto de tiempo la plantilla al completo del equipo de sus amores.

Hay un eslogan que no puede faltar jamás en una reunión de estas características, algo así como un clásico de la invectiva futbolística dominical, y es el de menos millones y más criadillas (sabrán ustedes perdonarme la autocensura en forma de sustitución de la palabra original que rima con millones por un sucedáneo acaso más amable y que, al fin y a la postre, se refiere también a los órganos glandulares del aparato reproductor masculino, gónadas, por cierto, que estos caballeros echan siempre en falta cada vez que su equipo pierde un partido). Y eso era precisamente lo que gritaban esta mañana un grupo reducido de personas en La Masía al paso de los Xavi, Puyol, Iniesta y Eto'o, ¡menos millones y más criadillas!, en clara referencia no al número de testículos de sus jugadores, que, salvo malformación física o milagro de la naturaleza, habrán de ser dos, sino al arrojo, el coraje, las agallas o los redaños, valores todos ellos localizados, simbólicamente por supuesto, entre los dos muslos del varón, por delante del periné.

La indignación culé crece casi al mismo tiempo que decrece la originalidad de sus protestas. Ya dije el otro día que nuestra Liga se ha convertido en una conjura de los necios futbolística en la que uno, el Real Madrid, falla, mientras que el otro, el Barcelona, falla más. Falta por saber qué hará hoy el Madrid ante el Sevilla pero, independientemente del resultado, lo más poético sería que el campeonato se lo llevase el Villarreal, un equipo modesto que juega bien al fútbol. Porque al final, por mucho que repitan en La Masía la eterna cantinela que da título a este artículo, no es cuestión de brío sino de calidad y acaso también de hambre, la tantas veces referida mirada del tigre. Si Pellegrini, Nihat y Pires no lo remedian, esta Liga la ganará un gato y no un tigre. Y, en lo que al Barça se refiere, al final de la temporada, según comentaba un enfurecido aficionado, Laporta cortará por lo sano y pondrá de patitas en la calle, o quizá a las puertas de la Premier, "al Rijkaard" porque, tal y como asegura otro famoso eslogan futbolístico, es más fácil echar a uno que echar a veinte. También tiene criadillas la cosa.

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