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El penúltimo raulista vivo

Morir o matar vía WhatsApp

El Sevilla anunciaba el pasado 16 de noviembre en su web oficial que no iba a vender entradas para el partido de la Liga Europa que el equipo andaluz debía disputar once días más tarde en el campo del Feyenoord. En el partido de ida ya hubo problemas entre ambas aficiones y la directiva presidida por José Castro decidió cortar por lo sano. La decisión fue tremendamente impopular puesto que había seguidores sevillistas que sacaron el billete de avión mucho tiempo antes y que tenían que viajar si no querían perder el dinero. Así lo hicieron, por su cuenta y riesgo por supuesto: cien aficionados, en su mayoría pertenecientes al grupo ultra conocido como Biris, se presentaron en Holanda donde fueron recibidos amablemente por la policía que les guió hasta el parking de una comisría cercana a De Kuip donde fueron retenidos. Acabó el partido y otra vez de vuelta a España después de haber abonado 50 euros por cabeza.

A Castro y a Del Nido junior les llovieron los palos e incomprensión por todos lados pero lo cierto y verdad es que la afición del Sevilla actuó el 16 de noviembre con una sensatez y una cordura inhabituales en el mundo del fútbol. Entre vender las entradas y cooperar a la más que posible trifulca entre aficionados violentos y no venderlas y recibir las críticas de cien seguidores... optaron por esto último. Seguro que pagaron justos por pecadores, o a lo mejor no, pero la decisión del Sevilla y la prevención de la policía holandesa, que conocía los altercados que se habían producido entre ambas aficiones radicales, evitó males mayores. A lo mejor impidió una muerte, quién sabe. Me vino a la cabeza la decisión del Sevilla justo después de conocer que un hombre había sido agredido y arrojado al río Manzanares después de que las aficiones radicales de Atlético de Madrid y Deportivo de La Coruña se citaran por WhatsApp para morir o matar en los aledaños del estadio Vicente Calderón.

El seguidor del Depor golpeado y arrojado al río murió poco después en el hospital y entonces comenzó la tradicional ceremonia de reflexiones profundísimas acerca de qué hay que hacer y qué no. Ya pasó hace dieciséis años cuando apuñalaron mortalmente a Aitor Zabaleta. Acabar con el radicalismo y la violencia en el fútbol es una cuestión de voluntad. Joan Laporta, que no es precisamente uno de mis dirigentes preferidos, tuvo esa voluntad. Florentino Pérez también. Y para ninguno de los dos resultó nada agradable. En el caso del presidente del Real Madrid tuvo que aguantar incluso que se profanara la tumba donde reposan los restos de su mujer. Laporta y Pérez decidieron acabar con los ultras de sus respectivos equipos de forma individual, sin ayuda ni colaboración de nadie, al más puro estilo Will Kane, solos ante el peligro.

Y ese es uno de los problemas: la responsabilidad de erradicar la violencia que se produce en España con la excusa del fútbol no puede recaer en los hombros de un par de valientes sino que tienen que aplicarse soluciones consensuadas y apoyadas por todos, desde el Gobierno de la nación hasta la Liga de Fútbol Profesional, la Federación Española de Fútbol y, por supuesto, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Sí he de decir que resultan ciertamente desalentadoras algunas declaraciones posteriores al deceso acaecido ayer por la mañana. Que Enrique Cerezo se ponga de perfil ante un asunto de tanta gravedad o que Miguel Angel Gil diga que él no es quién para acabar con el Frente Atlético habla bien a las claras del nivel de nuestros dirigentes. Y que entre unos y otros quieran responsabilizar al pobre árbitro de que no se suspendiera el partido indica qué podemos esperar de los Villar, Tebas, etcétera, etcétera...

Hoy habrá reuniones. Muchas reuniones. Y muy aparatosas. Reuniones que durarán mucho tiempo. Como cuando lo de Aitor Zabaleta, igual. Declaraciones, declaraciones y más declaraciones. Pero si de todas esas reuniones no sale la voluntad firme y consensuada de expulsar como sea de una vez por todas a los violentos de los campos de fútbol... no habrá nada que hacer y todos quedaremos citados hasta el próximo muerto. Es fácil: que le pregunten a Joan Laporta y a Florentino Pérez cómo lo hicieron ellos. Si quieren, pueden. Lo que es inadmisible es que los dirigentes del fútbol disimulen y hagan como que la fiesta no va con ellos. Lo que no puede ser es que, en la era de la tecnología, Villar no coja el teléfono. O vacían los campos de gentuza o las personas normales acabarán prefiriendo quedarse en casa a ver el fútbol por televisión. Ya sucede.

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