Habría que mirar con detenimiento la letra pequeña de ese pacto privado al que, según desveló el otro día el gran Pedja, chafando así, por cierto, la privacidad del supuesto acuerdo alcanzado entre entrenador y jugador, llegaron en su día Capello y Emerson, el centrocampista brasileño que tanto le recuerda a Tomás Cuesta la serie de Los Soprano. Dice que... la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte. Está claro, ¿no? Lo repetiré por si acaso: la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte. ¿Sí o no? Pero el gran Pedja no se va a poner ahora a leer letras pequeñas con el abecedario gigante que se le viene encima, ¿a que no? Si Capello quiere pactar, que pacte; todo con tal de que salve algo del naufragio.
Emerson no ha querido infiltrarse para jugar contra el Getafe en casa, y eso a pesar de que el brasileño era totalmente consciente de que Guti y Diarra no podían saltar al campo. Ahora lo llaman periostitis. Muchos futbolistas profesionales antes que Emerson, jugadores de bastante más calidad que la atesorada por el brasileño, sufrieron también esa periostitis cuando saltaban al césped del estadio Santiago Bernabéu. No daré nombres para no ofender, pero a algún defensa internacional de muchísima clase, con galones en la selección nacional, le he visto yo quitándose el balón de encima, mandándolo lejos, cuanto más lejos mucho mejor. Era la periostitis famosa. Hubo quien la superó –el defensa al que me refiero lo hizo porque era muy bueno– y hubo también a quien le pudo el trance de jugar al fútbol con esa camiseta. Creo estar en condiciones de afirmar que, en el caso concreto de Emerson, tanto por la edad que tiene como por el tipo de futbolista que es, su periostitis es aguda y no hay cura posible para ella.