Les contaré un pequeño secreto: me pone de los nervios entrevistar a Ángel María Villar. Utiliza las mismas respuestas para todas las preguntas imaginables que puedas hacerle, de forma que, dependiendo del día que toque, te responderá con la opción "A", "B" o "C" independientemente de que tú le estés preguntando por su color favorito, el cine de los hermanos Cohen o el sentido de la vida. Del tono utilizado en todas y cada una de sus respuestas se deduce claramente que está encantadísimo de haberse conocido y que, si por él fuera, seguiría tomándonos a todos el pelo desde la presidencia de la FIFA, el Ministerio de Sanidad, el Foreign Office o la mismísima Casa Blanca. Y por mucho que lo intento no consigo evitar imaginármelo tocando el ukelele, bailando la conga de Jalisco o blandiendo un matasuegras. Porque, en el fondo, para Ángel María Villar Llona todos los días del año son 31 de diciembre y cuando hablas con él existe la posibilidad de que le pilles con la boca llena de turrón del blando.
Hoy estoy un poquito más acelerado por eso precisamente, porque acabo de entrevistar a Ángel Villar. La noticia del día es que la Federación por él presidida no ha conseguido contratar un seguro que cubra las desorbitantes primas de la selección, de forma que si España, ojalá sea así, ganara el Mundial, él tendría que aflojarle a cada jugador la bonita cantidad de 540.000 euros. El señor Villar me ha tranquilizado plenamente al asegurarme que, en ese caso, la Federación respondería. ¿Cómo? ¿Vendiendo la Ciudad del Fútbol de Las Rozas? A las dos y media de la tarde, el Consejo Superior de Deportes estudiaba la posibilidad de mandarle una comunicación a Villar no haciéndose responsable subsidiario de un eventual triunfo español en el Mundial que obligaría a la RFEF a pagar un total de catorce millones de euros. Pero eso a Villar le da lo mismo. ¿Será por dinero?