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Eduardo Chillida: portero antes que gran escultor

La seducción de Chillida con las manos es por todos conocida. Pero antes de plasmarla en el arte, lo hizo en las porterías.

La seducción de Chillida con las manos es por todos conocida. Pero antes de plasmarla en el arte, lo hizo en las porterías.
Imagen de archivo de Eduardo Chillida frente a una de sus obras. | Archivo

El 19 de agosto de 2002 fallecía en San Sebastián Eduardo Chillida Juantegui, uno de los escultores más importantes de la historia reciente de España, autor entre muchas otras de obras tan célebres como "El peine del viento", la "Sirena Varada" –en la Castellana de Madrid- o el "Monumento a la tolerancia", en Sevilla.

Fueron el hierro y el hormigón, materiales en los que solía plasmar su arte abstracto, los que mayor fama y reconocimientos le dieron. La Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes en Madrid, el Premio Europäischer der Künste en Estrasburgo, el Grand Prix des Arts et Letres de París, el el Premio Imperial Japonés, o el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, son sólo algunos de los mejores ejemplos de condecoraciones concedidas a un artista que participó en centenares de exposiciones alrededor del mundo entero.

Pero además, Eduardo Chillida esconde una faceta para muchos desconocida: fue portero de fútbol. Y a tenor de lo que cuentan las crónicas de la época, muy buen portero.

Nacido el 10 de enero de 1924 en San Sebastián, hijo de Pedro Chillida y su mujer, la soprano Carmen Juantegui, fue en la playa de La Concha donde se forjaron sus sueños de ser algún día el portero titular su equipo, la Real Sociedad. Un sueño que se hizo realidad bien pronto: a los 18 años ya era el meta txuri-urdin, con el equipo entonces en Segunda División.

A pesar de su juventud, en la temporada 1942-1943 fue una de las estrellas de aquella Real Sociedad que consiguió de manera brillante el ascenso a Primera División. Jugó todos y cada uno de los partidos de la temporada regular –catorce-, encajando 16 goles.

La temporada siguiente, con la Real ya de nuevo instalada en la elite del fútbol español, debía ser la de su consolidación. En aquel verano de 1943 Chillida fue pretendido por el Real Madrid y el Barcelona, pero rechazó todas las ofertas porque su sueño era triunfar en Atocha.

Sin embargo, justo cuando iba a comenzar la temporada sufrió una grave lesión en la rodilla que le obligó a retirarse de los terrenos de juego. Siempre intentó volver, pasando hasta en cinco ocasiones por el quirófano. Tal era su amor por el fútbol. Pero jamás pudo conseguirlo.

"No tenía la posibilidad de moverme con la velocidad que me movía antes ni de usar una pierna al mismo nivel que la otra", afirmaría Eduardo Chillida. El fútbol había perdido para siempre a un muy buen portero, pero el mundo ganó a un enorme escultor.

Un escultor que, en la línea de Albert Camus, otro magnífico artista criado en las porterías, siempre tuvo presente el fútbol a la hora de crear. "Yo he tenido muy en mente toda la vida lo que he aprendido del fútbol. En la portería aprendí cosas nuevas sobre el espacio y el tiempo, cosas que he utilizado después en la escultura. Porque la portería es el lugar tridimensional del campo, es donde ocurren todos los fenómenos complejos del fútbol".

Jamás sabremos qué hubiera de la carrera futbolística de Eduardo Chillida de no sufrir aquella fatídica lesión en 1943, cuando comenzaba a despegar su brillante carrera en la Real, cuando era pretendido por los más grandes del fútbol español. Tampoco sabremos si sin su retirada obligada del fútbol hubiéramos podido gozar jamás de uno de los mayores talentos artísticos del Siglo XX. De lo que no queda duda es de la marcada presencia del fútbol en sus obras y de que, una vez más, la vida demuestra que el deporte no tiene por qué estar reñido con el arte.

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