
El 23 de marzo de 1986 fallecía en Sochaux, Francia, Étienne Mattler. Un futbolista que se erigió en icono del fútbol francés de entreguerras. Uno de sus primeros héroes. Pero no sólo por lo logrado en el campo, que no fue poco. Su vida, y sus gestos, más allá del rectángulo de juego le elevaron a los altares del patriotismo galo.
Líder en el campo
Étienne Mattler nacía en Belfort el día de Navidad de 1905. Aunque su camino parecía predestinado hacia el ciclismo, un grave accidente de su hermano mayor sobre la bicicleta hizo virar su destino. El fútbol, desde luego, lo agradeció.
Sus primeros pasos serían en el Belfort local. De ahí pasa al Racing Estrasburgo, ya en la primera división francesa, antes de dar el salto al equipo que le lanzará al estrellato: el Sochaux. Ligado a la empresa automovilística Peugeot, era uno de los equipos que mejor llevaría a cabo el proceso hacia el fútbol profesional.
Así, Mattler y Sochaux, de la mano, conquistarían el campeonato francés en 1935. Era el primer título del equipo en su historia. Título que reeditaría en 1938. Y al que hay que añadir una Copa de Francia en 1937.
Era Étienne Mattler un futbolista de un carácter imponente. Un líder nato que se desempeñaba en la zona defensiva, donde su fuerza, poderío físico y entrega incansable suplían las carencias técnicas. Por ello, sería apodado Le Lion de Belfort (El León de Belfort). También 'el barrendero', por la facilidad con la que arrebataba el balón a los adversarios, sin dudar a la hora de ir al suelo si era necesario.
Unas cualidades que también supo apreciar la selección de Francia. Desde 1930 será un fijo con los bleus, con los que disputará un total de 46 compromisos internacionales. Será uno de los pocos futbolistas que disputaran los tres mundiales del periodo de entreguerras, Uruguay 1930, Italia 1934 y Francia 1938.
Era el futbolista más popular de Francia, el que más veces había defendido la camiseta de su país, y el capitán de la selección. Pero todo se truncó, como tantas otras vidas y carreras futbolísticas, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
La Marsellesa
Antes, había dejado un capítulo para el recuerdo eterno y patriótico del fútbol galo.
El 4 de diciembre de 1938 Francia visitaba Nápoles para enfrentarse a la selección italiana. Era un partido amistoso, aunque en realidad tenía poco de amistoso. Porque Italia era la vigente campeona del mundo. Porque Italia era la que se había cargado a Francia en su Mundial. Y sobre todo porque el ambiente en el país transalpino era irrespirable. Mussolini se encontraba en su cénit. La palabra ‘guerra’ recorría ya no sólo Italia sino toda Europa como una posibilidad inminente. Y aquella selección francesa, aquellos futbolistas franceses, representaba parte de por lo que debía luchar Italia.
Una tensión que se había hecho patente ya en el encuentro durante el Mundial de 1938, cuando los aficionados franceses silbaron durante todo el encuentro a los futbolistas italianos después de que éstos realizaron el saludo romano durante los himnos.
La noche anterior al partido en Nápoles Mattler y varios compañeros acudieron a un café. Ahí, rodeados de ciudadanos italianos, repararon en cómo estaban siendo observados. Juzgados. Incluso insultados. En un momento dado, Mattler se levanta y comienza a entonar La Marsellesa. De cada vez más alto. Sus compañeros de selección se unen al cántico. El resto de los presentes, callan. Y al concluir, los futbolistas franceses abandonan el local. Se marchan con la cabeza alta. Una escena que recuerda de manera inevitable a la protagonizada por Victor Laszlo en Casablanca. Sólo que la película sería rodada unos años más tarde.
Durante el partido, como era de esperar, el público italiano la tomó contra los futbolistas franceses. Pitidos e insultos constantes. Especialmente contra Ben Barek y Raoul Diagne, los dos jugadores negros del combinado galo. Mattler, a pesar de los problemas físicos, disputó todo el encuentro, que terminó con victoria local por 1-0.
Superviviente inesperado
Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, Mattler se alista en el cuarto regimiento de artillería de la 14 división, con el que combate en las Ardenas. Al producirse la ocupación nazi, el futbolista se une a la Resistencia, al ‘Ejército de las Sombras’. Se cuenta que, mientras seguía entrenando con el Sochaux (con la competición paralizada), aprovechaba su fama como futbolista para hacer llegar armas a escondidas a un granero a las afueras de la ciudad.
Finalmente, el 3 de febrero de 1944 es detenido, encarcelado y torturado. Nada más se sabe de él. Se le da por muerto.
Pero la realidad es que Étienne Mattler consigue escapar. No se sabe muy bien cómo. Sí se conoce que se refugia en Suiza, en un campo de refugiados de guerra en el cantón de Valais, como se recoge en el libro 'Un calcio alla guerra' de Davide Grassi y Mauro Raimondi. Hasta que las cosas mejoran en casa. Hasta la liberación francesa en agosto de 1944.
Entonces, decide regresar. Aquellos que le encuentran no dan crédito. Como si estuvieran viendo un fantasma. Lo último que habían oído sobre aquel genial futbolista de la selección era que había muerto en un campo de concentración. Pero ahí estaba él. Vivo. Se une al Ejército Francés, llegando a formar parte de las unidades que penetraron en Alemania. Sería condecorado con la Cruz de Hierro y con la Cruz de Honor Británica.
Y al concluir todo, vuelve el fútbol. Étienne Mattler regresa a la defensa del Sochaux por dos temporadas más. En una de ellas ejercerá la figura de entrenador-jugador. Al retirarse, pasa a ser el técnico del equipo hasta 1949. También entrenará al Belfort, donde empezó todo, en la década de los 50, para terminar abandonando el fútbol de manera definitiva y abrir un bar en su ciudad natal.
La muerte, esta vez de verdad, le alcanza el 23 de marzo de 1986, a la edad de 84 años.
Hoy, en el estadio de Belfort que lleva su nombre, se sigue recordando la figura de aquel enorme futbolista que se convirtió también en un enorme combatiente. Aquel al que dieron por muerto, y que regresó a casa para sorpresa y alegría de todos. Probablemente, tarareando La Marsellesa...

