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Los 'hooligans' del Glasgow Rangers casi destrozan el Camp Nou

Sexagésimo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando aquel fatídico 24 de mayo de 1972 con motivo de la final de la Recopa.

Sexagésimo artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando aquel fatídico 24 de mayo de 1972 con motivo de la final de la Recopa.
Hooligans del Rangers en el Camp Nou, el 24 de mayo de 1972, durante la final de la Recopa ante del Dinamo de Moscú. | CIHEFE

A principios de los años 70 del pasado siglo el fútbol escocés era cosa seria, nada que ver con el panorama actual, relegado a potencia de tercer orden, y casi siempre ausente de las grandes citas internacionales. Su poderío se basaba esencialmente en los dos clubes de Glasgow —la principal ciudad de Escocia—, Celtic y Rangers, protagonistas de una rivalidad ya para entonces centenaria y abanderados de dos confesiones religiosas cuyas diferencias estaban ensangrentando por aquellas mismas fechas a la vecina Irlanda del Norte, puesto que el Celtic, con su original camiseta a rayas horizontales verdes y blancas era el club de los católicos, mientras que los protestantes se identificaban con el Rangers, que lucia una elástica de color azul.

El fútbol escocés ya emitía malas vibraciones

Ambos eran clubes destacados en la escena continental. De hecho, el Celtic había sido el primer conjunto británico en ganar la Copa de Europa, en 1967, un año antes de que la conquistase el Manchester United, y el Rangers fue finalista de la Recopa en 1961 y ese mismo 1967. Los dos se repartían casi en exclusividad las competiciones escocesas, y en enero de 1971 habían sido involuntarios protagonistas de una gran catástrofe ocurrida en Ibrox Park, el feudo del Rangers, cuando en un encuentro de la máxima rivalidad, lo que allí se conoce como Old Firm, se produjeron 66 víctimas mortales a causa de una avalancha al finalizar el partido.

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La edición de la Copa de Europa de Campeones de Copa, más conocida como Recopa, correspondiente a la temporada 1971-72 tenía como sede de la final al Camp Nou. El Barça tomaba parte en dicha competición en calidad de campeón de la Copa del Generalísimo de 1971, y naturalmente eso motivaba más aún al equipo culé para hacer un buen papel, a ser posible llegando al partido decisivo. Pero tras eliminar con facilidad —aunque no sin aprensión cuando les tocó viajar a Belfast— al modesto conjunto norirlandés del Destillery (corrían los tiempos más duros de los enfrentamientos en el Ulster entre católicos y protestantes), los azulgranas fueron sorprendentemente apeados del torneo en segunda ronda por un desconocido cuadro rumano, el Steaua de Bucarest, ignorantes de que dicho club les tenía reservada una trastada aún mucho mayor quince años más tarde. De modo que el Barça únicamente va a poner el campo en la final del 72. Y casi se queda sin él...

El camino a la final

Se clasificaron para dicho encuentro Glasgow Rangers y Dinamo de Moscú, en un emparejamiento bastante lógico, ya que Escocia era entonces toda una potencia futbolística, y no digamos la Union Soviética, pues si bien sus clubes todavía no habían conseguido éxitos resonantes, en cambio la Selección —que competía con las letras ‘CCCP’ en su roja camiseta, siglas de ‘Unión de Repúblicas Socialistas Sovieticas’ en alfabeto cirílico-—había obtenido excelentes clasificaciones en la década del 60: campeones de la primera Eurocopa en 1964, finalistas de la del 64, derrotados en Madrid por el famoso gol de Marcelino a Yashin, y un meritorio cuarto puesto en el Mundial inglés de 1966. Y aquel mismo año 72 volverían a ser subcampeones europeos a nivel de selecciones. Para llegar a la final de Barcelona los escoceses habían dejado por el camino al Rennes francés, al Sporting de Portugal, al Torino italiano y al Bayern de Múnich alemán, mientras que los rusos por su parte se habían deshecho del Olympiacos griego, el Eskisehisrpor turco, el Estrella Roja de Belgrado y su homónimo de la RDA, Dinamo de Berlín.

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El encuentro no despertó una gran expectación en Barcelona, de manera que sólo se dieron citan en el Camp Nou unos 25.000 espectadores, prácticamente todos ellos hinchas del Rangers. La diferencia entre dos mundos tan opuestos como eran el Reino Unido capitalista y la URSS comunista se ponía de manifiesto en el masivo desplazamiento de seguidores escoceses hasta la Ciudad Condal, favorecidos por los baratos vuelos charter fletados desde Gran Bretaña —al cambio, unas 1.200 pesetas ida y vuelta, cantidad muy asequible para quienes gozaban de un poder adquisitivo bastante superior al nuestro—. Porque rusos, lo que se dice rusos, estaban los miembros de la expedición del Dinamo, presidida por el mítico Yashin, unos 200, y pare usted de contar.

Como juez de la contienda actuó el vizcaíno José María Ortiz de Mendíbil, el árbitro español más prestigioso del momento, a cuyas órdenes ambos conjuntos presentaron las siguientes alineaciones: por el Rangers, McCloy; Jardine, Greig, Derek Johnstone, Mathieson; Smith, Conn, MacDonald, McLean; Colin Stein y Willie Johnston. Por el Dinamo; Pilguy; Basalev, Sabo, Zykov, Dolbonosov (Gerskovitch); Zhukov, Dolmatov, Makovikov, Baidatchiniii; Dzhakubik (Estrekov) y Evryouzhikhine.

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Crónica de sucesos

No hacía ni dos años que el Dinamo moscovita le había infligido un durísimo varapalo en el mismo escenario al propio Barça, en el Gamper de 1970, derrotándole por un contundente 0-5. Pero el Rangers era un conjunto muy diferente del azulgrana, rápido, duro, agresivo, con una concepción del fútbol moderna, rasgos comunes de los conjuntos británicos, germanos y neerlandeses, a lo que los rusos oponían su juego técnico y un poco maquinal, desempeñándose siempre con una exquisita limpieza. El primer gol escocés llegó sobre el minuto 20, obra de Colin Stein, y ya produjo una pequeña invasión del terreno de juego, preludio de lo que vendría más tarde, que la Policía Armada —los famosos Grises— despejó con prontitud. Willie Johnston, en los minutos 40 y 49, puso un claro 3-0 en el marcador, que los rusos recortaron en el 60, por mediación de Estrekov, y en el 87, con un tanto de Makovikov, ya sin apenas tiempo para nada más

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Y cuando Ortiz de Mendíbil pita el final del partido, con 3-2 a favor del Rangers, rugió la marabunta y miles de escoceses, ebrios y enfervorecidos, saltaron al campo. La policía intervino entonces con contundencia, y se organizó una auténtica batalla campal, con un saldo de más de cien heridos (y parece ser que incluso un par de fallecidos, uno de ellos a causa de un infarto). A las porras de los Grises, los hooligans respondieron arrancando los asientos de madera de las gradas y convirtiéndolos en armas arrojadizas, así como las botellas de cristal de los bares del estadio que tomaron por asalto, saqueándolos, más algunos materiales propios como navajas y cadenas de bicicleta, porque hace medio siglo largo nadie registraba ni escaneaba a quienes accedían a un recinto deportivo. La violenta trifulca se prolongó durante un par de horas, de modo que el trofeo no pudo ser entregado a los campeones en el terreno de juego, como era lo habitual en la época, sino en la relativa seguridad de los vestuarios.

Paisaje después de la batalla

Los hooligans —palabreja que entonces nadie conocía en España, motejándoseles de "gamberros" o "vándalos"— se comportaron como unos auténticos salvajes, una horda de bárbaros llegados desde las brumas del Norte (y eso que tampoco sabíamos quien diablos era William Wallace…). Ya habían estado bebiendo a discreción durante las últimas horas por Barcelona y sus alrededores —aquí no había restricciones a la venta de alcohol, a diferencia de su país, y además el precio era regalado para su poder adquisitivo, aunque fueran working class en su mayoría—. Eran jovenzuelos con el cabello más largo de lo que se estilaba por estos lares, vestidos informalmente o incluso con el torso desnudo, y portaban numerosas banderas del Reino Unido, la Union Jack, no así la enseña escocesa, que tampoco acostumbraban a exhibir sus rivales del Celtic, que desplegaban la tricolor irlandesa, pues muchos tenían sus raíces en la Isla Esmeralda.

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A consecuencia de tan graves incidentes el terreno de juego quedó impracticable, repleto de trozos de madera y vidrios rotos, al igual que amplias zonas de los graderíos, con vomitonas y deposiciones por doquier, y no pocos escoceses tumbados aquí y allá, durmiendo la mona, en los aledaños del estadio. La factura de los destrozos ascendió a 2 millones de pesetas, y el Barça consiguió retener parte de la taquilla para resarcirse del vandálico tsunami. Después sustituiría los arruinados y anticuados asientos de madera por otros más modernos de plástico. El alcalde de Glasgow pidió disculpas públicamente por la actuación de la mayoría de sus conciudadanos, y diversos medios informativos británicos criticaron duramente la intervención de las fuerzas del orden españolas, aunque por parte de la delegación soviética -que se sintió intimidada e incluso agredida por la virulencia escocesa- hubo palabras de agradecimiento hacia la policía, lo cual es significativo, pues no dejaban de venir de un régimen político que estaba en las antípodas del franquista, y ni siquiera ambos países tenían relaciones diplomáticas.

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Aquel 24 de mayo de 1972, el Camp Nou vivió una de sus jornadas más negras, peor incluso que la acontecida dos años antes, el Escándalo Guruceta, desencadenado en partido de Copa frente al Real Madrid a raíz del famoso penalti señalado al Barça por el árbitro guipuzcoano, a causa de una falta cometida fuera del área. Ese día, una violencia que creíamos propia de otras latitudes, europeas o sudamericanas, aterrizó súbitamente en uno de nuestros principales terenos de juego.

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