
Cuentan que una tarde de 1971, Santiago Bernabéu, que entonces ya pasaba gran parte del año en la vecina Santa Pola, se acercó hasta el viejo campo de La Viña, en Alicante, para presenciar un Hércules-Racing de Santander de Segunda División, con el fin de ver en acción a un joven extremo cántabro, Ico Aguilar, por si podía ser un buen recambio para un ilustrísimo paisano suyo llamado Paco Gento, que al concluir esa temporada iba a colgar las botas, convertido en una leyenda del fútbol mundial y tras 18 campañas ocupando la banda izquierda del Real Madrid.
Supongo que aquel 6 de junio de 1971 no le disgustó la actuación de Aguilar -marcó el gol del equipo montañés, derrotado por 4 a 1-, porque firmaría por el club blanco meses más tarde, pero en ese partido Bernabéu descubrió a un delantero centro de tan solo 18 años, debutante ese mismo curso, y que resumía en su insultante juventud todas las virtudes de los arietes clásicos: acometividad, bravura, olfato de gol, compromiso, entrega… y, por supuesto, un juego de cabeza sensacional, con un prodigioso salto y una letal capacidad de remate. Se llamaba Carlos Alonso González, pero todos le conocían por el nombre de la localidad donde había nacido: Santillana.
El ariete del ‘plan renove’ madridista
El Real Madrid, que acababa de perder una final de la Recopa en Atenas frente al Chelsea, abordó un ambicioso ‘plan renove’, y adquirió un lote de futbolistas del Racing santanderino: el propio Aguilar, el meta Corral, y el impetuoso y saltarín Santillana. Y este último sería quien volase más alto, y no solo en sentido figurado… desde el principio se hizo con el dorsal número 9. El Madrid, desde los lejanos tiempos del gallego Pahiño, no había contado con un delantero centro específico. No lo era Alfredo Di Stéfano, que jugaba -y cómo- en todos los terrenos, ni tampoco su sucesor en esa teórica demarcación, Ramón Moreno Grosso. De hecho, en el Madrid de los Ye-yés se encargaba la tarea de la definición al ceutí Pirri, otro todocampista, y al gallego Amancio, un jugador que partía desde la banda derecha, siempre con la portería contraria entre ceja y ceja.

Santillana, pues, vino de algún modo a recuperar esa figura, ya un tanto en desuso, del ariete-tanque, con gran potencia de fuego y blindado ante las tarascadas rivales. Con una altura discreta, en torno al metro setenta y cinco, convirtió en legendario su prodigioso salto y su implacable dominio del juego aéreo, lo cual le permitiría hincharse a marcar goles de cabeza, protagonizando acciones inverosímiles, así como brindar excelentes asistencias a sus compañeros, aunque con el balón en los pies demostró sobradamente que también podía defenderse con éxito, pese a algunos reparos iniciales.
De El Sardinero al Bernabéu
Fue la suya una trayectoria relámpago, pues del equipo de su pueblo, y con únicamente 18 años, pasó ya al Racing de la capital montañesa, conocido entonces oficialmente como ‘Real Santander’ por orden del Alto Mando, puesto que a los vencedores de la Guerra Civil no les parecía de recibo su clásica denominación de británicas reminiscencias, aunque sus antecesores de la Segunda República tampoco demostraron mucha tolerancia en materia de identidades futbolísticas, alterando igualmente los nombres originales de algunos clubes, y suprimiendo coronas en los escudos.

Desde su llegada al club merengue, con tan solo 19 primaveras, Santillana va a ser titular indiscutible con el ‘9’ a la espalda, respondiendo de inmediato a las expectativas generadas por su fichaje. Y aunque en esos primeros compases los números del jovencísimo ariete cántabro no van a ser nada del otro jueves -en un período de la historia de nuestro fútbol caracterizado por la parquedad ofensiva-, no tardará en dejar su impronta en las porterías contrarias. Muy pronto se le consideró como un rematador de cabeza fuera de lo común, en la línea de Telmo Zarra o Sandor Kocsis, por más que en un principio se llegase a cuestionar, sin demasiado fundamento, su juego por bajo. Pero el mozo, a fuerza de goles y entrega, apagó pronto cualquier runrún.
Peligro de retirada
En abril de 1973, en el desaparecido campo de la Avenida de Sarriá y durante un Español-Real Madrid trascendental para aquel campeonato de Liga 72-73 disputado a cuatro bandas -con el Barça y el Atlético también en la pomada-, Santillana cayó lesionado en un choque con su antiguo compañero De Felipe, a la sazón contundente central perico. Acabado el partido, y muy dolorido, orinó sangre, y entonces fue cuando se descubrió que tenía un único riñón, situado a la derecha y más grande de lo normal, algo que hasta aquel momento no había detectado ninguno de los sumarios reconocimientos médicos a los que había sido sometido.

Durante varias semanas se especuló con la posibilidad de una más que prematura retirada del fútbol (tenía solo 21 años en ese momento), pero el eminente urólogo doctor Puigvert diagnosticó que podría seguir jugando, dada la remota posibilidad de sufrir otro accidente. Volvió a reaparecer en la pretemporada 73-74, y durante algún tiempo actuó con el natural recelo, hasta que psicológicamente terminó por superar el incidente, aunque dicha campaña fue tal vez la peor de su carrera, no obstante saldándose esta con el final feliz soñado, al batir por un claro 4 a 0 al Barça en la final de Copa, y siendo Santillana autor de uno de los goles.
El histórico golazo al Derby County
En 1975, con el eclipse del colchonero Gárate y la intermitencia de Quini, debutó en la Selección, con la que completará 56 presencias (16 tantos), sumando dos participaciones mundialistas, Argentina 78 y España 82, ambas de triste recuerdo, y posteriormente sería uno de los grandes triunfadores del mítico España-Malta del 12 a 1, como autor de cuatro roscos. En noviembre de ese mismo año 75 marcó uno de los mejores y más decisivos goles de toda su dilatada carrera, y en él, paradójicamente, no tendrá intervención su cabeza de oro, salvo a la hora de pensar, y muy rápidamente.

Supuso el 5 a 1 definitivo en el partido de vuelta de los octavos de final de la Copa de Europa frente a Derby County inglés, que se había traído desde Gran Bretaña una considerable ventaja (4-1). En la que sería la madre de todas las remontadas, Santillana controló con el pecho un balón procedente de su compañero Paul Breitner, le hace un sombrero al defensor de turno, y con la derecha empalma un fuerte disparo que bate al meta británico y clasifica en la prórroga al Real Madrid.
Un palmarés de auténtico lujo
A partir de 1977 forma una letal sociedad atacante con el no menos legendario y llorado Juan Gómez, Juanito. Con el refuerzo del también malogrado Laurie Cunningham, estuvieron en un tris de completar una delantera mítica, de las que hacen época, pero el anglojamaicano bailó solo una temporada, la de su llegada a España. Luego vendrían el Madrid de los Garcías, y unos años más tarde la Quinta del Buitre, y los minutos en el césped de un Santillana ya veterano irán dosificándose por la eclosión de Emilio Butragueño y el ulterior fichaje de Hugo Sánchez, pero todavía tendrá tiempo de protagonizar alguna gloriosa remontada más, de esas que han convertido el pánico escénico generado por la repleta caldera hirviente del Bernabéu en todo un clásico del fútbol europeo.

Con 35 años, al finalizar la temporada 86-87, decide cerrar la tienda. Había jugado 643 partidos oficiales y marcado 290 goles, obteniendo un amplísimo palmarés donde tienen cabida 8 Ligas (1971-72, 1974-75, 1975-76, 1977-78, 1978-79, 1979-80, 1985-86 y 1986-87), 4 Copas (1974, 1975, 1980 y 1982) y dos Copas de la UEFA (1984-85 y 1985-86). No seguirá vinculado al fútbol más que en calidad de gloria viviente y gran aficionado, aunque es posible que algún día, pese a su proverbial modestia, llegue a ostentar la Presidencia de Honor del Real Madrid, club al que se entregó siempre en cuerpo y alma.
