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Luz Long, el espíritu olímpico por encima de la voluntad de Hitler

Delante de Hitler, enfurecido, el alemán Luz Long aconsejó a su amigo y rival Jesse Owens para que culminara una gesta histórica para el deporte olímpico.

Delante de Hitler, enfurecido, el alemán Luz Long aconsejó a su amigo y rival Jesse Owens para que culminara una gesta histórica para el deporte olímpico.

Los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 fueron pensados como un perfecto escaparate para que Adolf Hitler presentase al mundo la idea de la superioridad de la raza aria en el mundo del deporte. Desde luego, los resultados obtenidos por Alemania, unidos al perfecto tratamiento de los mismos por parte de Leni Riefenstahl, en lo que supuso el anticipo de las retransmisiones deportivas televisivas, parecieron darle la razón.

Con el paso de los años se ha dicho siempre que la actuación de Jesse Owens empañó esa supuesta supremacía germana. No es cierto. Si bien el hecho de que un atleta afroamericano lograra cuatro medallas de oro no sentó nada bien en el seno de la Alemania nazi, no fue nada comparado con el éxito deportivo del país, vencedor por primera y única vez en su larga historia del medallero de unos Juegos Olímpicos, lo que fue un gran motivo de orgullo. Lo de Owens fue, por decirlo de alguna manera, un logro que restó brillantez al magnífico triunfo germano.

Pero quizá lo que peor sentó a los alemanes, lo que más molestó a aquella mentalidad del momento, no fue el resultado del deportista estadounidense en sí, sino el hecho de que lo lograra gracias a la ayuda de un atleta que representaba a la perfección a la raza aria, lo que provocó que éste fuera defenestrado en su país durante muchos años.

Una amistad para la historia

Carl Ludwig, más conocido como Luz Long, nació el 27 de abril de 1913 en Leipzig. Alto –medía cerca de 1,90–, rubio y de ojos azules, era el perfecto exponente de la supuesta raza aria. Eso, unido a la medalla de bronce lograda en los Campeonatos de Europa de Atletismo en Turín en 1934, le había convertido en uno de los referentes del deporte alemán. La medalla de oro en salto de longitud debía ser suya en los Juegos de Berlín. No podía ser de otra manera, por mucho que estuviera presente un atleta de origen afroamericano que era el único participante que tenía un registro superior al suyo.

El 4 de agosto de 1936 se disputaba la clasificación para acceder a la final de longitud. Long, en su primer intento, había logrado superar los 7,15 metros necesarios para pasar la criba, y lo había hecho con tanta suficiencia que la medalla parecía segura. Máxime cuando su mayor rival, Jesse Owens, se había colocado con dos nulos –quizá algo perdujicado por los jueces germanos, todo sea dicho–, a uno de la expulsión.

En ese momento se produjo el gesto que pasó a la historia. El atleta alemán, seguramente con una actitud que hubiera sido rechazada por la mayoría de los ahí presentes, se acercó al estadounidense y le calmó. Le dijo que estaba intentando hacer el récord mundial en cada salto y que por eso había cometido dos nulos, instándole a olvidarse de ello, a saltar varios centímetros por detrás de la tabla para que no le señalasen otro nulo, consciente de que iba a superar el registro mínimo con facilidad y, una vez en la final, ya buscara la marca histórica. Owens le hizo caso, saltó a casi 20 centímetros de la zona de batida y se metió en la final.

Ahí la disputa entre el alemán y el estadounidense fue brillante, apoteósica. Con un salto de 7,87 metros, Long parecía tener el triunfo en su mano, pero en el quinto y último intento Owens se fue hasta los 8,06 metros, lo que le dio la medalla de oro y un récord olímpico que duró 24 años.

Adolf Hitler no pudo soportar aquel final ni el hecho de que un atleta negro superara a su atleta ario, y abandonó el estadio, si bien es falso que se negara a conceder las medallas, como se ha dicho en muchas ocasiones, porque el Führer alemán había dejado de hacerlo después de otorgar tan sólo las dos primeras. Pero mientras aquello sucedía y el Estadio Olímpico de Berlín continuaba consternado, Luz Long fue el primero en felicitar a Jesse Owens. Le dio la mano, le abrazó, le levantó el brazo señalándolo como campeón, se hicieron fotos juntos... imágenes todas ellas que no sentaron nada bien a la Alemania de entonces y por las que fue repudiado en su propio país pese a haber logrado un fantástico resultado.

Pese a ello, Long siguió compitiendo, quedando tercero en los Campeonatos de Europa de 1938 en París. Sin embargo, cuando estalló la Guerra, fue obligado a combatir, a pesar de que los deportistas de elite del país solían disfrutar del privilegio de no tener que ir al frente. Quién sabe si no fue como castigo por la deportividad y solidariad mostrada con Owens. Sea como fuere, falleció el 13 de julio de 1943 en el combate durante la invasión aliada de Sicilia.

Cuando terminó la guerra, Jesse Owens, que tampoco había tenido un camino de rosas en su regreso a Estados Unidos, donde tampoco estaban muy dispuestos a considerar héroe nacional a un deportista negro, se desplazó a Alemania para conocer a la familia de su amigo, con quien había mantenido el contacto desde aquella mítica final. "Fue muy valiente por demostrar su amistad conmigo enfrente de Hitler. Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Long en aquel momento", dijo de él Owens, un atleta que, ahora sí, es reconocido como uno de los mejores de la historia.

Como suele ser habitual en estos casos, los reconocimientos y muestras de agradecimiento para con el alemán comenzaron tras su muerte: el nombre de una calle en Leipzig o en otra cercana al Estadio Olímpico de Múnich, reportajes y documentales para difundir su historia e incluso una medalla Pierre de Coubertin, presea que sólo se ofrece a aquellos que hayan mostrado un verdadero espíritu olímpico durante unos Juegos y que muy pocos deportistas tienen en su haber. Pero sin duda lo que más ha quedado para la posteridad fue el gesto en sí, una verdadera muestra de solidaridad y deportividad contra la voluntad y el orgullo de un régimen totalitario que asombra a todos aquellos que conocen la historia. Una historia de deportistas que se movieron por grandes ideales deportivos y no por dinero ni intereses políticos.

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