
Hace siete días el Everest retumbó. Un alud sepultó a 13 sherpas y provocó la desaparición de tres más a 5.900 metros de altitud, en el complicado paso a través de la cascada de Khumbu, dejando tras de sí el peor accidente vivido por este colectivo en toda la historia.
El dolor se ha apoderado de una comunidad que vive a las faldas de la montaña más alta del mundo, precisamente en la región de Khumbu. Acostumbrados a la altitud, los sherpas se convirtieron en los guías perfectos para las expediciones al Everest y abandonaron el pastoreo para hacer del montañismo y el turismo su principal fuente de ingresos.
Ahora, con la tragedia vivida, han decidido plantarse, no volver a subir a la cima esta temporada y reclamar al Gobierno de Nepal una mejora de sus condiciones, que incluye un seguro de vida y médico acorde al riesgo que asumen. Son momentos complicados para este colectivo, que es consciente de que está poniendo en riesgo la economía y subsistencia de toda la región, pero las ascensiones al Everest se cerrarán por primera vez en 27 años.
Atracción turística
Lejos queda la primera ascensión a la mítica cima de Edmund Hillary en 1953, acompañado del sherpa Tenzing Norgay. Las expediciones comerciales llegaron en 1990 y el turismo pasó a ser la principal fuente de sustento en la región. Los sherpas suelen cobrar unos 4.000 euros en toda la temporada, en un país en el que la renta anual apenas llega a 500 euros. Sin embargo, los riesgos de su trabajo son cada vez mayores.
Reservado hace unas décadas a los montañeros más experimentados, el Everest se ha convertido en una atracción turística más, que atrae cada año a más personas. Cuando el pasado viernes se produjo el accidente, cerca de 50 sherpas subían al campamento II las tiendas, botellas de oxígeno, comida y demás enseres que sus clientes extranjeros necesitaban para afrontar la expedición. Con el paso de los años, la experiencia de los sherpas ha mejorado y no solo son porteadores a sueldo. Realizan el trabajo más duro, abren rutas, encuerdan todo el camino e, incluso, participan en rescates por algunos euros más.
Escalar la cima del Everest se ha convertido en un negocio para Nepal y las empresas turísticas. El gobierno cobra por la tramitación de todos los permisos y las empresas organizan viajes por los que cada montañero puede llegar a pagar entre 35.000 y 60.000 euros. Desde hace varios años se han disparado las denuncias por la masificación de la montaña. Se producen continuos atascos en las rutas de subida y bajada, con el riesgo que conllevan, y los campamentos se han transformado en escenarios de peleas y grandes vertederos. El tradicional respeto entre alpinistas y sherpas ha dado paso a una acentuación del trato colonial y, en algunos casos, se han revelado contra quienes les trataban como criados.
El punto de inflexión de la sobreexplotación de la montaña ha llegado con una tragedia que ha tocado de lleno a la comunidad de Khumbu. Heridos en lo más profundo, incapaces de volver a subir al lugar en el que están desaparecidos tres compatriotas, los sherpas han decidido rebelarse. Primero, contra la escasa indemnización de 7.500 euros que han reclamado los touroperadores para las familias de los fallecidos y, segundo, contra un negocio que les deja completamente desprotegidos. Ahora, reclaman que subir al Everest es aceptar un riesgo que debe ser reconocido consecuentemente en un seguro médico y que sus vidas valen más que los 7.500 euros que les quieren pagar.

