
Fue una noche cruda, como hace muchos años no le había tocado vivir al balonmano español. Una noche parecida a la de enero de 2009 cuando, con Valero Rivera de seleccionador, no encontramos la forma de entrar en la segunda fase del Mundial, eliminados entonces por Corea del Sur. Ahora nos ha tocado, de un plumazo, revivir tiempos olvidados en este deporte porque la selección nos había acostumbrados a gestas impresionantes. Esta vez tocó cruz.
Muchas pueden ser las causas de la temprana eliminación de España en el Europeo de Alemania. Quizá el juego lo dice todo. Es la principal razón que puede dar a estas horas el seleccionador Jordi Ribera. España no ha sido España en este campeonato. Muy dura la derrota del primer día ante Croacia, casi infalible el rival en el lanzamiento y penosa nuestra selección en la defensa. Ese día empezó todo, se torció de manera repentina un torneo que despertaba esperanzas en los nuestros.
Se mejoró el día de Rumanía pero en esos dos primeros partidos aparecieron dos palos en forma de lesión. Primero Miguel Sánchez-Migallón, después Kauldi Odriozola. Dos estiletes defensivos, dos portentos en frenar el ataque rival que se iban para casa. Después del partido del domingo ante Rumanía ya estaba Ribera con la mosca detrás de la oreja. No estaban saliendo las cosas y en ese día de torneo algo inesperado iba a suceder. En el otro partido Austria empataba con la Croacia que dos días antes había sido inabarcable. Ese resultado torció el gesto del seleccionador.
Y tuvo razón en sus miedos. Sólo la victoria valía en el duelo crucial, en la última cita de esta primera fase que nunca pensamos fuese el final, la despedida. España empezó nerviosa y eso se paga. Empate al descanso, ligeras ventajas en la segunda parte pero cortas. Y unos minutos terribles que ponían el 29-31 a cuatro minutos del final. Sacó España la casta pero no fue suficiente. Remontó hasta oler la clasificación pero un gol a diez segundos de los austriacos dejó todo en la decepción más absoluta.
Lejos quedan las excusas que nunca quiere dar Ribera. Un hombre curtido, que sabe que el deporte es así. Quizá demasiado cruel para un grupo que no había bajado del podio en los últimos cinco europeos (dos oros, dos platas y un bronce) y que había jugado la final las últimas cuatro ediciones. Un historial inmaculado para un grupo de gladiadores que no merecían esta despedida. Porque será el adiós de algún jugador, imposible dar más a esta generación, pero vendrán otros con las mismas ganas. Con eso hay que contar siempre.
Incluso alguna decisión, arriesgada, del técnico no ha salido bien. Decidió Ribera repescar tres años después a Viran Morros para suplir a Migallón y llamó a Ferrán Solé, descartado al principio, para suplir a Odriozola. No ha funcionado. O más bien no ha habido tiempo para que funcionara. Hasta eso nos salió mal.
Y ahora los Juegos Olímpicos de París quedan lejos. En un preolímpico en marzo sin sede y sin rivales decididos pero, seguro, durísimo para la selección. Se buscan dos plazas europeas más que se sumen a Francia (anfitriona), Dinamarca (campeona del mundo) y la que se clasifique de este Europeo. Sólo queda soñar y pensar que estos chicos tienen ganas de revancha. Quizá lo mejor que se puede decir tras este abrupto adiós.

