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El espíritu de Ermua y cómo el PNV lo hizo estallar con el Pacto de Estella

Los peneuvistas traicionaron a los demócratas y se aliaron con ETA para poder mantener su posición de privilegio político en el País Vasco.

Los peneuvistas traicionaron a los demócratas y se aliaron con ETA para poder mantener su posición de privilegio político en el País Vasco.
El entonces presidente del Gobierno y el lehendakari, José Antonio Ardanza, se estrechan la mano en aquellos dolorosos momentos | Archivo

10 de julio de 1997. Hace 25 años. Los ciudadanos españoles viven un inicio de verano eufórico después del éxito policial que había supuesto unos días antes la liberación a manos de agentes de la Guardia Civil del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que había pasado 532 de traumático e inhumano secuestro en el interior de una nave industrial a las afueras de la localidad guipuzcoana de Mondragón.

ETA, a través del entonces portavoz de HB, Floren Aoiz, avisó a la sociedad española de que pronto llegaría su venganza. Después de la "borrachera policial" llegará la "resaca", advirtió en los medios de comunicación el mismo Aoiz que dirige hoy en día la fundación de Sortu, el partido heredero de HB-EH-Batasuna, núcleo fundamental de la coalición EH Bildu, la misma que se ha convertido en socia parlamentaria de PSOE de Pedro Sánchez.

Un grupo de terroristas de ETA, entre los que se encuentran Javier García Gaztule Txapote, Irantzu Gallastegui Sodupe Amaia —ambos se han beneficiado del acercamiento de presos que ha llevado a cabo el Ministerio del Interior de Fernando Grande Marlaska— y José Luis Geresta Oker, asaltan en las calles de Eibar (Guipúzcoa), cerca de la estación de Cercanías, a un joven concejal del PP. Lo meten en el maletero de un coche a punta de pistola.

Se trata de Miguel Ángel Blanco, de 29 años. No era un cargo político de relevancia y nadie le conocía más allá de su pueblo y de las estructuras internas del PP vasco. Llevaba dos años como cargo público en Ermua (Vizcaya), donde vivía con su familia. No se dedicaba a la política profesionalmente. Se ganaba la vida como economista en una consultora de Eibar y en sus ratos libres tocaba en un grupo de música con sus amigos.

El aviso y reivindicación del secuestro se produciría sobre las 18:00 horas de aquel 10 de julio con una llamada en nombre de la banda terrorista a la después clausurada Egin Irratia —emisora de radio que hacía de altavoz a los intereses de ETA—. Y lanzaron su chantaje al Estado de derecho: o todos los terroristas de ETA en prisión eran trasladados a cárceles del País Vasco y Navarra en 48 horas o asesinarían al joven edil popular secuestrado.

El secuestro supuso un punto de inflexión en la sociedad española y en la vasca en particular. Después de años de silencio indignado dentro de los hogares, o de años intentando pasar de perfil ante la situación, miles de personas comenzaron a salir a la calle para alzar su voz contra el terrorismo. Una ola de indignación recorrió España y los ciudadanos la verbalizaron como nunca antes se había hecho.

Las primeras movilizaciones tuvieron lugar en la propia Ermua, la localidad donde vivía Blanco y su familia. La Policía Local salió con megáfonos a las calles poco después de conocerse el secuestro llamando a manifestarse por la liberación del edil. Respondió casi todo el pueblo. Y también casi toda España. Durante 48 horas, más de seis millones de personas salieron a las calles de todo el territorio nacional con la falsa esperanza de que ETA no se atrevería a asesinar al concejal popular ante semejante clamor popular.

Con el paso de las horas, la angustia y la impotencia empezaron a generar imágenes nunca vistas en las calles vascas. Los ciudadanos cercaban las herriko tabernas —sedes sociales— de Herri Batasuna y lanzaban objetos contra ellas. Incluso, en algunos pueblos se intentó agredir a algunos proetarras que entraban o salían de estos locales. La Ertzaintza, objetivo de ETA, tenía que proteger a los proetarras y sacarlos en furgones policiales para que no fuesen linchados.

Dos imágenes de esos días pasarían a la historia. Por un lado, el entonces alcalde de Ermua, el socialista Carlos Totorica, evitando con un extintor en sus manos que la herriko taberna de su pueblo fuera quemada con decenas de proetarras dentro. Por otro lado, la de los ertzainas que estaban protegiendo la herriko taberna quitándose sus verdugos —con los que protegían su identidad para no ser asesinados por ETA— y abrazándose con los manifestantes.

Los españoles exigieron aquellos días, como nunca habían hecho antes, que todos los partidos democráticos se unieran sin paliativos para acabar con el terrorismo y se arrinconase a aquellos que lo justificaban y alentaban. Aquella revuelta ciudadana contra ETA, aquella exigencia de unidad de los demócratas contra el terrorismo y la disposición pública de los políticos por llevarla a cabo fue lo que se conocería como espíritu de Ermua.

Fueron días en los que muchos políticos, especialmente nacionalistas, pidieron perdón por haber mantenido posturas ambiguas. La más destacada fue la del entonces lehendakari vasco, José Antonio Ardanza, una de las cabezas visibles del PNV. Pero mientras en el imaginario colectivo la derrota de ETA estaba cada vez más cerca, se empezaba a fraguar una de las mayores traiciones a la democracia y a la memoria de las víctimas del terrorismo que nunca se han visto.

Una parte del PNV participó de buena fe en esas movilizaciones contra ETA, pero otra parte del partido empezó a ver problemas al hecho de que los ciudadanos vascos saliesen de una forma nunca antes vista a protestar contra ETA y su brazo político (HB-EH-Batasuna). Temían que ese nuevo espíritu acabase con la supremacía peneuvista en la región y que la propia derrota de ETA restase poder estratégico al partido a la hora de negociar con el Gobierno central.

La maquinaria del PNV empezó en ese momento a poner todo tipo de problemas a los partidos constitucionalistas, incluso para realizar las reuniones del Pacto de Ajuria Enea, que se supone que unía a todos los partidos firmantes en valores democráticos tan básicos como repudiar el terrorismo y apostar únicamente por métodos democráticos para hacer política.

El periodista Cayetano González, director de Comunicación del Ministerio del Interior en el momento de los hechos, detallaba en 2012 en un artículo en Libertad Digital titulado "Hijos de puta: lo de Ortega Lara lo vais a pagar. ¡Gora Euskadi Askatuta!" cómo fue el aparte que el entonces presidente de la Ejecutiva del PNV, Xabier Arzalluz, hizo con el entonces (y ahora) presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz, durante un encuentro de la Mesa de Ajuria Enea.

Iturgaiz recuerda todavía cómo al llegar a Ajuria-Enea, "Arzalluz no me dio la mano" y en un aparte de la reunión, el presidente del PNV le dijo: "Mira Iturgaiz –era una costumbre muy de Arzalluz, cuando quería establecer diferencias con su interlocutor, llamarle por el apellido–ahora estamos todos juntos montados en la ola, pero cuando esta baje, cada uno nos iremos por nuestro camino y nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer".

Cómo focalizar el espíritu de Ermua y sus consecuencias fue incluso un tema de alta prioridad dentro del PNV y provocó una de las batallas internas más enconadas de la centenaria historia de partido. El julio de 2001 lo explicaba así el periodista Koldo San Sebastián en un artículo titulado "Notas de Campaña", publicado en Deia, el periódico oficioso desde hace décadas del partido jeltzale.

Días después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, centenares de militantes del PNV nos reunimos en asamblea [secreta en Artea] para ver cómo afrontábamos la brutal campaña mediático-política que se había desatado contra nosotros. En las asambleas se produjeron momentos muy tensos. Había quien pensaba que, efectivamente, sin ETA nos convertiríamos en una fuerza vulgar. Para quien conozca un poco la historia del PNV, se vivieron los momentos más críticos desde 1936 (incluso más críticos que los de la última escisión).

La alusión a 1936 se refiere a la discusión interna en el PNV para decidir si en la Guerra Civil iban a apoyar al bando sublevado o al bando republicano. El PNV de Álava y Navarra se posicionaron a favor del general Franco. Las facciones de Vizcaya y Guipúzcoa eran favorables a los republicanos. Al final optaron por el segundo bando, que les concedía un Estatuto de Autonomía. Con la última escisión, hace referencia a la ruptura que en 1986 originó el nacimiento de Eusko Alkartasuna.

La traición meditada del PNV al Espíritu de Ermua empezó a las pocas semanas de la aparición del cadáver de Miguel Ángel Blanco, con la sociedad todavía impactada. Empezó a mover hilos para relanzar el pacto sindical que habían firmado dos años antes ELA y LAB —los sindicatos del PNV y Batasuna, respectivamente—. Y lo consiguió, cristalizando en un acto en octubre de 1997 y en que se escenificó la muerte del Estatuto de Guernica.

En cuatro meses, el PNV consiguió que se pasase de la unidad de acción de los demócratas a la unidad de acción de los nacionalistas, incluido el brazo político de ETA. Esto lo explicó la propia banda terrorista en uno de sus Zutabes o boletines internos: "Los contactos con el PNV fueron más fáciles que nunca después de la acción —eufemismo que utilizaban para sustituir al término asesinato— contra Miguel Ángel Blanco".

Los nacionalistas continuaron negociando a espaldas de la opinión pública para sacar un gran acuerdo adelante, lo que se conocería como el Pacto de Estella, que llegó a buen término gracias a la buena sintonía personal que tenían tanto el peneuvista Joseba Eguibar como el entonces recientemente nombrado líder de Batasuna, Arnaldo Otegi. Así como los entonces secretarios generales de los sindicatos ELA y LAB, José Elorrieta y Rafael Díaz Usabiaga.

En los siguientes meses, los dirigentes del PNV dinamitaron los dos acuerdos que le impedían firmar esa unidad de acción con el resto de independentistas y con los terroristas. Primero, el Pacto de Ajuria Enea. Después, su pacto de legislatura con el PSOE en el Gobierno vasco. Finalmente, en septiembre de 1998 firmaron públicamente el Pacto de Estella, aunque documentación incautada a ETA permitió saber después que el PNV lo había sellado con la propia organización terrorista en junio de ese año.

El acto de firma tuvo lugar el 12 de septiembre en la Casa Fray Diego del municipio navarro. Estamparon su firma nueve partidos políticos (PNV, HB, EA o IU del País Vasco, entre otros), ocho sindicatos (ELA, LAB, entre otros) y más de una veintena de organizaciones (Elkarri, Jarrai, o Gestoras Pro Amnistía, entre otras). ETA apadrinó el acuerdo públicamente con una declaración de tregua indefinida cuatro días después.

Así se pasó, en cuestión de 16 meses, de la mayor unidad de la historia de España entre los partidos democráticos para acabar con la organización terrorista ETA, a la unidad de acción de todo el independentismo vasco —terrorista o no— para tratar de romper la legalidad vigente. Así se pasó del espíritu de Ermua a la firma del Pacto de Estella. Todo ello por los intereses partidistas del PNV.

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